Desde fines de marzo del 46, cuando los cómputos electorales hicieron evidente el arrollador triunfo de Perón y que, además, iba a contar con el control absoluto del congreso nacional, la lapicera del todavía coronel, comenzó a gobernar. Entendámoslo: el presidente saliente, Edelmiro Farrell, al revés de lo que suelen hacer los presidentes salientes en los meses previos a su salida del escenario, que se limitan a ordenar los asuntos del gobierno que están por entregar, tomó dos resoluciones que, de costumbre, llevarían meses de discusión legislativa: 1) Nacionalizó, en marzo de 1946, por decreto presidencial, el Banco Central y los depósitos bancarios de todos los bancos que operaban en el país. 2) Creó, apenas una semana antes de la asunción del nuevo presidente, ahora general Perón, el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio, que pasaría a la historia con el famoso nombre de IAPI.
Ahora empecemos a mirar con lupa esas dos jugadas, porque van a ser los dos pilares básicos no sólo de la economía peronista, sino también del Estado peronista y su política social. Detrás de los dos decretos de Farrell, estaba la lapicera de Perón. Pero ¿quién estaba detrás de Perón, que no era economista, sino militar y político? Se llamaba don Miguel Miranda, era un empresario hojalatero y se había conocido y enchamigado con Perón en sus tiempos de secretario de Trabajo y Previsión y vicepresidente. Miranda era presidente de una Corporación para la Promoción del Intercambio. Solicitó y obtuvo la disolución de su Corporación y la creación del IAPI. Fue nombrado presidente del IAPI, presidente del banco Central y, al mismo tiempo, secretario de Asuntos Económicos: con razón iba a ser conocido como “el zar de las finanzas”. Fue más que eso, fue el superministro de economía de los cuatro primeros años del gobierno peronista.
Ya tenemos la máquina montada y su conductor al volante. Ahora veamos cómo funcionó, mientras funcionó bien. (En 1949, la máquina empezó a andar mal y don Miranda se tuvo que ir). Empecemos por la nacionalización del Banco Central y de los depósitos bancarios: significaron que el Estado argentino manejaba ahora él y no los antiguos accionistas el valor de la moneda argentina, la cuantía de las reservas, y la dirección de los créditos bancarios. Dicho en pocas palabras, la economía peronista se definió como fuertemente estatista: ya no era el mercado el que pisaba fuerte, ahora lo era el Estado.
En cuanto al IAPI, éste, desde los primeros meses del gobierno de Perón, se convirtió en el motor central de la economía argentina. Monopolizó la compra de granos y carnes, pagando barato a los productores del campo. Monopolizó la exportación de esos productos a precios caros al mercado europeo que, como ya vimos, salió de la segunda guerra con su economía productiva en ruinas. Monopolizó y direccionó las importaciones favoreciendo a las industrias locales que producían para el mercado interno, compró los ferrocarriles ingleses, adquirió una flota mercante del Estado, que le aseguraba a éste el negocio del flete internacional de granos y carnes. El Banco Central se atestó de barras de oro que garantizaban el valor de nuestra moneda a 4$ por dólar.
¿Quiénes fueron los perjudicados por semejante modelo? 1) Las grandes compañías agroexportadoras, las inglesas Rabinow y Dreyfus, que, asumiendo con realismo inglés que ya no eran los dueños de semejante negocio, siguieron participando como socias menores del Estado. 2) Los grandes productores rurales de la pampa húmeda, que tenían que vender ahora sus productos a los precios que les fijaba el IAPI. Los socios de la Sociedad Rural se quejaban, pero se consolaron pensando que el odiado Perón al menos no les estaba enajenando los campos con la reforma agraria que había prometido durante la campaña y que nunca iba a hacer. 3) Los latifundistas no productores, que vivían del arrendamiento de sus campos, sin hacerlos producir ellos mismos, tuvieron que resignarse a seguir soportando que lo que el productor le pagaba por sus tierras arrendadas, quedara fijado en el año 43. Cuando se presentó la inflación en serio, en 1949, 50, 51 y 52, los arrendamientos no se actualizaron y el asunto se les convirtió en una calamidad: les ofrecían en venta esos campos a sus arrendatarios y estos no se los querían comprar, preferían seguir como arrendatarios. 4) Los medianos y pequeños productores también, porque, aún favorecidos por la baratura de los predios que alquilaban, se veían perjudicados porque lo poco que les habían pagado Rabinow y Dreyfus, siguió siendo poco en manos del IAPI. En síntesis, “el campo” ya odiaba al peronismo antes de que naciera y lo seguiría odiando por décadas, hasta convertir ese odio en una tradición argentina.
