A cuarenta años de democracia tenemos algunas consideraciones que evaluar para saber si el sistema está funcionando como quisiéramos que lo haga. Siempre en el entendimiento que sólo existe la posibilidad del sistema constitucional vigente y la esperanza de lograr modificaciones que sirvan para integrar la sociedad, evitando estériles disputas, donde en definitiva siempre se piense primero en la patria, y si la patria somos todos debemos pensar en función del conjunto, o como decimos hoy la patria es el otro.
Escapamos, en estos breves comentarios, a profundizar un análisis doctrinal o dogmático sobre el sistema democrático, esgrimimos algunas ideas como nos brotan desde la formación política a la que nos sometemos desde la práctica militante de muchos años.
Haciendo la salvedad que no pensamos, al menos desde nuestra visión, estar viviendo una democracia en el sentido que es habitualmente definido, es decir donde lo que prime es el interés del pueblo. Vivimos en una sociedad donde la desigualdad económica se traduce en desigualdad política y en esa ecuación simple es donde naufraga la democracia. Para completar, los favorecidos del sistema esto es los económicamente poderosos, apoyados por seudo periodistas políticos (divulgadores sistemáticos de mentiras) en medios hegemónicos que también son de los poderosos, se ponen en “especialistas en democracia” simplificando el sistema a la administración del Estado, ni siquiera piensan en la población como un sujeto sin importarles la vida y la muerte, la salud y la educación, el progreso y la igualdad, en definitiva, la solidaridad no existe en esa democracia propuesta por los privilegiados.
En el neoliberalismo que fundamenta la existencia en el mercado, el Estado solo sirve para el servicio de sus intereses, algo así como gendarme del orden que ellos establecen. El individuo sería el heredero de la soberanía que antiguamente pasó de Dios al Estado, una especie de individualismo competitivo que defiende la superioridad del individuo frente al colectivo. Esta es la democracia que proponen.
A nadie se le ocurre pensar que el poder de decisión de un trabajador es igual al de un inversionista, ni hablar de un jubilado o un desocupado. Así las cosas, el único poder con que cuentan los que nada tienen es la solidaridad. Por ello, proponemos a los candidatos, especialmente aquellos con los que compartimos el espacio del Movimiento Nacional y Popular, pensemos en el pueblo en todo momento, seguramente al “elector” que le hablan no llegue a pagar su alquiler, o no tiene trabajo, o es un jubilado que no puede comprar medicamentos o aún mucho peor no puede llevar la comida a sus hijos. Dicen que en los próximos años van a ingresar 20 mil millones de dólares de minería, otros tantos por el gas, otro tanto por las cosechas, por favor expliquen cómo se va a distribuir para la felicidad del pueblo.
Somos muchos los que nos planteamos una patria justa, libre y soberana. Que definimos a la democracia como aquel sistema en que el gobierno defiende un solo interés: el del pueblo. Esto visto así merece una mínima explicación. Esos principios que plantemos no son muy diferentes a la libertad, igualdad y solidaridad. Ahora bien, aquel que pretenda que algunos de estos principios puedan funcionar individualmente, simplemente miente o no sabe muy bien de qué habla. Esos principios tienen una significación material y se complementan y requieren mutuamente.
Un individuo puede evitar ser dominado aumentando su poder y esto solamente puede suceder si es con otros. Ahí vemos los tres principios, si nadie nos domina somos iguales, para ello aumentamos nuestro poder y somos libres, para hacerlo necesitamos del otro, la solidaridad.
La democracia que pensamos tiene pretensión totalizadora, que pasa por todos los temas previstos del individuo, la sociedad, la comunidad, los valores, la justicia, la paz, el orden, la libertad, y también los más abstractos, relativos al bienestar y la felicidad; temas todos ellos tensionados desde el interés político. Esta democracia debe sentar las bases de una Nación que, frente al mundo en su configuración actual, reafirme una posición soberana, y hacia adentro tenga la voluntad de resolver los conflictos y contradicciones propiamente humanos en la marcha hacia esa utopía que nos debemos: la “comunidad organizada”.
La democracia debiera ser algo más que una visita periódica al cuarto oscuro, donde decidimos cual político a lo sumo de que espacio elegimos, pero seguro no elegimos políticas concretas. Pero estamos en épocas electorales y debemos bajar al fango, la arena política ya se está llenando de sangre. La agresión es permanente, especialmente de parte de aquellos que carecen de propuestas concretas. Estamos en momentos de interpretar el pensamiento y la futura acción de quienes desde la tribuna nos interpelan a votarlos. Siempre nos queda la duda de si votamos bien. Solo así se comprende que de pronto veamos a electores votando a candidatos que proponen políticas que chocan frontalmente con sus intereses o que protegen intereses diferentes a los propios. Así y todo, el sistema electoral es imprescindible.
Esperamos de los políticos que tengan actitudes de servicio y muchos la tienen, pero no se percibe, quizá porque estamos inmersos en las redes y ellas y la TV dominan y forman nuestra conciencia. Hay culpas concurrentes la mayoría nos involucramos poco y vemos que los políticos o mucho peor la política, han dejado de servirnos. La democracia está como absorbida, los candidatos se replican, se reciclan en casi todos los espacios, la falta de renovación no es tan grave cuando traen soluciones reales. Sucede que con el voto podemos cambiar un gobierno, pero no cambiar con las estructuras del privilegio.
Habitualmente no nos involucramos en el tema electoral hasta unos pocos días antes de las elecciones y en el tema político tal vez hasta el propio día de las elecciones así nuestro voto puede ser espasmódico. Inicialmente no le damos importancia, no consultamos si estamos en el padrón y ni siquiera si tenemos el documento válido. El día de las elecciones colapsa el sistema todos queremos saber dónde votamos. Vamos y lo hacemos. No cambia nada.
Ahí está un poco el dilema, el sistema es necesario, pero no nos satisface. ¿Qué hacemos? La solución no es la desesperanza y la desmovilización ni el voto en blanco ni la abstención. Si no votamos o lo hacemos en blanco, quien pierde es la democracia.