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EL DESARROLLO PENDIENTE. Parte II

Argentina puede y debe alcanzar su desarrollo, entendido éste como un crecimiento sostenido durante muchos años, basado en las actividades más competitivas que podamos desarrollar en la industria, la economía del conocimiento, los servicios, la ciencia y la tecnología, el agro y la minería, procurando una distribución del ingreso tan igualitaria como sea posible.

Continuando con la cuestión del siempre postergado desarrollo de nuestro país, vamos a sugerir seguidamente qué políticas convendría acordar, a nuestro entender, entre todas las fuerzas progresistas, políticas y sociales, para iniciar un proceso con ese fin, siempre sin pretender dar una receta completa o indispensable, sino simplemente algunas ideas, porque Argentina puede y debe alcanzar su desarrollo, entendido éste como un crecimiento sostenido durante muchos años, basado en las actividades más competitivas que podamos desarrollar en la industria, la economía del conocimiento, los servicios, la ciencia y la tecnología, el agro y la minería, procurando una distribución del ingreso tan igualitaria como sea posible. Este modelo se contrapone totalmente con el de la derecha: un país productor primario e importador de casi todo lo demás, y con alta concentración del ingreso.

Equilibrio externo: un problema histórico de Argentina es la llamada “restricción externa”, es decir, la escasez de divisas que se presenta recurrentemente, que lleva, o bien a “cepos” en los que el Estado decide, desde el desconocimiento, a quién le da las divisas escasas, cuántas, para comprar qué y a qué precio (complicando la vida del funcionario que lo maneja y del empresario que lo sufre), o bien a devaluaciones que generan inestabilidad, desconfianza, caída real de los ingresos de la gente, y aceleración de la inflación. Un medio indispensable, creemos, aunque no el único, para resolver esta cuestión, es mantener por un período prolongado –más de 10 años-, un tipo de cambio alto y estable, como el que el país tuvo entre 2002 y 2007, que posibilitó el célebre crecimiento “a tasas chinas” de ese período (es falso que ese crecimiento se debió a los altos precios de la soja y otros commodities: esos precios se dieron recién en 2008, justo cuando ese alto crecimiento se agotó). El dólar caro hace que el empresario sea el que decide, desde su conocimiento del mercado, qué necesita importar, y qué le conviene producir o contratar localmente.

En esta columna hemos expuesto reiteradamente las razones para esta política central, que es la que proponía Aldo Ferrer en su célebre libro “Vivir con lo nuestro”, y el mismo Martín Guzmán, en un “paper” que escribió en 2017 junto con el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz y con José Antonio Ocampo, quien luego fue ministro de economía de Colombia (a pesar de ello, el peso se revaluó fuertemente durante el último año y medio de la gestión de Guzmán, lo que generó una aguda restricción externa).

Esta política de tipo de cambio alto debería estar acompañada por una constante intervención del Banco Central (BCRA) en el mercado de cambios, orientada tanto a evitar fluctuaciones bruscas en el corto plazo, como a lograr que el precio de las divisas mantenga su valor real, acompañando a la inflación local y a las fluctuaciones de las monedas de los principales países con los que comercia Argentina, medidas por el índice de Tipo de Cambio Real Multilateral que elabora el BCRA. De manera que el dólar resulte una variable completamente previsible y de valor constante, lo que es esencial para facilitar las exportaciones industriales y tecnológicas, que exigen planificación. Un dólar alto, estable, y previsible para el mediano o largo plazo, contribuirá a incrementar exportaciones de alto valor agregado, sustituir importaciones, mejorar sustancialmente las expectativas, y transformar una economía especulativa en una de producción. Trabajo argentino, en síntesis.

Este tipo de cambio alto debiera ser compensado con retenciones móviles a las exportaciones primarias o de muy bajo valor agregado, que varíen (suban o bajen) conforme fluctúen los precios internacionales de cada bien, a fin de que el Estado se apropie, en beneficio común, de las mayores ganancias que el alto valor de las divisas generará para esos productores y exportadores. Las retenciones producen, además, otro efecto favorable: reducen el precio de esas materias primas para el mercado interno, y para la industria.

Inversión: las economías de desarrollo reciente lo lograron mediante un proceso de acumulación basado en el ahorro interno. Esta fue la base para su desarrollo, más allá de que la inversión extranjera directa -esto es, inversión productiva, no financiera- tuviera cierta participación, diferente según los casos. Argentina tiene un ahorro interno considerable, suficiente para sostener tal proceso de inversión, pero ese ahorro se fuga permanentemente con destino a los países desarrollados o a guaridas fiscales, o se atesora en dólares billete, debido en gran medida a la falta de confianza en su economía, que el plan anunciado debiera resolver, al mostrar un horizonte previsible para el mediano plazo, y favorable para la inversión.

El proceso de acumulación de capital requerirá que el sistema financiero sea un vehículo eficiente para transformar el ahorro en inversión, para lo cual, entendemos, sería preciso contar con un Banco de Desarrollo con la capacidad y los fondos necesarios para apoyar fuertemente a los sectores que se desee promover, así como reemplazar la Ley de Entidades Financieras, que data de 1977 y fuera concebida por Martínez de Hoz, es decir, para otro modelo de país.

En este marco ponemos, sólo como ejemplo, una medida posible: los muchos dólares que pequeños y medianos ahorristas tienen en cajas de seguridad o en sus casas, podrían ser captados por el Tesoro Nacional pagando una tasa de, por ejemplo, un 5% anual al día de hoy (menor que la tasa más alta que se paga al FMI, de algo más de 8% este mes), con el propósito de financiar al Tesoro en divisas, proveerle a esa gente una renta, y poner ese atesoramiento, que hoy no cumple ninguna función económica y además se va licuando lentamente con la inflación internacional, al servicio de la economía. Un blanqueo acotado, con un límite de U$S 50.000 o poco más por persona humana, podría ser un medio idóneo para captar una gran parte de esos ahorros (que suman miles de millones de dólares), en un marco de confianza generado por el plan que aquí se propone. Las divisas así obtenidas serían destinadas por el Tesoro a diferentes fines, uno de los cuales podría ser la cancelación anticipada de deudas muy onerosas, como lo es la mayor parte de la que tenemos con el FMI; o también, a recomprar títulos públicos en dólares que hoy cotizan al 30 o 32% de su valor.

Otra medida posible para alentar la inversión sería que la alícuota de impuesto a las ganancias sea mucho más baja para las utilidades reinvertidas en el país, y mucho más alta para las que se distribuyan como dividendos en efectivo o se giren al exterior.

En próximas publicaciones abordaremos otras cuestiones que, nos parece, convendría contemplar en el acuerdo de marras.

(*) Licenciado en Economía- UBA
riosmaju@gmail.com

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