Perón y Mercante se conocieron en 1924, siendo ambos profesores de la Escuela de Suboficiales. En 1942 volvieron a trabajar juntos en la Dirección General de Tropas de Montaña. Desde entonces se hicieron amigos inseparables, aunque Perón fuera tres años más antiguo y siempre se trataron de “usted”. Mercante sentía admiración por los conocimientos históricos y políticos de Perón, raros en un militar, que se destacaba además porque exponía su pensamiento de manera clara y sencilla. El, en cambio, era querido por sus camaradas por ser un buen tipo, sincero, y leal.
Cuando llegaron los años 40, ambos estaban hartos de que las fuerzas armadas fueran el sostén de los gobiernos fraudulentos que hacían lo que querían con las elecciones, declaraban que la Argentina era una joya más del imperio británico, desconocían los derechos de los trabajadores y mantenían acalladas sus protestas recurriendo a la policía y al mismo ejército. En 1942, Perón le propuso la formación de una logia secreta para hacer una revolución que cambiara las cosas en 180º. ¿Por qué a él, y no a cualquier otro que pensara como ellos, como era el caso de Juan Filomeno Velazco, por ejemplo? Porque Mercante era querido y confiable para sus camaradas de armas. Así que este fue posicionado como el miembro Nº 1 del GOU y Perón se colocó en un discreto Nº 19. Pronto fueron más de 200 los oficiales incorporados al GOU.
Cuando Perón eligió ser Secretario de Trabajo y Previsión, Mercante fue su subsecretario. Cuando aquel buscó el contacto con los sindicalistas, Mercante, que era hijo de un dirigente ferroviario, comenzó a traérselos en ramillete. Mercante le presentó a Eva Duarte en el Luna Park. Cuando Perón, escandalizando a sus camaradas, se presentaba en público y en privado con su nueva novia, eran Mercante y su bella amante, Isabel Ernst, los que los acompañaban. Cuando Perón fue defenestrado, Mercante llevó a la pareja a su casa quinta del Tigre. Cuando aquel fue trasladado a Martín García, fue Mercante el que lo acompañó hasta la lancha que lo trasladaría a su encierro. “No se preocupe mi coronel. De ésta lo vamos a sacar y vamos a ganar”. El 17 de Octubre, cuando los trabajadores clamaban por la presencia de Perón, el que lo fue a buscar al hospital militar y lo puso en el balcón frente a sus descamisados, fue Mercante. Fue testigo del casamiento de Perón con Eva. Cuando Perón se embarcó en la campaña electoral, fue Mercante el que quedó a cargo de la Secretaría de Trabajo y desde allí trabajó para el triunfo de su jefe. Siempre Mercante, detrás de Perón. Cuando llegó la hora de elegir un candidato a vicepresidente para acompañar en la fórmula al general, la CGT lo propuso a Mercante, y en los actos peronistas la multitud cantaba entusiasmada “¡Con Perón y con Mercante, la Argentina va adelante!”.
Pero entonces, cuando ya se veía el triunfo electoral al alcance de la mano, Perón eligió al “viejito” Quijano para compañero de fórmula, mientras reservó para su amigo el cargo de Secretario General del futuro presidente. Y esa fue la primera vez que Mercante le dijo “no” al general. Terminó siendo el candidato peronista a gobernador de Buenos Aires y ganando las elecciones en esa provincia por más votos que los que sacó Perón. Formó su equipo de gobierno por su cuenta: incorporando a hombres de FORJA, intelectuales que no entusiasmaban a Perón: Arturo Jauretche y Arturo Sampay formaron en su equipo, su sobrino Raúl Mercante fue su ministro de Obras Públicas y extrapartidarios, que ni siquiera habían votado ni por él ni por Perón, fueron llamados a colaborar. Se vio claro lo que buscaba: un equipo que funcionara como equipo, como el mejor equipo, porque su intención no era administrar la provincia a la manera de los conservadores, para que siguiera siendo más o menos la misma de siempre, ahora con un montón de peronistas disfrutando de ser lo que nunca habían sido: funcionarios.
