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Elecciones

Imagino que la que titula este artículo es una pregunta que se formulan muchos y muchas, incluso entre los militantes y adherentes del Frente de Todos. De hecho, no son pocos los compañeros y compañeras que me la han transmitido, buscando ellos mismos, como militantes del campo nacional y popular, argumentos para responderla ante compatriotas que siguen padeciendo humillantes condiciones económicas y sociales…

Esbozo entonces cuanto pienso sobre el particular, que es fruto del intercambio con los compañeros y compañeras.

Nadie duda que el 12 de setiembre fueron los votantes del FDT quienes impusieron un fuerte llamado de atención al gobierno encabezado por Alberto Fernández. Es evidente también que el componente preeminente del disconformismo puesto de manifiesto, anida en la profundización de los padecimientos económicos del grueso de la población que, conformado por los sectores medios y bajos de la sociedad constituye, casualmente, la base electoral de esa fuerza política.

Las disputas exhibidas al interior de la coalición electoral puesta a gobernar a partir del 10 de diciembre de 2019, no fue más que la expresión de la diversidad de posturas e intereses que la componen. Alberto Fernández fue tentado por parte de su círculo más cercano que, en general es poco afecto a la conducción política de Cristina Fernández, a acentuar las diferencias hasta el punto de poner en riesgo la permanencia de la unidad en la fuerza política que lo llevó al gobierno. Afortunadamente rechazó la tentación. Por su parte, Cristina, cuyo fino olfato político la había llevado ya antes del acto electoral a alertar sobre las consecuencias electorales que acarrearía la pérdida de poder adquisitivo de la población, particularmente la de la porción más rezagada, en virtud del descomunal aumento del precio de los alimentos que, por supuesto, impusieron una distancia con los salarios imposible de desconocer, trató de imponer nuevas condiciones tras la comprobación de su diagnóstico en las elecciones del 12 de setiembre.

¿Se saldaron las diferencias internas que, tras el mentado acto electoral, pasaron de cierta latencia al acto? En mi opinión no, pero, tras los movimientos sísmicos post electorales, si se produjo un acuerdo a todas luces temporal, con el propósito de evitar un próximo descalabro electoral cuya onda expansiva alcanzaría a todos por igual. Se produjeron algunos cambios en el gabinete que, si bien no indican un nuevo rumbo, al menos tendieron a dinamizar la acción de gobierno.

Tras el mismo no fue el gobierno sino el pueblo el que generó, a mi juicio, el hecho más trascendente tras el mensaje del 12 de setiembre. Me refiero a la imponente movilización popular producida el 17 de octubre en la Plaza de Mayo y en otras plazas del país. Movilización que convocada inicialmente por Hebe de Bonafini bajo la consigna de “No al pago de la deuda contraída por y para Macri y sus amigos con el FMI”, se multiplicó a fuerza de obstinación del grueso de la militancia del Frente de Todos, de tono preeminentemente kirchnerista. Y creció también cualitativamente, al punto de erigirse en el punto de inflexión que ilumina el camino a seguir para restablecer el mandato electoral recibido el 27 de octubre de 2019, recuperar el piso en el que el campo nacional y popular dejo al país el 9 de diciembre de 2019 y avanzar en los cambios estructurales sin los cuales todos los esfuerzos resultarán insuficientes.

Creo no equivocarme al afirmar que el cambio más positivo acaecido tras la derrota de setiembre, se produjo como consecuencia de la aludida movilización popular y de la decisión política de Cristina, la intérprete más cabal de las ansias de su pueblo. Me refiero a la designación como secretario de comercio interior de Roberto Feletti, cuya política de control de buena parte de los productos que componen la canasta de alimentos, se fue exhibiendo como la medida que registra el mayor favor popular desde los inicios mismos del gobierno (sin contar, claro está, el amplísimo acatamiento demostrado a las implementadas para controlar la pandemia del Covid-19), más allá del mayor o menor éxito que conlleva su implementación.

Y así es porque, tal como ocurriera en su momento con la famosa resolución 125, tiene la capacidad de dividir aguas entre los intereses reales que están en juego. En ambos casos y, reitero, más allá de los resultados, quedaron expuestos con mucha claridad, los intereses de las grandes mayorías populares y los de aquellos que asentados en el poder económico y mediático, satisfacen los mezquinos anhelos individuales o de sector, a costa de los primeros.

La medida en cuestión, por cierto, no es ni por mucho suficiente para resolver el problema de la inflación y, sobre todo, de la inequidad distributiva, en el marco de un sistema productivo que reemplace el agroexportador extractivista que rige en el país desde hace más de cuarenta años. Es decir, que reemplace aquel que, si bien no tuvo inicio con su advenimiento, fue agriamente potenciado por el neoliberalismo surgido a partir del Consenso de Washington. Pero, sin embargo, tiene la gran virtud de desbaratar el sentido común impuesto a fuerza de una machacona reiteración en el tiempo que ubica como causa única de la inflación el déficit fiscal y la emisión monetaria para hacer centro, en cambio, en sus principales responsables: los formadores de precios monopólicos y oligopólicos.

