La economía argentina viene decepcionando al pueblo desde hace mucho: entre 1975 y 2023 creció, según el Banco Mundial, sólo un 27% por habitante, mientras Brasil lo hizo en un 77%, Uruguay un 151% y Paraguay un 167%. Y entre 2011 y 2023, cuando esos mismos países crecieron hasta un 20,7% per cápita, el nuestro cayó un 11,1%. Un desempeño que nos empobreció mucho, llevando a que en la última votación la gente eligiera a un presidente cuya personal frustración e iracundia sintonizaba con el hastío y el justo enojo que la mayoría sentía. Pero el ropaje novedoso y disruptivo no podía ocultar, como se dijo aquí en diciembre pasado, que se trataba de un gobierno neoliberal más.
Y es así que, a casi nueve meses de iniciado, este cuarto ensayo de la misma ideología no puede dar a luz una criatura distinta a las tres anteriores: el INDEC estima una caída de la actividad económica del 4% para este año; la CEPAL (Naciones Unidas), también para 2024, calcula una baja del Producto Interno Bruto (PIB) argentino del 3,6%, mientras América Latina y el Caribe crecerían un 1,8%; el consumo se reduce, en julio de 2024, un 16,1% interanual en supermercados y autoservicios, y en agosto caerá mucho más, según la consultora especializada Scentia. Los salarios reales registrados bajaron, entre noviembre 2023 y junio 2024, un 9,8%, y los informales, 18,9%; las jubilaciones también se derrumbaron. Con este panorama de nuestra economía y de los ingresos populares, no puede sorprendernos que la pobreza haya aumentado al 55,9% de la población, y la indigencia, al 20,3%, según la Universidad Católica Argentina, en base a datos del INDEC. El único logro que puede exhibir esta gestión es la reducción de la tasa de inflación, conseguida en base a la profunda recesión descripta, y a un dólar cada vez más barato que, más temprano o más tarde, conducirá a una devaluación ruinosa para los ingresos populares como fue la del pasado diciembre, si se hiciera en el mismo marco de política.
Este cuadro económico está produciendo, por supuesto, la pauperización de la clase media, la destrucción de numerosas pequeñas y medianas empresas y un aumento importante del desempleo, lo que tiende a profundizarse. El discurso oficial, acomodándose a esta realidad, giró desde el célebre “el ajuste lo va a pagar la casta”, a una apelación al sentido común de que éste es un sacrificio necesario para el despegue definitivo de nuestra economía. Algo parecido al: “para que el país alcance su destino de grandeza…” que pregonaba el primer ensayo neoliberal, entre 1976 y 1981. Argumento que suena creíble para un observador desprevenido: en nuestra vida personal, a veces elegimos hacer un sacrificio para mejorar nuestro futuro, como sería, por ejemplo, ahorrar durante años para tener la casa propia, o para iniciar un emprendimiento que mejore nuestros ingresos. Pero, ¿es éste el caso?
Pues no, porque la inversión, que es la base para el crecimiento futuro, cayó un 23,4% entre el primer trimestre de este año e igual período del anterior, según el INDEC, alcanzando un raquítico 16,3% del PIB. Y tampoco tiene sentido para la mayoría de las empresas invertir, porque la demanda es bajísima debido al derrumbe del consumo interno, a la fuerte caída de la inversión pública y privada, y a la pérdida de competitividad de las exportaciones por el atraso cambiario. El uso de la capacidad instalada en la industria cayó un 20% en el último año, según el INDEC: casi la mitad de la capacidad de producción está ociosa.
Entonces: ¿cuál es el sentido de estas políticas? Pierden los asalariados y los jubilados, pierde el comercio por la caída del consumo, quiebran numerosas pymes, y unas cuantas empresas multinacionales se van del país; el PIB cae, la inversión se derrumba… ¿Para qué?
En el caos, y en la guerra, siempre hay beneficiarios: dime quién te promovió y te apoya, y de diré a quién sirves. Los más grandes empresarios de la Argentina, que ganarán con las privatizaciones y concesiones del Estado, y con tantas otras cosas; los grupos financieros internacionales, que lucran con los enormes negocios financieros que todo gobierno neoliberal que se precie les ofrece generosamente, a costa del país; algunas multinacionales extranjeras, que a favor de leyes como la que promulgó el RIGI (Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones: si tenés menos de 200 millones de dólares, no es para vos) se apropian a precio vil de nuestros recursos naturales, petroleros y mineros, y vaya a saberse de cuántas cosas más, con la garantía de conservar esos privilegios por 30 años, establecida en una ley aprobada por nuestro Congreso, pero inspirada por los estudios jurídicos de las empresas beneficiarias. Y los amanuenses que escribieron esas leyes, y muchos de los políticos que las aprobaron; y los líderes provinciales que dijeron que sí para recibir algunas migajas del festín ajeno. Son unos cuantos, pero integran un grupo muy selecto, nacional y foráneo: el pueblo argentino paga.