En julio de 1944, hace 79 años y poco antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, se reunió lo que denominaron “Conferencia Monetaria y Financiera de Naciones Unidas”, reunión celebrada en un hotel de Bretton Woods, New Hampshire EE UU. Se reunieron representantes de 45 países, obvio de los llamados “aliados”.
En esa reunión se parió un nuevo orden monetario internacional con la supremacía del dólar, consolidando la hegemonía económica, política y militar norteamericana. Estos países, incluido Inglaterra, reconocieron el fin de la hegemonía británica. Fue una de las formas en que EEUU aseguró el fin de la guerra y al mismo tiempo se hizo el “imperio” o “amo” del mundo. Se “acordó” la creación del Fondo Monetario Internacional, con un gran peso de Estados Unidos y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), que luego se convertiría en el Banco Mundial. Estados Unidos como Inglaterra concentraban casi el 50 % de los votos (34,23 % Estados Unidos y 14,17 % el Reino Unido).
El objetivo de esta nota no tiene relación con esa historia específicamente que puede ser analizada y estudiada en múltiples trabajos de importantes expertos. Lo que en realidad queremos establecer como punto de análisis es, si ese sistema, con las modificaciones de los tiempos pero con los objetivos intactos, sigue siendo valedero para esta época.
En la última reunión del G 7, el papel y la representatividad del organismo fue severamente cuestionado por el secretario general de las Naciones Unidas, invitado especial a la cumbre japonesa. “En el marco de la economía y las finanzas globales existe una distorsión injusta y sistemática a favor de los países ricos que, como es natural, ha generado una enorme frustración en el mundo en vías de desarrollo”, subrayó Antonio Guterres, quien además alertó que “era hora de reformar el Consejo de Seguridad y las instituciones de Bretton Woods para redistribuir el poder de acuerdo con la realidad del mundo de hoy en día”.
Casi simultáneamente en Ciudad del Cabo se realizó el encuentro de los ministros de Relaciones Exteriores de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), preparando la cumbre de jefes de Estado y de gobierno de la organización prevista para el próximo agosto en Johannesburgo.
Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Francia, Alemania, Japón y Canadá, los siete países que fueron los más potentes del mundo, desde hace un buen tiempo dejaron de ser representativos de la economía global y su hegemonía internacional se ve cuestionada, como nunca antes, por China y un núcleo cada vez mayor de países emergentes. El dato mata al relato, la realidad puede más que los discursos y los estereotipos.
Si el G7 respetara las jerarquías actuales del PIB mundial, solo Estados Unidos y Alemania conservarían sus asientos y hoy sería mucho más asiático que occidental. La República Popular China, India, Brasil y Corea de Sur ocuparían una silla y la última estaría en disputa entre Francia e Inglaterra y no por mucho tiempo. Esa pérdida de protagonismo en la escena de la economía fue la que llevó al ex presidente Obama en 2008, a desplazar el centro de gravedad entre gobiernos a favor del G20.
El Secretario de la ONU denunció que los países del G7, cuya población total es de 772 millones de personas, recibieron del Fondo Monetario Internacional 280.000 millones de dólares para recuperarse de la crisis de la pandemia, mientras el continente africano entero, donde viven 1.300 millones de personas, recibió solo 34.000 millones de dólares (nada dijo de los 50 mil millones que recibió el macrismo en Argentina para tratar de sostener un gobierno y terminaron fugándosela).
El llamado Tercer Mundo, Países en vías de Desarrollo o el más reciente Sur Global ha cobrado una dimensión tal que atrae la atención de académicos, políticos, economistas, diplomáticos y el temor de las potencias en retirada. No es un área delimitada absolutamente por coordenadas geográficas es un concepto geopolítico. De él forman parte la gran mayoría de los países de América Latina, África y Asia que de alguna forma no pertenecen al mundo desarrollado y comparten y adoptan un conjunto de posiciones que cuestionan la hegemonía que ese mundo ejerce en las instituciones internacionales desde la Segunda Guerra Mundial.
Sus antecedentes nos llevan a lo que se conoció como el Movimiento de los Países No Alineados que fue el primer intento de la creación de una convergencia entre los países que querían mantener distancia de los ejes de la guerra fría siendo los jefes de estado Nehru de la India, Nasser de Egipto y Sukarno de Indonesia los promotores de la idea, influyó mucho la ideología y el pensamiento de Juan Domingo Perón, ya para ese momento derrocado. Si hoy incluimos a China, el peso económico de estos países es infinitamente superior al de aquellos países que a mediados del siglo pasado constituyeron un tercer bloque alternativo a los encabezados por Estados Unidos y la Unión Soviética.
El BRICS, que fue creado por Brasil, Rusia, India y China en 2006 -al que se unió Sudáfrica en 2010- representa más de la mitad de la superficie y la población del mundo y sus economías, medidas en paridad de poder adquisitivo, superan ampliamente a la de los países del mundo “desarrollado”. Se presentan como los arquitectos de un nuevo orden internacional, convirtiéndose en un referente político, económico y diplomático para ese Sur Global. Ya cuenta con una institución financiera propia, el Nuevo Banco de Desarrollo, que preside la ex Presidenta de Brasil Dilma Rouseff, está trabajando en el lanzamiento de una nueva moneda, para sustituir al dólar como reserva de valor y como de medio de pago para las transacciones comerciales entre los países miembros.
La creciente importancia del BRICS está dada quizá en la aceptación de la multipolaridad (ninguno de los miembros BRICS, al igual que una gran cantidad de gobiernos de América Latina, África y Asia, ha acompañado a EE UU y la Unión Europea en las sanciones impuestas a Rusia; han mantenido una posición de neutralidad y promovido el cese al fuego y la búsqueda de una solución política al conflicto) y se refleja en la larga lista de países -Argentina, Irán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Indonesia, Nigeria y la República del Congo- que quieren ser miembros y muchos de ellos ya participaron en el último encuentro sudafricano de manera virtual o presencial como “amigos de los BRICS”.
La única verdad es la realidad y ante ella es que uno debe rendirse, el BRICS es un protagonista decisivo en la escena mundial, cada vez más una expresión institucional que cataliza el interés de todos aquellos que se reconocen entre sí, que buscan salir del atolladero unipolar de EEUU, reforzando la construcción de un orden alternativo. Mala noticia para los neoliberales, los años 20 de éste siglo no tienen nada que ver con los 90 del siglo pasado.
Cada transición histórica ha probado ser difícil, seguramente un parto doloroso con guerras, pandemias, crisis internas, inestabilidades, tendremos que aprender a vivir con constante incertidumbre en este nuevo orden mundial.
El oriente y el occidente ya son solo conceptos que sirven para saber de qué lado sale o se pone el sol.