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ROOSEVELT

En su discurso anual en 1944, manifestaba una fuerte voluntad de promover la felicidad del pueblo norteamericano, sin exclusiones. La prosperidad generalizada se sostuvo durante 4 décadas, pero a partir de 1981 las políticas neoliberales que continúan hasta hoy, hicieron que muchas personas padezcan hambre y una mayoría carezca de varios de estos derechos que, para Roosevelt, eran inalienables.

Quien suscribe no es, para nada, un admirador de Estados Unidos: una potencia imperial, opresiva con el resto del mundo, e incapaz de proporcionar bienestar para la mayoría de sus propios ciudadanos, a pesar de su enorme riqueza; sobra codicia y falta sentido común. Un imperio moralmente decadente que, además, en lo económico, presenta serias dificultades para competir con la nueva potencia emergente, China.

Pero lo que aquí vamos a transcribir debiera ser un llamado a la reflexión para aquellos que admiran a la mayor economía del mundo (porque todavía hay gente que reflexiona, a pesar de tanta propaganda que agita las emociones e invita a no pensar). Y para los que, como yo, no la admiramos, representa una línea de pensamiento que bien vale considerar muy seriamente. Porque expresa ideales elevados, que la potencia del norte ha tenido, porque sin tenerlos, ningún país es potencia.  Y cuando los abandona, decae. 

Esos ideales están resumidos en el siguiente extracto del discurso de Franklin Delano Roosevelt -el presidente que sacó a Estados Unidos de la depresión de 1930-, dirigido al Congreso de la Unión el 11 de enero de 1944, algo más de un año antes de la caída de Alemania en la segunda guerra mundial (es el tan mentado discurso anual sobre el Estado de la Unión, patéticamente imitado por estas latitudes en similar ocasión, este año):

“Es nuestro deber ahora comenzar a trazar los planes y determinar la estrategia para ganar una paz duradera y establecer un estándar de vida estadounidense más alto que nunca. No podemos estar contentos, no importa cuán alto sea ese nivel de vida general, si una fracción de nuestra gente, ya sea un tercio, un quinto o un décimo, está mal alimentada, mal vestida, mal alojada e insegura.

Esta República tuvo su comienzo, y creció hasta su fuerza actual, bajo la protección de ciertos derechos políticos inalienables, entre ellos el derecho a la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de culto, el juicio por jurados, la libertad del individuo para no sufrir allanamientos o confiscaciones irrazonables. Eran nuestros derechos a la vida y la libertad.

Sin embargo, a medida que nuestra nación crecía en extensión y estatura, a medida que nuestra economía industrial se expandía, estos derechos políticos demostraron ser inadecuados para asegurarnos la igualdad en la búsqueda de la felicidad.

Hemos llegado a una clara comprensión del hecho de que la verdadera libertad individual no puede existir sin seguridad económica e independencia. “Los hombres necesitados no son hombres libres”.  LAS PERSONAS QUE TIENEN HAMBRE Y ESTÁN SIN TRABAJO SON LA MATERIA DE LA QUE ESTÁN HECHAS LAS DICTADURAS.

En nuestros días, estas verdades económicas se han aceptado como evidentes. Hemos aceptado, por así decirlo, una segunda Declaración de Derechos en virtud de la cual se puede establecer una nueva base de seguridad y prosperidad para todos, independientemente de su posición social, raza o credo.

Entre estos se encuentran:

  • El derecho a un trabajo útil y remunerado en las industrias o comercios o granjas o minas de la nación;
  • El derecho a ganar lo suficiente para tener comida, ropa y recreación adecuadas;
  • El derecho de todo agricultor a cultivar y vender sus productos con una retribución que le dé a él y a su familia una vida digna;
  • El derecho de todo empresario, grande o pequeño, a comerciar en una atmósfera libre de competencia desleal y del dominio de monopolios, en el país o en el extranjero;
  • El derecho de toda familia a una vivienda digna;
  • El derecho a una atención médica adecuada y la oportunidad de lograr y disfrutar de una buena salud;
  • El derecho a una protección adecuada contra los temores económicos de la vejez, la enfermedad, los accidentes y el desempleo;
  • El derecho a una buena educación.

Todos estos derechos significan seguridad. Y después de que se gane esta guerra, debemos estar preparados para avanzar en la implementación de estos derechos, hacia nuevas metas de felicidad y bienestar humanos.

El lugar que le corresponde a Estados Unidos en el mundo depende en gran parte de cuán plenamente estos y otros derechos similares se hayan llevado a la práctica para todos nuestros ciudadanos. Porque a menos que haya seguridad aquí en casa, no puede haber paz duradera en el mundo.”

Más allá de cierta vocación imperialista que deja traslucir, el discurso muestra una fuerte voluntad de promover la felicidad del pueblo norteamericano, sin exclusionesPero el neoliberalismo impidió que Estados Unidos alcance tan alto standard: se acercó bastante a él, logrando una prosperidad generalizada, durante las 4 décadas siguientes a esta alocución, pero a partir de 1981 comenzó a aplicar las políticas neoliberales que continúan hasta hoy, y que hicieron que en esa rica nación muchas personas padezcan hambre, y una mayoría carezca de varios de estos derechos que, para Roosevelt, eran inalienables.  La dinámica propia del capitalismo llevó a eso: es el gran capital el que financia las campañas, cada vez más caras, de los legisladores, gobernadores y presidentes, y son éstos los que designan a los jueces.  De manera que los tres poderes de la democracia son manejados por el capital, a cuyos designios se someten casi todos aquellos que llegaron a sus cargos gracias a su indispensable apoyo, y lo necesitan para continuar en sus puestos.  Y esos capitalistas, que ejercen el verdadero poder, carecen de la inteligencia y la generosidad de ese gran presidente que fue Roosevelt.  En su lugar, los billonarios que hoy manejan la superpotencia norteamericana padecen de una enfermedad que los enceguece y los vuelve miserables: la codicia.

 “… – Crece, en mi más enfermizo sentimiento, una avaricia tan desaforada que, si fuera rey, expulsaría a los nobles para tomar sus tierras; desearía sus joyas, y sus casas;

  – Y tener más será como una salsa que me dará más hambre; y forjaré injustas peleas contra los buenos y leales, destruyéndolos para aumentar mi riqueza.” Shakespeare- Macbeth

(*) Lic. en Economía- UBA

  riosmaju@gmail.com

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Las notas publicadas son colaboraciones ad-honorem. Propiedad intelectual en trámite. Los artículos firmados son responsabilidad del autor y no representan la línea editorial de la publicación. Se pueden reproducir citando la fuente. 

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