La idea es exponer diversos acontecimientos que marcaron la lucha de los sectores populares argentinos en la búsqueda de cambios en sus condiciones de vida. Me dedicaré a los correspondientes al siglo XX, ya que los del XIX son más conocidas. Además, son los que dieron origen y destino a los dos movimientos políticos que marcaron el siglo y aún están vigentes: primero el radicalismo, después el peronismo.
Los años 80 fueron los del Orden Conservador: orden y progreso eran las optimistas consignas de la generación del 80. La inserción de las carnes, el trigo y las lanas en el mercado inglés, daban lugar a ese progreso que se creía eterno y al liderazgo conservador ligado al campo, que también se creía eterno: el general Julio A. Roca era su encarnación.
Pero el cambio social vino de la mano del progreso: la inmigración de esos años, de mayoría italiana, fue gigantesca, sólo superada por la norteamericana. Pero esa inmigración no fue de técnicos alemanes como proyectaba Sarmiento, sino del pobrerío europeo que venía con el sueño de enriquecerse. Formaron colonias agrícolas en Santa Fe, Córdoba y Entre Ríos, pero la mayoría fue a parar a los conventillos de una Buenos Aires que se pensaba opulenta, cuyas clases dirigentes se esforzaban por hablar bien el francés, edificarse mansiones y pasear por los bosques de Palermo. El gobierno en manos de Juárez Celman gastaba en obras públicas opulentas y se endeudaba para hacer de Buenos Aires una ciudad que se pareciera a París. Los bancos se enriquecían prestando y cobrando intereses. Para 1889, todo eso se vino abajo: el patrón oro se fue a las nubes, el Estado y muchos particulares no pudieron pagar sus deudas ni frenar la especulación, los alquileres treparon a las nubes y los inquilinos no podían pagar, y el peso se despreció, lo único que se mantenía estable era el valor de los alimentos. El gobierno de Juárez Celman era acusado de corrupto y se juntó frente a él una oposición que iba de los católicos, a los mitristas desplazados del poder: Pero mucho más importante que eso, de una naciente clase media que sufría junto a los trabajadores y los campesinos las peores consecuencias del desbarajuste.
El mitin del Jardín Florida, convocado por jóvenes insatisfechos, tuvo un sorprendente poder de convocatoria opositora, en septiembre del 89. Allí se luce y concita expectativas, un hombre de Balvanera, antiguo autonomista y retirado de la política: Leandro N. Alem. Con él y su alianza con el derrotado Mitre nace y se propaga como el fuego por Buenos Aires y también en las provincias, la Unión Cívica. Multitud de locales que comienzan a llamarse comités surgen como hongos, y sus partidarios empiezan a usar boinas blancas y se inventan una bandera tricolor.
Alem sabía que no podía ganar elecciones acostumbradamente fraudulentas, sin voto secreto ni obligatorio ni nada que se parezca a una sana contienda democrática. Así que se propuso, dada la oferta de oficiales del ejército, acaudillar una revolución armada que tomara el poder y convocara después a elecciones limpias. El 26 de julio de 1890 por la mañana se desató por fin la revolución del parque de artillería, que quedaba donde hoy está el Palacio de Tribunales. Nunca hubo golpe de Estado más torpe que ese.
1º acto: el 5-4-90 un grupo de oficiales con mando de tropa ofrecen a Alem hacerle, a su pedido, un golpe de Estado para apoderarse del gobierno. Alem insiste en que la participación de civiles debe ser preponderante. Desde ese momento la conducción de la Unión Cívica se dedica a conspirar, Buenos Aires entero a enterarse que se viene un golpe que terminará con los conservadores.
2º acto: el gobierno y el general Roca lo saben y dejan hacer. Los revolucionarios nombran al general Manuel J. Campos como su jefe militar. El gobierno lo detiene, Roca lo apalabra y después lo suelta: 22-6-90.
3º acto: el 26-6 a la madrugada se instalan, frente al parque de artillería, en la plaza Lavalle, tres regimientos de infantería, uno de artillería, un batallón de ingenieros y unos cadetes del colegio militar. El presidente Juárez Celman recibe el consejo de ausentarse, y se va a Córdoba. Carlos Pellegrini y, detrás suyo, el general Roca, se encargarán del asunto.
4º acto: un reducido número de efectivos leales rodean a los revolucionarios y les impiden marchar sobre la casa de Gobierno (¿!). León Trosky, a estas alturas, se estaría cagando de risa: si fuera por eso, él jamás hubiera tomado el palacio de invierno de los zares. El general Campos informa a los revolucionarios que, lamentablemente, en el parque no hay muchas armas ni municiones y no manda romper el cerco.
5º acto: se combate durante el 26 y el 27. Los revolucionarios tienen más de mil muertos.
Acto final: el 28 los revolucionarios discuten entre sí y se tirotean entre ellos en el interior del parque de artillería por decidir si se rinden. El 29: capitulación.
Si a usted este sintético relato no le cierra del todo, la culpa no la tengo yo. Vayamos sumando traiciones que los historiadores encontrarán después. 1ª) El general Mitre, uno de los dos jefes de La Unión Cívica, había encontrado oportuno ausentarse en viaje a Europa 2ª) el general Campos, apalabrado por Roca, se había decidido a paralizar la acción. 3ª) Roca y Pellegrini habían encontrado oportuna la revolución del parque para obtener la renuncia del inepto presidente Juárez Celman y, al mismo tiempo, impedir que Leandro Alem se hiciera con el gobierno. Triunfaron en toda la línea: el nuevo presidente sería Pellegrini y su ministro el zorro Roca. Habían salvado el orden conservador. Lo que no pudieron impedir fue el crecimiento acelerado de la Unión Cívica, que no olvidó a sus mártires y en pocos años se convertiría en la Unión Cívica Radical.