Ahora veamos a los beneficiados 1) El Estado mismo, al que el IAPI enriqueció a manos llenas mientras la exportación fue floreciente (1949). 2) Los industriales nacionales, hacia quienes se direccionó el crédito bancario barato, se les subvencionó los aumentos que tuvieron que concederles a los trabajadores y se los protegió de la competencia extranjera, que era capaz de producir y vender más barato que ellos. Aun así, la Unión Industrial Argentina, que incluía empresas ligadas al mercado internacional, siguió siendo antiperonista, como lo había sido en los tiempos del Secretario de Trabajo y candidato a Presidente. La razón es evidente: todas tenían que pagar más a sus trabajadores, aguinaldo, vacaciones, aporte jubilatorio, licencias por enfermedad, accidentes de trabajo, indemnización por despido. Añoraban los tiempos de la década infame, cuando se beneficiaban del proteccionismo mientras que a los derechos laborales que habían conseguido sancionar los legisladores socialistas se los pasaban por el tuje. En criollo: los industriales argentinos disfrutaban de los beneficios del proteccionismo, pero no de las cargas sociales que eran su contraparte. Perón, usando una vez más la lapicera, terminó disolviendo la UIA en el mismo año 46 y creando una central empresaria afín: La CGE de José Ver Gelbard, que nunca fue mayoritaria entre los industriales. La UIA, una vez resucitada en el 55, volvió a ser antiperonista hasta hoy. Otra tradición argentina.
Finalmente llegamos a los principales beneficiarios de las políticas del Estado Peronista; los trabajadores, sus familias, las madres solteras, los viejos jubilados o no, los estudiantes de familias pobres, los niños y hasta los presos comunes. Los beneficios que obtuvieron con Perón fueron tantos, que el lector va a tener que tener la paciencia y la lupa bien sostenida para dimensionar el valor real que tales beneficios tuvieron en la vida cotidiana y en el futuro de las clases populares argentinas. Se las voy a empezar a enumerar, pero también mostrar sus efectos reales, sentidos, recordados para siempre, por sus beneficiarios. Que se volverían peronistas hasta hoy: otra tradición argentina.
Ya hemos mencionado el aguinaldo, las vacaciones pagas y la indemnización por despido. Ahora sumemos el seguro por accidentes de trabajo, a cargo de los patrones. Los sueldos subieron entre 1946 y 1948, un promedio de 40% en su valor real de compra, lo que provocó una mayor capacidad de consumo, en ropa, en alimentos, en compra de aparatos nuevos como la heladera, el lavarropas, la máquina de coser y la radio. Ahora, en todas las viviendas argentinas, había una radio, que le informaba a la gente todos los días lo que pasaba en el mundo y en el país, los emocionaba con sus radioteatros, y les hacía escuchar frecuentemente la voz del presidente. El PBN, o sea todo lo que se producía en el país, ascendía todos los años un 8% y la distribución de sus ganancias llevaban el 55% de la torta a manos de los asalariados. Se aumentaron los feriados nacionales, se eliminó el trabajo de los días sábado, salvo en comercios o industrias que pagaran horas extras. Se concretó así aquello por lo que bregaron durante décadas los sindicalistas y los socialistas, sin conseguirlo: las 40 horas de trabajo semanal, los fines de semanas libres para dedicarlos al asadito, al deporte, al cine del sábado a la noche o la matineé de los domingos para los chicos; ahora había plata para eso. Y también para ir a escuchar y bailar tangos, que llegaron en esos años a su época de oro. Sigamos sumando: cada sindicato pudo contar con su club sindical, muchos con su sanatorio gremial y su obra social, que, como hasta hoy, les abarató a sus afiliados en un 40 o 50% el precio de los medicamentos. Le seguirían los hogares escuela y los policlínicos creados por impulso de la Fundación Evita y la gestión del ministro Ramón Carrillo.
No es que esté terminando con la enumeración de los beneficios que les dio aquel primer peronismo a las clases populares, sino que, para que hagamos ver el mejor de todos los dispositivos sociales que montó, y la asombrosa manera en que funcionó y pasó a la historia, necesitamos más páginas. Usted lo conoce como “Fundación Eva Perón”, ya llegará el momento de ocuparnos de ella.