El 7 de enero de 1919, hacía ya un mes que los obreros metalúrgicos de los Talleres Vasena estaban en huelga. El hecho no ocupaba lugar destacado en los principales diarios de Buenos Aires, puesto que había huelgas por todos lados. Otro sindicato poderoso, el de los marítimos, también estaba en huelga y había huelgas en el mundo entero: la posguerra europea se caracterizó por el gran malestar obrero en todo el mundo y en octubre del 17 había triunfado en Rusia la revolución comunista. Abundaban las huelgas pero también los revolucionarios radicales, ambos mezclados. Aquí, en los Talleres Vasena, abundaban los anarquistas.
Los Talleres sólo tenían de Vasena el nombre y el gerente. Los propietarios y miembros del directorio eran ingleses, los señores Lockwood y Prudan. Era un empresa con 2500 obreros, casi todos en paro. Se les reclamaban a los patrones los típicos reclamos obreros de esa época: jornada laboral de 8 hs. En vez de 11. El descanso dominical, aumentos escalonados de jornales y retorno al trabajo de los obreros despedidos por causa de la huelga. La empresa, sorda a los reclamos, contrató “crumiros” que es lo que hoy llamamos “carneros”. Nada del otro mundo. En esa época parecía normal y sucedía todos los días hasta en las más grandes empresas y hasta en la municipalidad de la Capital. En realidad, la situación era un polvorín que esperaba un fósforo, que no hubiera explotado de contar con leyes laborales justas, espacios de discusión paritarios, y un Estado atento que fuera más allá del “obrerismo” informal del presidente Yrigoyen.
Pero ese 7 de enero los talleres Vasena habían contratado carneros que iban atravesando el barrio obrero, que rodeaba los talleres, en camiones de ocasión. Los obreros en huelga, sus mujeres e hijos, acompañaban los camiones insultando a los carneros. Cuando llegaron a los talleres los cascotearon con palos y cascotes. La policía que custodiaba a la empresa abrió fuego sobre una pequeña multitud y se entabló el clásico combate entre máuseres policiales y cascotes. En 2 hs. El combate había terminado con 4 muertos y 30 heridos, algunos de ellos moribundos: todos huelguistas. Sin embargo, el presidente siguió en silencio los acontecimientos: ni siquiera convocó al señor Vasena para que arreglara las cosas. Para los diarios La Prensa y la Nación, 4 muertos y 30 heridos graves, todos obreros, no era asunto que mereciera las primeras planas.
Sin embargo, el día 8, en el Congreso, el diputado socialista Nicolás Repetto, propuso que se incluya en el temario del día el asunto Vasena y le echó la culpa de lo ocurrido a la falta de “serenidad” de las autoridades del orden y a la “impermeabilidad cerebral” de algunos patrones, y hasta la falta de serenidad de los mismos obreros. Propuso crear mecanismos estatales que faciliten el accionar obrero, reconocimiento de los sindicatos, canalización de los conflictos, etcétera. La Cámara rechazó sus propuestas y se enfrascó en discusiones centradas en citar al ministro del Interior para que informe. El diputado radical Oyanharte advierte que el gobierno no tolerará que continúe la agitación obrera y justifica el accionar policial del día 7. Los diputados conservadores piden más represión, etcétera. Era el 8 de enero y no presagiaba un 9 tranquilo, aunque el presidente no considerara necesario citar al señor Vasena. Dicho de otro modo: don Hipólito no veía la pelota que se le venía encima, ni cuadrada.
El día 9, grupos de huelguistas se lanzaron a las calles convocando al paro general, con ellos iban los militantes anarquistas. Las acciones violentas como voltear tranvías o echar abajo cables de electricidad se presentaron en varios puntos de la ciudad. La calentura obrera se dejaba ganar por la estrategia anarquista del paro general y sus tácticas de violencia urbana. Al mediodía cerraron los comercios, pararon los tranvías y el subterráneo. Los hueguistas bloquearon la planta de los talleres Vasena y se formaron barricadas en las calles aledañas. En el interior estaban los dos ingleses y el señor Vasena, protegidos por matones a sueldo contratados por la Asociación del Trabajo (futura Liga Patriótica, de la que ya nos vamos a ocupar). Discutían con los dirigentes de la Fora del IXº Congreso, los preferidos del presidente, cómo querían o podrían arreglar el feroz despelote que se estaba armando.
