“La utopía está en el horizonte. Y por ello, nunca la voy a alcanzar. Si camino diez pasos, se va a alejar… O sea que sé que jamás nunca la alcanzaré… ¿Para qué sirve la utopía? Para eso, para caminar”.
Esta frase que habitualmente atribuimos al uruguayo Eduardo Galeano y que él mismo nos cuenta que es de Fernando Birri, el argentino que junto al colombiano Gabriel García Márquez fundaron el Nuevo Cine Latinoamericano. No vamos hablar de ellos, aunque sería fantástico hacerlo y tal vez en alguna oportunidad nos animemos. La idea es desde el concepto práctico de la utopía, como representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano, se nos permita avanzar imaginariamente en algún lugar inverso, es decir distópico.
La distopía ocupa un papel relevante en la literatura, ligada al género de la ciencia ficción. Varios autores escriben sobre posibles infiernos producidos por ideas, propuestas y acciones de los hombres, George Orwell, Ray Bradbury, Aldus Huxley son algunos de ellos.
Huxley, en su novela “Un mundo Feliz” de 1932, concluye en que todos son permanentemente felices, logrando en apariencia el fin utópico, ahora bien, para lograrlo elimina la familia, la diversidad cultural, el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la religión, la filosofía y el amor.
“1984”, la novela de Orwell, describe cómo la pantalla de la televisión te observa y todo el mundo espía a todo el mundo, es una denuncia a la tiranía que controla la sociedad por medio del Gran Hermano, hoy esto habría que trasladarlo al mundo de las redes, que a través de nuestra participación con una foto o una compra se conocen nuestros gustos y puede manejar nuestras preferencias, distorsionando la democracia. Orwell en el año 1949 lo anticipa en forma visionaria.
“Farenheit 451”, de 1953, el nombre de la obra de Bradbury indica la temperatura a la que un libro se quema (algo más de 200 grados centígrados). Muestra cómo la cultura es anulada al quemar los libros por el propio estado usando a los bomberos. Algo así como cerrar el Instituto Nacional del Teatro (INT) del Fondo Nacional de las Artes (FNA); y el desfinanciamiento del INCAA, el Instituto Nacional de la Música (Inamu) y la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares(Conabip), Cine.AR ¿Te suena?
Estas distopías imaginadas hace muchos años, se caracterizan por la deshumanización, por la instauración de gobiernos tiránicos, conflictos de inmensas dimensiones, relacionadas siempre con una destrucción de la sociedad.
En Argentina, un distópico logra hacerse con el poder, en su imaginación piensa un país sin Estado con un orden represivo y he aquí lo incoherente, paradójico, discordante, esa represión es manejada por el Estado a favor de unos privilegiados, sus amos, que viven una existencia placentera, mientras todo el resto de la sociedad trabajan y producen para ellos. Todo controlado por una especie de Gran Hermano, como el de Orwell que logra que, por muy breves mensajes de X, Tik Tok e Instagram, el pueblo desnude sus inquietudes, emociones, placeres, disgustos, en fin, su vida, permitiendo ser controlado por propia voluntad. Al grito de “Viva La Libertad Carajo”, se la están robando. La idea central del distópico es convertirse en dictador y no lo disimula (amenaza hasta con cerrar el congreso, llama ratas a los diputados, amenaza a los gobernadores, se mete en guerras ajenas etc.) pareciera se quiere crear una sociedad indeseable en sí misma.
La idea central del autoritario y sus adláteres / alcahuetes es poder controlar especialmente a los más pobres, por un lado, convenciéndolos de su destino irremediable y por otro que cualquier situación que implique un riesgo al sistema será castigada con ley o sin ella. La cuestión es garantizar a los poderosos, ricos y privilegiados una sociedad perfecta en su burbuja, con niveles mínimos de crímenes y violencia. Por fuera de la burbuja todo vale.
Nuestra realidad nos muestra que nuestra distopía es producto de una elección, es decir tomamos la decisión de dirigirnos hacia un rumbo sin mirar lo que dejamos atrás ni evaluar el futuro. La elección de uno supone la no elección de otro y eso pareciera es lo que hicimos, seleccionamos. El cansancio, hartazgo, la saturación y por qué no el fastidio, nos llevó a elegir un destino sin un análisis ético, sin pensar que vamos hacia un mundo distópico.
Nuestra militancia necesita recuperar la utopía, volver a tener sueños y proyectos colectivos por los que valga la pena luchar y militar. Pocos favores nos hacen aquellos dirigentes que niegan la posibilidad revolucionaria y hasta cambios estructurales, que convierten la política peronista en un “pragmatismo progresista”, administradores de la dependencia con “sensibilidad social”, fomentando la militancia rentada como forma de hacer política. Dijo Lula, “Tenemos que definir, si queremos salvar nuestra piel, nuestro cargo, o nuestro proyecto”.
Una vez escuché que si seguimos al este llegaremos al oeste y al final del camino estaremos en el mismo lugar. Debemos volver a ese lugar de esperanza, a la utopía de imaginarnos una sociedad futura de características favorecedoras del bien común y caminar hacia ese horizonte ya nos hará mejores.