Las relaciones de Perón con la iglesia católica nunca fueron fáciles, aunque se enseñara religión en las escuelas públicas, Perón y Evita se declararan católicos una y otra vez, ella tuviera un confesor personal o el general le ofreciera su sable a la virgen de Luján.
Ya en 1950 se produjo un incidente menor del cual Perón debió haber aprendido que enfrentarse con la iglesia en nuestra Argentina católica, en esos tiempos, no era moco de pavo. Después de todo, si él podía contar con un 62 % de votantes, la iglesia contaba con más de un 90% de creyentes, muchos de ellos peronistas también, como la misma Evita.
Los creyentes, en tiempos normales iban a misa los domingos, pero cuando sintieron atacada a la Santa Madre Iglesia, se convirtieron en furiosos combatientes del bien contra el mal. En los primeros días de octubre de aquel año, Perón y Evita autorizaron y enviaron su adhesión personal a un congreso espiritista que se realizó en el Luna Park. Al parecer en aquel acto, los espiritistas afirmaron que Jesús no era Dios. Tras cartón, un grupo indignado de jóvenes católicos, ultra católicos de buenas familias, se manifestó frente al edificio al grito de “Jesús es Dios”. Unos días después, la iglesia manifestó su desagrado ante el acontecimiento espiritista, justo en el momento en que llegaba a Buenos Aires el nuncio apostólico Ernesto Ruffini enviado desde Roma para presidir el Congreso Eucarístico a realizarse en Rosario. El presidente y su esposa ni recibieron a Ruffini ni asistieron al Congreso, lo mandaron al vicepresidente Quijano, mientras ellos prefirieron tomarse unos diez días de descanso en la quinta de San Vicente. La concurrencia de fieles católicos al Congreso, que duró también diez días, fue multitudinaria y ya no por casualidad.
La ausencia de Perón y Evita, fue el chisme del momento, así que la pareja se trasladó a Rosario los dos últimos días del citado Congreso. Evita se ocupó de arreglar el asunto dedicándose a atender especialmente al cardenal Ruffini; y el gobierno decretó el 8 de diciembre como feriado religioso en homenaje a la Inmaculada Concepción. Y así quedó, más o menos, enmendado el incidente. Porque los jóvenes católicos ya mencionados siguieron reuniéndose asiduamente ante la residencia presidencial, para recordarle a la pareja gobernante que Jesús era Dios. Ese circo de tintes histéricos duró hasta el ocho de diciembre.
Ahora peguemos un salto temporal a junio de 1954. El reverendo Thomas Hicks, perteneciente a la escuela Basilio (ver Wikipedia) que era famoso por sus curas milagrosas, solicitó y obtuvo del gobierno peronista, la autorización para realizar en el estadio de Atlanta una demostración masiva de sus poderes médicos. Consiguiente protesta de la iglesia y de sus correspondientes jóvenes.
Parece una repetición de lo ocurrido en 1950, pero no lo era. Mucho había cambiado en la política argentina en esos cinco años. En julio del 54 se proclamó el nacimiento oficial del partido Demócrata Cristiano argentino, acontecimiento que se venía preparando desde varios años antes, siguiendo el modelo exitoso de la Democracia Cristiana alemana de postguerra. Paralelamente, la Acción Católica Argentina, que había sido creada a fines de la década del 30, comenzó a dar muestras de gran energía en el adoctrinamiento de las juventudes cristianas, justo en el momento en que la UES peronista hacía lo propio con los jóvenes peronistas de escuelas secundarias. Perón entendió al instante, que los tiempos diplomáticos entre su gobierno y la iglesia católica se estaban terminado, Que eso de dar al Cesar lo que es del Cesar, ya no corría. Evita, en “Mi Testimonio” (1952), ya había advertido, que la jerarquía católica se contaba entre los más importantes enemigos del peronismo. Si la diplomacia se estaba terminando, ahora se venían los tiempos del enfrentamiento desembozado. Hoy, los historiadores, peronistas o no, se preguntan todavía cómo pudo Perón, que se consideraba antes que estadista un estratega, caer en esa trampa, que, en un año, lo llevaría del poder al exilio. Sigamos el hilo de la historia, para comprender cómo Perón cometió el gran error que esperaba Frondizi.
En Julio del 54, nace oficialmente el partido demócrata cristiano. En septiembre, el gobierno presenta un proyecto para equiparar los derechos de los hijos ilegítimos a los de los legítimos. En respuesta, protestan la Corporación de abogados católicos y la Liga de Padres de Familia. Publicaciones católicas consideran que el proyecto atenta contra la familia. El 29 de septiembre, Perón pronuncia un discurso en la CGT: “la religión debe practicarse fuera de las organizaciones sindicales”. Poco después, Hugo Di Pietro, secretario Adjunto de la CGT, aludiría a “La infiltración clerical” en las organizaciones del pueblo. Ambos, Di Pietro y el General sobrevaloraban la capacidad de la iglesia para implantarse en los sindicatos.