El gobernador Mercante no tuvo que enfrentar internas que llevaran a Buenos Aires a la intervención, como ocurrió en casi todas las otras provincias gobernadas por peronistas. No contaba con mayoría en el senado, así que necesitaba entenderse con la oposición radical y lo hizo: no hubo con ellos ni desprecios ni persecuciones, ni obstruccionismo; hubo diálogo, hubo números claros y colaboración en los proyectos que transformaron la provincia.
En pocos meses se empezaron a ver los resultados: obras públicas y escuelas brotaban por todos lados: 1609 nuevas escuelas en tres años, sistema preescolar, escuela de formación de maestras jardineras. Abrió caminos, pavimentó miles de calles, creó 59 aeródromos. Creó el hotel Provincial de Mar del Plata y el complejo turístico de Chapadmalal. Construyó 146 barrios obreros, pagaderos en cuotas ajustables a las posibilidades de los adjudicatarios. Distribuyó 130.000 hectáreas de la sucesión Bemberg entre productores rurales. Construyó el aeropuerto Internacional de Ezeiza y expropió las hectáreas aledañas para crear el parque de la ancianidad. Surgieron cuatro policlínicos, iniciativa conjunta con la Fundación Evita, en Lanús, Ezeiza, Avellaneda y Banfield. Todas esas obras, y muchas más que no menciono, se hicieron en tres años y con recursos propios, obtenidos del aumento y cobro efectivo de mayores impuestos, aprobados por las legislaturas con apoyo opositor. Cuando Eva Perón, en 1947, hizo su viaje estelar tipo Hollywood a España, Francia, Italia y Portugal, no se cansaba de ponderar las realizaciones del gobernador Mercante a cuanto funcionario o periódico europeo la quisieran oír. Lo llamaba entonces “el corazón de Perón”.
Y llegamos así al año 49, el de la Reforma Constitucional a la que ya nos hemos referido. Allí se plantearon las primeras diferencias entre Mercante, que era el presidente de la Asamblea Constituyente, y el matrimonio presidencial. La vieja constitución prohibía expresamente la reelección presidencial en su art. 77. Mercante le preguntó a Perón si se tocaba o no dicho artículo. Perón le contestó que no, que él no aspiraba a su reelección porque eso sería bastardear el sistema republicano y que él no volvería a presentar su candidatura. Mercante le creyó y le comunicó que, si era así, él, Mercante, quería ser candidato. Perón le respondió que estaba de acuerdo, “Sea usted el presidente por seis años y después, si puedo, vuelvo yo”. Mercante le comunicó la novedad a su equipo y éste empezó a verse convertido en presidenciable: gran entusiasmo. La que no se entusiasmó con la idea ni un poquito sino todo lo contrario fue Evita: “¡Así que éste quiere ser presidente!”, “¡aquí el único que va a ser presidente sos vos! Y la que se va a encargar que así sea, voy a ser yo”. Y allá fue Evita, que no ocupaba ningún cargo público, pero ya era “Evita capitana” a tirarle de las orejas a todos los convencionales peronistas, a decirles que el art. 77 tenía que ser eliminado de la nueva constitución y que se lo iba a sustituir por otro que habilitara la reelección presidencial por tiempo indefinido. Nadie dijo ni mu ni, menos que nadie, “el corazón de Perón”. Desde ese día, Mercante ya no fue nombrado por Evita como “el corazón” de nadie, sino como “ese”. Los diarios, ahora en su mayoría peronistas, comenzaron a mencionarlo cada vez menos, sus realizaciones no se comunicaban y sus fotografías a desaparecer. Aunque todavía gobernó la provincia por un año y medio más.
