Nadie tiene dudas respecto a la mujer que más trascendió las fronteras de la Patria en la historia, no puede ser otra que aquella que más historia hizo y en menor tiempo. Se escribieron miles de crónicas, recordatorios, historias, anécdotas, varios libros, películas, óperas rock, músicas. Llegó a ser la argentina más conocida en el mundo, ella simplemente quería que la recordaran como Evita.
Muchos se desgastan tratando de hacer comparaciones con diferentes mujeres de nuestra historia e incluso de la historia de otros países, con presidentas, primeras ministras, sindicalistas, divas, actrices, pero Evita es un personaje único (no rompan más las bolas Evita hay una sola coreaba la Gloriosa en los 70) y es muy difícil compararla con ninguna otra figura política, nacional o internacional. Para ello hay que resaltar que en el contexto que le tocó actuar, cuando la mujer ni siquiera votaba, no necesitó un cargo público, fue simplemente la compañera del presidente, primera dama que le llaman. Es un tipo de persona que ya no se ve. Alguien que dedica su vida entera a un ideal, con una entrega absoluta.
“Evita reunió todas las condiciones para ser un mito porque llegó a lo más alto partiendo desde muy abajo y murió joven” dijo el historiador Felipe Pigna. Y sí, murió a los 33 años, pero con sólo 28 años en la gira europea fascinó a la “clase política” del viejo continente al mismo tiempo que recogía el odio de la vieja y conservadora “clase política” argentina. Poseía una clara conciencia política, social y de pertenencia además de la capacidad innata para la construcción de poder, pensando como aquel necesario para producir transformaciones dignificantes del ser humano. Por ello cambió la “beneficencia” por la Acción Social en aras de la Justicia, enfrentó al poder económico y cuando fue necesario también a los sindicatos. Tenía demasiado claro el esquema peronista ideado por el general. “Evita sin Perón no hubiera sido Evita, pero el peronismo sin Evita tampoco hubiera sido lo mismo. Ella lo marcó a fuego”.
La Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires fundada por Bernardino Rivadavia tenía por costumbre designar presidenta a la primera dama. Cuando Perón asume como Presidente, los directivos de la sociedad pusieron como excusa que por su edad carecía de la experiencia necesaria para que Eva ocupe el cargo, entonces ella propuso a su madre lo que obviamente también fue rechazado. Así nació la Fundación Eva Perón, en tanto las sociedades de beneficencia tradicionales se limitaban en general a subvencionar instituciones de ayuda, la Fundación distribuía libros, alimentos, ropa, máquinas de coser, y juguetes para familias carenciadas del país. Construyó hospitales, escuelas, campos deportivos, hogares de ancianos, hogares para madres solteras, para jóvenes que llegaban desde el interior del país a Buenos Aires para continuar sus estudios. El tren sanitario para llevar la salud a todo el país. Alguien una vez dijo que los pobres no usan anteojos, “claro si nunca fueron al oculista” contestó inmediatamente, respuesta simple llena de contenido.
“Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma como si se me clavase algo en ella. De cada edad guardo un recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente. La limosna para mí fue siempre un placer de los ricos; el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho”, expresó en alguna ocasión.
La Fundación también brindó asistencia a países como Croacia, Egipto, España, Francia, Israel, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Honduras, Japón y Chile. Ella quería ser simplemente Evita, sin quererlo ni proponérselo, comenzó a construir el mito.
Adela Caprile perteneciente a círculos católicos fue nombrada por el dictador Pedro Aramburu en comisión liquidadora de la Fundación instaurada tras el golpe de 1955, declaró al finalizar la tarea: “No se ha podido acusar a Evita de haberse quedado con un peso. Me gustaría poder decir lo mismo de los que colaboraron conmigo en la liquidación del organismo”.
Pero toda la canallesca enemiga mostraba su maldad sin piedad, decían de ella que era una prostituta. Que tuvo un hijo secreto. Que su madre regentaba un prostíbulo. Que se casó por interés, que toda su vida fue una soberbia actuación. Y un sinfín de historias más. Se depositaron en ella todos los odios de clase y de envidia. Pintaron “que viva el cáncer” cuando convalecía por esa enfermedad. Después de muerta en la paranoia de hacerla “desaparecer” secuestraron el cadáver y hasta se ensañaron con él torturando a Evita muerta. Sacaron su cuerpo del país y lo enterraron en Italia con otro nombre con la complicidad del Vaticano. Lo que nunca imaginaron esos “iluminados por el odio” que ayudaban a construir el Mito, cuando más intentaban destruirla más la santificaban. Hoy sus restos descansan en el cementerio de la Recoleta de los ricos de Buenos Aires y quienes la odiaron ven cotidianamente flores frescas en su panteón. Como que la historia se tomó revancha.
Así recuerda Perón la primera vez que la vio. “Entre los tantos que pasaron en esos días por mi despacho, había una mujer joven de aspecto frágil, pero de voz resuelta, de cabellos rubios y de ojos afiebrados. Decía llamarse Eva Duarte”. Y así cuenta ella su matrimonio: “Nos casamos porque nos quisimos y nos quisimos porque queríamos la misma cosa. De distinta manera los dos habíamos deseado hacer lo mismo; él sabiendo bien lo que quería hacer, yo, por sólo presentirlo. Él, con la inteligencia; yo, con el corazón. Él seguro de sí mismo y yo solamente segura de él”.