La ciencia económica nos enseña que el dinero cumple tres funciones: medio de cambio, reserva de valor y unidad de cuenta. La primera de esas funciones nos permite desdoblar una operación de intercambio: en lugar de encontrar a alguien que, además de tener lo que yo necesito, necesite lo que yo tengo, puedo cambiar por dinero lo que tengo para vender (un producto, o un servicio), y luego usar ese dinero para comprarle a otra persona lo que quiero. Es mucho más fácil que hacer un trueque, que era el método de intercambio antes de que se inventara el dinero; esta función es la base misma de cualquier economía, y nuestro vapuleado peso la cumple bastante bien.
Pero no ocurre lo mismo con la función de reserva de valor: largas décadas de inflación, a veces muy alta, hacen que conservar pesos durante, por ejemplo, algunos meses, represente una pérdida inaceptable. En consecuencia, hemos aprendido a no guardar pesos en efectivo: o bien los colocamos en un banco, sea en depósitos indexados por inflación, o a interés, si la tasa compensa la inflación esperada, o bien…, compramos dólares.
En tercer lugar, como unidad de cuenta también usamos el peso: aunque los precios cambien con frecuencia, las cosas o servicios que compramos están valuados en pesos, normalmente. Pero algunas no: desde hace más de 40 años, el precio de los inmuebles se cotiza en dólares. ¿Por qué? Porque una operación inmobiliaria tarda tiempo en concertarse, y una vez concertada, la escrituración y el pago final demoran algunas semanas; entonces, para evitar la desvalorización de la moneda en ese lapso, usamos el dólar como unidad de cuenta, porque se desvaloriza mucho menos. Así que valuamos los inmuebles en dólares, pactamos el precio en esa moneda, y hasta solemos hacer el pago, total o parcialmente, en dólares billetes, en cuyo caso lo usamos, también, como medio de cambio.
Esto configura lo que llamamos una economía bimonetaria: nos valemos del peso para el intercambio cotidiano, pero usamos el dólar para ciertas transacciones grandes pero poco frecuentes, como la compra de un inmueble y, muchas veces, como reserva de valor, guardándolo en un banco nacional o extranjero, en una caja de seguridad, o en algún escondite.
Ahora bien: ¿es el dólar bueno como reserva de valor? A menos que obtengamos un interés igual o mayor a la inflación norteamericana, que en nuestro país no se da, vamos a perder algo, aunque mucho menos que con el peso. Pero perdemos: Estados Unidos tiene, históricamente, alrededor de un 2% de inflación anual: de modo que, si guardamos 1000 dólares sin cobrar intereses, al cabo de un año su valor real será equivalente (redondeado a dólares enteros, sin centavos) al de USD 980 de hoy; dentro de cinco años equivaldrá a 906, y dentro de diez, a 820 dólares de hoy, 18% menos. Eso es lo normal: pero entre junio 2021 y junio 2022, la inflación norteamericana fue del 9,06%, con lo cual, si guardamos esos 1.000 dólares hace un año sin percibir ninguna renta, hoy valen el equivalente a USD 917 de entonces; si lo hicimos hace 5 años, representan 827 de aquel momento, y, si los tenemos desde hace 10, hoy equivalen a USD 767: 23% menos. El dólar billete tampoco es idóneo como reserva de valor en el mediano o largo plazo.
