El orden conservador que dominó la Argentina después de Rosas, había conseguido insertar la economía nacional en el orden internacional gracias a las carnes congeladas, los cueros, la lana y los cereales. Su socio principal era el imperio inglés, que trajo el ferrocarril, las empresas inglesas y sus manufacturas. Junto con todo eso vinieron los inmigrantes europeos, buscando escapar de las guerras y la pobreza.
Entre 1857 y 1914 se radicaron aquí más de 2 millones, con predominio italiano y español. 3 de cada 10 habitantes del país y la mitad de los de la ciudad de Buenos Aires, eran extranjeros. No eran los técnicos alemanes con los que soñó Sarmiento, eran pobres y fueron a parar a los conventillos. Muchos eran anarquistas y comunistas emigrados después del fracaso de la comuna de París y la disolución de las “internacionales” revolucionarias. Esperaban vivir mejor en la Argentina.
Comenzaron por formar sociedades de socorros mutuos, sin intenciones políticas. A fines del siglo había 79 italianas y 57 españolas. Las condiciones del trabajo asalariado eran pésimas: se pagaba por semana y no estaba asegurado el trabajo de la siguiente, se trabajaba (también mujeres y niños) hasta 11 horas diarias. Ningunos de los derechos laborales que hoy nos parecen “naturales” existían: nada de seguros por accidentes de trabajo, vacaciones pagas, licencia por enfermedad, aguinaldo, paritarias ni descanso dominical.
En 1877, la Sociedad Tipográfica Bonaerense fue a la huelga por un aumento de sueldos pero fracasó. En 1904, un conservador ilustrado, ministro del Interior de entonces propuso algo sensato y envió su proyecto a las cámaras: jornada laboral de 8 horas, reglamentación del trabajo de mujeres y prohibición del de los niños, reglamentación del trabajo nocturno, descanso dominical, seguro por accidente y reglamentación de las actividades sindicales. Se opusieron los empresarios, los sindicatos y por supuesto, los anarquistas. Se llamaba Joaquín V. González y lo conocemos porque escribió “Mis Montañas” y no por esto.
En la década del 80, llegaron los anarquistas y socialistas con sus experiencias europeas a cuestas: comenzaron a organizar a la clase trabajadora. Lo malo era que rivalizaban entre sí y cada vez que intentaban unirse en Federación, fracasaban. Terminaron formando cada cual la suya. Desde el comienzo, los socialistas tuvieron más éxito. Pero ambas tuvieron sus problemas porque no conocían el país. Los anarquistas despreciaban al Estado y al capital, tanto que despreciaban hasta la propia organización. Para ellos, la huelga general era la estrategia única que paralizaría la nación y haría sobrevenir la conciencia general de que Estado y Nación no eran sino trampas para la realización de los pueblos (Bakunín). El complemento táctico de tal estrategia era la violencia.
Entre ellos vino un español llamado Antonio Pellicer Paraire, que en 1900 escribió una serie de artículos titulada “La Organización Obrera”. Allí decía que “la mayoría de los anarquistas se muestra adversa a toda coordinación permanente, se confía demasiado en el mito del pueblo y la espontaneidad”. Propuso una organización económica dirigida a mejorar la suerte de los trabajadores y una sociedad revolucionaria destinada a producir una sociedad nueva y mejor. Cada grupo de trabajadores del mismo oficio tenía que crear su propia organización y todas ellas una federación común o “comuna revolucionaria” que sería el núcleo de la futura sociedad anarquista.
Para 1901, este tipo de organizaciones estuvieron en condiciones de proponer una alianza con los socialistas. Formaron juntos la Federación Obrera Argentina (FOA). Para 1902 ya estuvieron en condiciones de pelearse unos con otros, acusándose mutuamente de “fraudulentos”. Los anarquistas de Pellicer se quedaron con la FOA y la convirtieron en la FORA. La R se agregó para indicar que era una Regional con pretensiones de inserción internacional.
Los socialistas formaron la UGT (Unión General de Trabajadores). Pero por encima de ella, Juan B. Justo formó el Partido Socialista, que como todos sabemos era un partido y no un sindicato. El problema para los sindicalistas socialistas era que tenían que responder a las directivas autoritarias del partido y este tenía muy poco de populista y mucho de liberal.
Sea como fuera, entre anarquistas, socialistas, futuros comunistas y sindicalistas libertarios, peleaban por los derechos obreros, acaudillaban huelgas sectoriales o generales (6 entre 1900-10) y las oligarquías empresarias y políticas tenían un molesto problema que pretendían resolver con represiones varias: policía, “grupos patrióticos” violentos, cierre de sedes sindicales, tiros, muertos y apaleados. De vez en cuando negociaban.
Sociedad tipográfica Bonaerense
Semana trágica 1919
Merecen destacarse la sanción en 1902 de la Ley de Residencia, sancionada por el Congreso para la deportación de cualquier extranjero que “comprometiera la seguridad nacional o perturbara el orden público” y la posterior “Ley de Defensa Social” que prohibía que los anarquistas entraran al país, propagasen sus ideas o realizasen actos públicos.
Los pasquines, las manifestaciones, las huelgas continuaron y aumentaron, llegando a su apogeo en el año del centenario, mientras la Argentina paqueta recibía a celebridades de todo el mundo. Las celebraciones se realizaron, pero el país estaba convertido en un campo de persecuciones. El 18 de mayo las federaciones obreras decretaron la huelga general. Pero ya el 13, el gobierno inició la cacería de dirigentes gremiales. El 14 decretó el estado de sitio. Turbas reaccionarias “patrióticas” atacaron y destruyeron casi todas las sedes sindicales y los periódicos de la clase obrera. Se detuvo a miles de trabajadores y se deportó a varias docenas de ellos. El 26 de junio estalló una bomba en el teatro Colón y la opinión pública responsabilizó de ello a los anarquistas, se los encarceló, se deportó a cuanto dirigente de la FORA se pudo agarrar y se prohibió toda actividad sindical por dos años. Hubo fiesta del Centenario en paz, y la paz duró por varios años. Pero los problemas sociales y la falta de derechos laborales siguieron igual. Pronto veremos que fueron estas luchas las que engendraron la necesidad de que surgiera un gobierno populista.•
Próxima entrega: “Don Hipólito: el populista”.