El 10 de diciembre pasado asumió el cuarto gobierno neoliberal de Argentina, sucediendo al primero, impuesto a sangre y fuego por una criminal dictadura militar (Videla-Martínez de Hoz); al segundo (Menem-Cavallo), y al tercero (Macri). El primero (1976-83) generó, en lo económico, una enorme deuda externa que llevó al acuerdo stand by con el FMI de 1983, altísima inflación, destrucción masiva de la industria, enorme desempleo y caída de salarios y jubilaciones. A eso se agregó un descalabro monetario, con ingentes transferencias en favor de los bancos, que condujo, ya bajo el gobierno de Alfonsín -que no supo manejar el desquicio heredado-, a la hiperinflación.
El segundo (1991-2001) produjo una nueva oleada de destrucción industrial y de la ciencia y tecnología nacionales, otro fuerte incremento de la deuda externa que culminó en default, y descapitalización del Estado mediante privatizaciones que malvendieron empresas públicas a grupos que, en varios casos, terminaron vaciándolas, y, en casi todos, prestando servicios malos y caros. Por supuesto, todo esto acompañado de alto desempleo y fuerte caída de los ingresos populares.
Al tercero (2015-2019) lo recordamos bien: aumento de la deuda externa de 100.000 millones de dólares realizado por el que es hoy Ministro de Economía, de los cuales 86.000 se fugaron del país; regreso al FMI, default en pesos y, luego, en dólares, destrucción industrial y de las pymes, del salario y del empleo, y fuerte caída del producto por habitante.
Como sociedad, por cuarta vez vamos a hacer lo mismo, pero esperamos resultados diferentes.
En su discurso de asunción, el flamante presidente no se ahorró exageraciones absurdas como decir, en referencia a la inseguridad, que “Argentina se ha convertido en un baño de sangre”. Pero, para ceñirnos a lo económico, descuella una infundada proyección de inflación a una “tasa del 15.000% anual”, junto con otras descripciones apocalípticas de la realidad heredada. La exageración delirante del serio desorden económico que dejó el gobierno peronista servirá para justificar este cuarto fracaso. La inflación anual heredada fue altísima, del 161%, dejando además una grave distorsión de los precios relativos. Pero eso no justifica una proyección de inflación al 15.000% anual, que sólo podría alcanzarse con una mala praxis rayana en la locura, además de una emisión monetaria desaforada, infinitamente mayor a la del gobierno saliente.
La política económica, delineada dos días después por el Ministro de Economía, alto protagonista del último fracaso neoliberal, y por el decretazo del 20 de diciembre que se arroga facultades legislativas, es la habitual de la derecha vernácula, pero más violenta y radical que nunca. Presenta un fuerte sesgo anti-industrial y enorme contenido antipopular, al producir una devaluación del 120% sin compensación para la clase media, y contemplando sólo, para los más vulnerables, un aumento de los subsidios alimentarios y por hijo que pronto será devorado por una inflación desbocada que el gobierno estimula con declaraciones irresponsables. Las numerosas desregulaciones del inconstitucional mega-decreto del 20/12, que van desde suprimir derechos laborales hasta la eliminación de normas básicas de defensa al consumidor habituales en los países civilizados, llegan incluso a facilitar la compra, sin límites, de grandes extensiones de tierra por parte de millonarios extranjeros, que será a precio de remate en un país empobrecido, que se empobrece más, y de manera acelerada, con estas medidas. Esto marca una diferencia fundamental de nuestra extrema derecha con sus equivalentes del hemisferio norte: mientras las del norte sostienen políticas nacionalistas, de defensa de lo propio, la nuestra ataca al trabajo argentino, desprecia la soberanía de nuestro territorio, y se somete políticamente a una declinante potencia norteamericana, llegando al extremo de pretender adoptar su moneda como propia.
Los efectos de estas políticas son fáciles de prever: nueva caída del valor real de salarios y jubilaciones –que se agrega a la del gobierno anterior-, consecuente contracción del mercado interno, achicamiento y cierre de pequeños y medianos comercios y pymes industriales, retroceso de la clase media y fuerte aumento de la pobreza, más caída y achicamiento de algunas grandes empresas no asociadas al poder de turno, en beneficio de millonarios negocios financieros –y de los otros- en un marco de empobrecimiento general. No hay que ser adivino para predecir eso: sólo hay que conocer la historia económica argentina. Este modelo sólo cierra con represión, y sus promotores lo saben, y por eso anuncian fuertes restricciones a la libertad de manifestarse junto con la más absoluta libertad de empresa, que será casi la única libertad que se sostenga.
El modelo neoliberal, al achicar el Estado, reduce el peso en nuestra sociedad del único poder democrático, y en su lugar entroniza el poder omnímodo del capital concentrado, conducido por gente a quien nadie vota, y que se reelige indefinidamente. El DNU del 20/12/2023, elaborado por grandes empresarios, es un ejemplo del sometimiento del Estado a su poder. Es, entonces, un modelo profundamente antidemocrático.
Las economías capitalistas exitosas, como por ejemplo las del norte de Europa, que combinan alto PIB por habitante con baja inseguridad, pobreza ínfima y la más igualitaria distribución del ingreso, lejos de adoptar el neoliberalismo, tienen un Estado fuerte, independiente del capital, con impuestos altos que vuelven al ciudadano bajo la forma de salud y educación de calidad, y excelentes servicios públicos. Ese es el capitalismo exitoso.
En el actual gobierno, hay también quien quiere que seamos como Alemania…, como la Alemania de 1933.
(*) Licenciado en Economía- UBA
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