Pero bueno, al ajustarlo con la inflación norteamericana, estamos hablando del valor real del dólar en EEUU: para ejecutar ese valor, para cobrarlo, tengo que gastarlo allá; aquí, el valor real de ese dólar puede ser mayor o menor, dependiendo de su cotización, porque en general el valor de 1 dólar en pesos sube, pero a veces aumenta más que los precios, y otras veces, menos. Para analizar este punto, hemos ajustado por inflación el valor del dólar en diversas fechas, llevándolo a pesos de hoy mediante el coeficiente CER, que elabora para cada día el Banco Central, en base al Costo de Vida Nacional del INDEC, Nivel General. Hemos tomado el dólar blue o paralelo, tipo vendedor, por ser el que sirve de referencia para las transacciones inmobiliarias (y para tantas otras cosas). Ese dólar, entonces, presentó en los últimos años las siguientes variaciones, según el diario Ámbito Financiero, para fechas seleccionadas (ver cuadro)
Como se ve, el valor real del dólar en Argentina es extremadamente volátil: equivalía a $ 210 de hoy en septiembre de 2014, bajó a $ 138 en enero de 2017, y en julio de este año se disparó a $ 352 de hoy; en períodos más cortos suele suceder algo parecido. Entonces: ¿es bueno el dólar como unidad de cuenta, para el mercado inmobiliario?
Imaginemos una situación, con datos reales: El 6 de mayo de este año un departamento estaba en venta a U$S 100.000, con el dólar blue a $ 201. Alguien decide comprarlo, tiene U$S 20.000 en efectivo, y tramita un crédito bancario por los restantes U$S 80.000, que equivalían a $ 16.080.000. Nuestro afortunado comprador presenta en el banco su envidiable recibo de sueldo, que alcanza para que le presten esa suma; el trámite se demora, digamos, 6 ó 7 semanas, y en renovada prueba de solvencia, nuestro comprador recibe un aumento de sueldo igual a la inflación, presenta el nuevo recibo para ampliar el crédito, y finalmente, el 22/7/2022 el banco le otorga el préstamo por $ 18.480.000, que es la exacta actualización del monto solicitado en mayo conforme al CER.
Parece que está todo bien, ¿no? Pero ocurre que, al 22/7, el dólar blue vale $ 338, no los $ 231 que valdría si sólo hubiera seguido a la inflación. Nuestro comprador ya no es tan afortunado, porque sólo puede comprar U$S 54.675 con su préstamo; para que la operación se concrete, entonces, el dueño le tiene que rebajar el departamento a U$S 74.675, un 25%. ¿Lo hará? Desde la percepción del comprador, eso parece razonable, porque el 80% del precio que ofrece vale igual en términos de poder adquisitivo, y el otro 20% (lo que tiene en dólares billetes), vale más aún; pero el vendedor tendrá la sensación de estar perdiendo una enormidad (25.000 dólares), y probablemente no acepte tal oferta. En realidad, en términos reales lo que el comprador ofrece vale más que lo pactado, pero representa menos dólares, porque el dólar se disparó a las nubes, por el motivo que sea. Ese aumento empobrece al comprador y enriquece al vendedor, pero como la operación se anula, ya no hay comprador ni vendedor: sólo quedan dos personas frustradas, un crédito cancelado, y un departamento vacío. Nuestra deficiente unidad de cuenta lo hizo, porque una unidad de medida tan volátil no sirve para medir nada; sería interesante que alguien analice los estancamientos que suele sufrir nuestro mercado inmobiliario a la luz de esta realidad. El dólar es bastante bueno como unidad de cuenta, pero en EEUU; acá, no.
Existe otra unidad de medida aplicable, que publica el Banco Central desde 2016: es el índice UVI, Unidad de Vivienda, que ajusta por el costo de la construcción y, al igual que el CER, tiene cotización diaria; esta medida es mucho más razonable, por ser proporcional al valor de reposición de los inmuebles. Sería perfectamente lógico que los precios de estos bienes se expresaran en UVIs en lugar de dólares, pero nuestro mercado inmobiliario no lo adopta. Se entiende: un índice es una abstracción, y es más difícil comprenderlo; en cambio, al billete verde lo puedo tocar, oler, y hasta acariciarle la melena a Franklin; es bien concreto, y entender las cosas palpables es más fácil, aunque nos genere frustraciones.-
PS: Para una propuesta de solución al problema de la dolarización del mercado inmobiliario, ver artículos de Andrés Asiain, en Página 12 del 31/8/2022 y domingos subsiguientes.-