En las calles, a eso de las 15 hs. comenzó a marchar hacia el cementerio de la Chacarita el cortejo fúnebre constituido por varios miles de personas. Era un cortejo fúnebre, pero iba armado. A su frente marchaban los grupos obreros de autodefensa, desde allí se desprendían grupos que asaltaban las armerías cercanas y se robaban revólveres y carabinas. Iban en esa multitud muchas mujeres y niños, mezclados con anarquistas que entraban a las iglesias que encontraban al paso y aprovechaban para despotricar contra la Iglesia, el Estado, los militares y el capitalismo. Después volvían al cortejo fúnebre sin que la multitud se enojara con ellos.
A las 17 hs. el cortejo llegó al cementerio. Se supone que allí los muertos que hay ya están muertos y descansan en paz. Suponga el lector que es el presidente Yrigoyen. En tal caso, ¿encontraría usted prudente o cuerdo apostar nada menos que al ejército argentino, comandado por el general radical Dellepiane y armado de ametralladoras, en los muros perimetrales del cementerio, con la multitud armada adentro, junto con mujeres y niños? Fue una masacre, un combate desigual entre murallones ametralladores y tumbas contestando con carbinas. Y la multitud en pánico, huyendo por donde podía, tirándose al piso entre panteones y tumbas. La prensa seria dijo 12 muertos, la anarquista dijo 50.
Los manifestantes que conseguían huir del cementerio atacaban a cualquier policía que encontraban por su camino. Hubo tiroteos todo el resto del día, se balearon trenes, se reventaron miles de focos del alumbrado público como para preparar una batalla urbana nocturna. Los anarquistas estaban en su salsa: ahora la huelga se haría general, se extendería a todas las ciudades importantes del país y la gente saldría a las calles vivando a la revolución inminente. En todo ese día no hubo un solo muerto policial o militar.
El mismo día comenzaron las negociaciones del gobierno y la fora IX con los dueños del Vasena. Se aceptarían todos los reclamos de los huelguistas. El problema era que ahora los reclamos ya no los hacían los obreros del Vasena, sino los de cienes de empresas en todo el país y hasta en Montevideo. Mientras tanto, los militantes anarquistas, devenidos guerrilleros urbanos, atacaban comisarías, aparecían y desaparecían. Los policías, aterrorizados, distribuían armas a civiles, pertenecientes a la Asociación del Trabajo, organización aristocratoide enemiga de todos los sindicatos. Los civiles paquetes devinieron grupos parapoliciales que se dedicaron a atacar e incendiar sindicatos del color que fueran, a perseguir y linchar judíos porque eran todos “rusos” y “comunistas”. Los socialistas en el Congreso estaban desconcertados. Las clases medias y altas de la ciudad se encerraban asustadas y pedían orden y represión. Había represión: en esos días se encarcelaron a más de 5000 personas, pero no hubo orden, no todavía.
Yrigoyen ordenó que 30.000 efectivos del ejército se distribuyeran por toda la ciudad. Se podían controlar, más o menos, las calles, pero no se podía con eso terminar con las huelgas que se habían extendido por todas las ciudades importantes del país. Pero lo que poco a poco, en los próximos días, iba a ir apagando el incendio, fue que los anarquistas nunca pudieron pasar de la pura insurrección: atacaban comisarías, desaparecían y eran perseguidos, pero de allí no pasaban: el esperado día en que la población entera del país saldría a reclamar la revolución social no llegó nunca. Los obreros de todas las ramas comprendieron que a lo que tenían que aferrarse era a sus conquistas sectoriales; por eso persistían las huelgas, por eso la gran masa no acompañó a los anarquistas. El día 14 de enero, las huelgas no se habían terminado pero los ataques a las comisarías prácticamente desaparecieron, los sindicatos y sus periódicos también: sus militantes pasaban a la clandestinidad. En marzo de ese año hubo elecciones legislativas nacionales, en casi todas las provincias importantes ganaron los radicales, salvo en la Capital, en las que ganaron los socialistas. Volvía la normalidad.
Próxima entrega: “¿Qué fue la Liga Patriótica?”