Suele afirmarse que para el peronismo la más importante de las políticas es la política exterior. Puede parecer algo extraño, habida cuenta que los mayores logros de los gobiernos de Perón están reflejados en todo el territorio argentino, tanto en materia física, en innumerables obras de infraestructura económica, social, educativa, sanitaria; en el campo político, con la Constitución de 1949; como en el espiritual, a través de la doctrina justicialista.
Sin embargo, al considerar la historia de la Argentina, observamos que cada sector dominante tuvo una determinada articulación externa, que establecía las relaciones de poder internas. Durante la segunda mitad del siglo XIX, la incorporación al mercado mundial regido por el Reino Unido a través de la división internacional del trabajo, impuso un modelo económico hacia afuera, como proveedor barato de materias primas.
En ese contexto, los gauchos debían ser peones, despojados de su libertad, tal como los pueblos originarios debían ser sometidos y despojados de sus tierras. No hubo colonización, al estilo de Estados Unidos por la misma época, sino que primó e latifundio. En vez de una clase media rural, la oligarquía terrateniente asentó su poder sobre la gran propiedad. Es el camino que va del Martín Fierro a Segundo Sombra.
En los últimos decenios del siglo XX, el modelo sería de valorización financiera, impuesto por la dictadura de 1976-83. La articulación externa sería con Estados Unidos, el endeudamiento sin límites el motor de un modelo que destruyó los esfuerzos industrialistas nacionales, pero que no pudo establecer su continuidad en el tiempo.
Había que disciplinar a los obreros, destruir los sindicatos, vaciar de contenido a los partidos. Desmantelar el Estado de Bienestar. La oligarquía financiera basó su poder sobre el control de las finanzas y el manejo de la deuda externa, a través de los organismos internacionales de crédito y el establecimiento de condicionalidades extra-económicas (privatizaciones, flexibilización laboral, libre flujo de capitales), lo que aseguraba el control real.
Ese modelo no sólo es injusto, sino que además es inviable. Exige un ejercicio del poder permanente, por encima de la democracia; no es capaz de producir el excedente económico que lo haga sustentable, ya que lo fugan a cambio de deuda… exige una sumisión permanente a los dictados internacionales.
La política seguida desde 2003 hasta 2015 demostró que es posible, sino necesario, recuperar márgenes de maniobra en la articulación externa, eso que llamamos Soberanía, para resolver los propios problemas internos. Y esa política exige coherencia para ser sustentable.
Así, el pago al FMI y la renegociación de la deuda externa quitó poder a los organismos y a los bonistas (muchos de ellos argentinos); al mismo tiempo crecimos sobre la base de la expansión del mercado interno (distribución del ingreso); comenzaron los juicios a los militares genocidas (falta la parte civil) y tuvimos ampliación de derechos. La política exterior consistió en la integración sudamericana.
En estos momentos seguimos en negociación con el FMI, por una deuda que el macrigobierno fugó, como siempre hacen. Al mismo tiempo, la perspectiva de gobiernos populares en América Latina vuelve a abrir la ventana de la integración, sólo que esta vez habrá que ir más a fondo.
La inversión nacional, pública y privada, será siempre el eje del desarrollo, y bienvenidas sean las inversiones rusas y chinas para sostener inversiones en infraestructura, con incorporación de mano de obra argentina y una progresiva sustitución de importaciones. La entrada de la Argentina en la Ruta de la Seda es una buena noticia: hay que consolidar las relaciones sur-sur.
Con este breve análisis, pienso que para el peronismo, la política exterior es la continuación de la política interior por otros medios. Por eso es esencial, y debe ser Soberana: tenemos mucho que hacer. –