CINCO DIAS DE HISTERIA POLÍTICA
La marina conspiraba desde 1951. Los sucesos del Corpus Christi y la quema de la bandera fue para ellos como la gota que rebalsó el vaso. Decidieron intentar un golpe para matar a Perón.
La marina conspiraba desde 1951. Los sucesos del Corpus Christi y la quema de la bandera fue para ellos como la gota que rebalsó el vaso. Decidieron intentar un golpe para matar a Perón.
Como ya sabemos, Perón enseñaba que eran los grandes errores, y no los pequeños, los que conducen al conductor al fracaso. Lo que no dijo fue que de la suma de pequeños errores puede nacer un gran error. Eso fue lo que le pasó a él y arrastró a todo el peronismo a la proscripción y a la resistencia durante 18 años.
Decía Perón en una de sus clases de Conducción Política: “Pequeños errores se cometen siempre en la Conducción. El gran secreto está en no cometer los grandes errores… Los que llevan a la derrota en las luchas políticas son los grandes errores”.
Dictado por ella tres meses antes de su muerte, es su auténtico pensamiento en un libro que no llega a las treinta páginas pero que ningún peronista debería dejar de leer.
Ni ella, ni su marido, ni nadie, hablaban del cáncer. Salvo los oligarcas, que brindaban con champán y exclamaban: “¡Viva el cáncer!”.
No era una sociedad de beneficencia, sino una herramienta política para acercar un paliativo a donde no podían llegar todavía las leyes laborales y los planes quinquenales.
Evita aceptó las responsabilidades que su condición de esposa del Presidente le imponían y en ningún momento dejó de cumplirlas. “Newsweek” le advertía al mundo que “nadie tiene tanta influencia sobre su líder, como su mujer, la cual se está convirtiendo rápidamente en la mujer detrás del trono”.
Perón le dijo lo que él quería que fuera el peronismo, su tarea con los dirigentes gremiales, la situación de los trabajadores y la miseria en que vivían desocupados, niños sin padre, villas miseria, abuso de los patrones, entre otros temas. Ella tenía una memoria prodigiosa y era una apasionada dispuesta a ayudarlo en lo que sea.
Con quince años, Eva Duarte se fue a Buenos Aires para triunfar como actriz, como la canadiense-estadounidense que interpretaba a mujeres valientes y liberadas.
Si su apellido de nacimiento hubiera sido Peralta Ramos, Bemberg o Bullrich, la niña nacida en una estancia cercana al pequeño pueblo de Los Toldos en la provincia de Buenos Aires, no hubiera tenido la menor chance de convertirse, treinta años después, en el personaje mundialmente conocido como “Evita”.