Pero la bomba cayó en noviembre. Perón reunió en Olivos a los gobernadores peronistas, el vicepresidente, legisladores, sindicalistas y autoridades del partido. Su discurso se transmitió por radio a todo el país. Denunció allí la actitud de “ciertos prelados que actúan en contra del gobierno y de la Nación”. Precisó que esto ocurría especialmente en Córdoba, La Rioja y Santa Fe. Y se largó a dar nombres, de obispos, de curas, entre ellos “al señor padre Bortagaray, asesor del Ateneo Universitario de Córdoba, que es quien dice que debe elegirse entre Cristo o Perón”. Tuvo un momento de reflexión, como para dimensionar el asunto como algo menor: “Aquí hay como 16000 integrantes del clero ¿Cómo vamos a hacer una cuestión porque haya 20 o 30 que sean opositores?” Si se hubiese detenido allí y dado a los presentes la orden estricta de que no se hablara ni una sola palabra más de la mencionada cuestión, tal vez se hubiese evitado lo que vino después.
Varias organizaciones gremiales y partidarias, más papistas que el papa, se largaron a pregonar que era “la oligarquía que se oculta tras las sotanas”. A los pocos días, fueron detenidos algunos curas en Córdoba. El Episcopado manifestó su “estupor y asombro”, más “un vivo dolor ante la denuncia hecha contra tres beneméritos y dilectos hermanos nuestros en el Episcopado, como abiertos enemigos del Estado”.
Mientras tanto, muchos curas, incluidos capellanes del ejército, planteaban a sus fieles que había que elegir entre Perón o Cristo. En esencia ¿cuáles eran las críticas a Perón que lanzaban los curas desde el púlpito?: la inmoralidad y la corrupción en los actos de gobierno o en las actividades sindicales. La inmoralidad era la suposición de que se realizaban orgias con las chicas de la UES en Olivos. La corrupción, las coimas y negociados que solían realizar algunos funcionarios, como Juan Duarte o Raúl Lastiri, pero que los gorilas atribuían al mismísimo Perón. De los méritos sociales o económicos de su gobierno ni palabra. El peronismo era lo malo, lo bueno tenía que ser católico y antiperonista. La típica crítica gorila, que empezó a ser llamada así en esos días: “deben ser los gorilas, deben ser, que andarán por ahí”.
En diciembre del 54, el ejecutivo envió al Congreso un proyecto que terminó por legalizar el divorcio vincular. Tras cartón se legalizaron también los prostíbulos con una “Ley de Profilaxis Social”, ley poco peronista pero muy anticatólica. El ministerio de educación envió al Congreso un proyecto de decreto que eliminó la educación religiosa en las escuelas, se eliminaron los aportes estatales a la enseñanza privada denunciando irregularidades en su administración. Para entonces, el padre Menvielle, famoso por proclamarse antiperonista desde siempre, proclamaba ahora que Perón era “el anticristo”. A comienzos del 55, el gobierno preparaba un proyecto de ley para separar la Iglesia del Estado. El gran error estaba en plena marcha, cada vez más intensa, hacia el precipicio.
En enero, el enfrentamiento pareció tomarse vacaciones. Hasta hubo un encuentro entre el cardenal Copello y el presidente, que no sirvió para lo que tuvo que haber servido. En cambio, Copello se enfermó y tomó el mando de la iglesia monseñor Tato, duro y antiperonista. Pocos días después del 16 de junio, sería expulsado del país.
En febrero y marzo recomenzaron las hostilidades: se prohibieron las tradicionales procesiones, que, aún prohibidas, se siguieron realizando. Hubo represión policial en algunas de ellas, y más curas fueron detenidos. Los católicos, que no contaban con la prensa en su favor, sino todo lo contario, iniciaron una guerra de panfletos impresos con mimeógrafos, que eran repartidos por todo el país y en todos los cuarteles. En ellos, Perón era llamado “el gran canalla” o “el Payaso”. Pero, además, muchos de ellos ya no provenían de manos católicas, sino de militantes de los partidos opositores, que se daban cuenta de que se les presentaba la gran oportunidad que vivían esperando. Estaba transcurriendo el mes de mayo del 55.
Mientras tanto, en el gobierno ya no se toleraban funcionarios católicos practicantes. A Antonio Cafiero, que lo era, se le pidió la renuncia por orden presidencial. Dos diputadas nacionales peronistas renunciaron a sus bancas declarándose católicas.
Así se fue acercando el mes de junio, mes en que los católicos de todo el mundo celebran la festividad del Corpus Christi. Si usted conoce algo de la historia del peronismo, ya sabe lo que ocurrió en junio de 1955, pero yo, a mi manera, se lo voy a contar lo mismo, porque fue la primera grave consecuencia del gran error. Hasta el mes que viene.