Pero hubo un episodio fortuito, durante 1950, que iba a terminar por empujar al “corazón de Perón” a las sombras eternas. Desde hacía ya bastante tiempo que tres diputados radicales venían rompiéndoles las pelotas a Perón con todo tipo de acusaciones y adjetivos: uno era Ricardo Balbín, jefe de su bancada, que solía referirse a él como “el dictador”, otro era el teniente coronel Atilio Cattáneo, viejo revolucionario radical de la época de Pomar, que lo acusaba directamente de mentiroso y ladrón y el tercero Ernesto Sanmartino, creador de la feliz expresión “el aluvión zoológico”, los tres fueron desaforados. Pero a Balbín, debido a que, en un discurso en la Sociedad Asturiana, había calificado a Perón como dictador y además anunciado una futura revolución radical, se le iniciaron no uno sino cinco juicios por desacato. A fines de noviembre de 1951 se realizaron las nuevas elecciones presidenciales en la que Balbín era candidato enfrentando a Perón. Se lo dejó votar, se lo esperó en la vereda e inmediatamente fue detenido y preso, acusado por los delitos de desacato y conspiración. Sintetizando, aunque Balbín explicó que lo de “revolución” era una metáfora, fue paseado 10 meses por varias cárceles del país y terminó en el penal de Olmos, ubicado en la provincia de Buenos Aires.
Cuando un diligente juez condenó a Balbín a cumplir una condena de cinco años por desacato y subversión. Mercante, alarmado, se fue a plantearle al compañero Presidente que esa sentencia era demasiado, que era un mamarracho jurídico y autoritario, que iba a convertir a Balbín en un mártir democrático en lucha contra el nazi fascismo peronista. Perón le contestó que había que hacer respetar la autoridad presidencial y que “no se hablaba más del asunto”. Mercante se calló, pero, como gobernador de Buenos Aires, era el responsable de lo que se hiciera en la cárcel de Olmos. El partido radical armó una campaña nacional por la injusta condena y la inmediata libertad del condenado. El resultado fue que una multitud constante se mantenía reunida frente a la cárcel todos los días, para corear esas consignas. Mercante tenía dos opciones y solamente dos: o meter palo a los manifestantes o autorizar visitas al preso. Optó por lo que su propio carácter le dictaba: desde el 24 de diciembre de ese 1952 los simpatizantes de Balbín estaban autorizados a visitarlo las 24 hs. del día. El presidente Perón entendió la jugada y la consideró una traición, pero el 4 de enero decretó el indulto de Balbín, aunque su sentencia no estaba firme y el preso insistía, a lo Yrigoyen, en que su juicio continuara y él continuara preso. Perón lo liberó igual.
La desgraciada historia no termina allí. Cuando a los pocos meses, Mercante fue sustituido por Apold como gobernador, este inició una campaña para investigar la gestión de su antecesor. Hizo retirar todas las placas recordatorias de las obras de Mercante y puso presos a tres de sus ministros, acusados de corrupción. Arturo Jauretche se fugó al Uruguay, Arturo Sampay se disfrazó de cura para cruzarse al Paraguay. Hubo hasta funcionarios obligados a firmar confesiones bajo tortura. El propio Mercante se mudó a vivir con Isabel al Uruguay. En 1953 fue expulsado del partido justicialista por corrupto y por traidor. Jauretche y Sampay, se retiraron de la política.
Tres fenómenos lamentables estaban sucediendo juntos en unos pocos meses: Mercante entraba en la oscuridad, Evita en “la eternidad” y Perón en la soledad del poder: ya nadie podía disentir con él, todos tenían que obedecer y él ya no podía confiar en nadie. “¡Perón se queda solo!” escribía Evita en “Mi Testimonio”, dos meses antes de morir. Y Perón se quejaba porque “el 95% de los que me vienen a ver me traen chismes o me proponen porquerías”. Era la hora de los obsecuentes.
Pero ni ahí termina la historia. Mercante, como Jauretche, se retiró de la política y nunca más habló de lo que había pasado. Ni Perón ni los peronistas lo nombraron nunca más, ni los diarios tampoco. Así fue como “El corazón de Perón” fue tragado por la oscuridad. Sin embargo, después del 55, cuando Perón en el exilio estaba tramando un acuerdo secreto con Frondizi, se acordó de su antiguo compañero y le pidió que sondeara a los dirigentes peronistas acerca del asunto, y Mercante lo hizo. Cuando, en 1974, el cadáver del general fue velado en el edificio del Congreso, Mercante fue a despedirse de él y se le cayeron las lágrimas.
Perón tenía de la lealtad un concepto de general de ejército: para él, lealtad era sinónimo de subordinación al superior. Para Mercante era otra cosa: era respeto mutuo entre compañeros y amor por la causa común.