Entonces, la respuesta a la pregunta inicial parte de la realidad que acabo de describir. Hay que votar al Frente de Todos el 14 de noviembre porque es la única fuerza organizada todavía en pie que ofrece un territorio propicio para concretar el cambio de modelo referido.

La tiene porque, a partir de la presencia del pueblo en las calles tras el confinamiento a que obligara la pandemia, la relación de fuerzas ya no podrá seguir siendo una excusa válida para los sectores internos que la utilizan para justificar, sin reconocerlo abiertamente, que empujan su doctrina posibilista por estar más comprometidos con los intereses del establishment económico, empresarial y político, que con las banderas de la justicia social, la soberanía política y la independencia económica.

Hay que votarlo porque, así como el pueblo recobró su protagonismo histórico el 17 de octubre pasado, no habrá de abandonarlo hasta forzar, junto a los trabajadores que desfilaron el 18 de octubre bajo otras consignas y otros convocantes, el ritmo hacia los cambios estructurales, sin los cuales no hay espacio para sostener las reformas de un gobierno popular. Cambios profundos inexorables para evitar la consolidación del modelo en el que acuerdan las fuerzas retrógradas que anidan también en el FDT, del 70-30. Setenta por ciento de la población en la pobreza y el treinta apoderándose, en ejercicio de su rol de cipayos, de los restos de las enormes riquezas del país de las que los interses coloniales les permitan disponer.

Sin lugar a dudas dicho esquema excluyente, a mi juicio inviable en la Argentina sin que medie una inaudita violencia de todo tipo, debe ser acorralado de la mano del pueblo en la calle. Un pueblo que, para ello, ha de ser convocado en apoyo de la recuperación integral para el Estado de las vías navegables y los puertos, la urgente habilitación del canal Magdalena, la estatización de las empresas energéticas, la pesificación del precio del gas en boca de pozo, la nacionalización de los depósitos bancarios y del comercio exterior, la restitución de ley de servicios audiovisuales con su correspondiente actualización  y, por supuesto, para bancar el no pago de la deuda infame y odiosa con el FMI hasta tanto no se cuente con los resultados de una profunda investigación de la misma. Asi como deviene igualmente imperioso que protagonice un profundo debate en pos de una nueva Constitución Nacional, que permita construir un sistema institucional que habilite una democracia verdaderamente participativa y la defensa de nuestros recursos naturales al estilo del artículo 40 de la Constitución Nacional de 1949 que, a mi juicio, es la única que está legalmente vigente, aunque no se le reconozca dicha vigencia.

La relación de fuerzas no sólo no podrá servir de excusa para el inmovilismo, sino que será a partir de la irrupción popular como protagonista esencial, reconocida como ampliamente favorable para enfrentar las disputas necesarias. Incluso más allá del corset que pueda intentarse imponer en los ámbitos legislativo y judicial. Así quedó demostrado cuando la movilización popular dió por tierra con la decisión de la Corte Suprema macrista de mantener la ley del dos por uno para los genocidas.

Es cierto que como lo suele reiterar el compañero Jorge Rachid, citando a Mario Benedetti en la voz de Alfredo Zitarrosa cantando “Las diez décimas de saludo”, en determinados momentos históricos “no hay cosa más sin apuro que un pueblo haciendo su historia” -salvo los dirigentes que lo siguen de atrás, permítaseme agregar-. Pero lo es aún más que otros momentos históricos se corresponden con otro tema que también ha cantado el gran Alfredo. Me refiero al de autoría de César Isella y Armando Tejada Gómez, “Triunfo agrario” cuando reza: ¡Hay que dar vuelta el viento como la taba, el que no cambia todo, no cambia nada!

Los doce luminosos años de gobierno kirchnerista permitieron que nuestro pueblo alcance nuevos derechos y estándares de vida, sin lograr superar la pobreza estructural de alrededor del veinte por ciento instalada a partir de las políticas neoliberales ni las estructuras que la determinaron. Por esa razón le fue fácil al macrismo destruir en el breve plazo de cuatro años lo construido en doce y esa debe eregirse en una gran lección para el campo nacional y popular.

Pero con una pobreza del 50%, una indigencia del 10% y en el marco de un país al que se pretende someter a los dictados del FMI, sin avanzar en los cambios estructurales mencionados, lo único que puede aguardarse es una nueva derrota. Y, peor todavía, una postración de muy larga data para el pueblo argentino en el marco de un país colonizado. Por eso la revolución peronista no es ya una opción. Es ineludible.

Por lo tanto, hay que votar al Frente de Todos el 14 de noviembre. No por lo que hizo hasta ahora, que fue bastante decepcionante. Sino porque todavía en su égida se halla el campo propicio para dar la batalla. Porque allí está Cristina Fernández de Kirchner y una gran cantidad de compañeros y compañeras que, incentivados por el calor popular, se mantienen en condiciones de acompañar decididamente esa pelea de fondo. Y, finalmente, porque como es obvio, la alternativa Macri-larretista-radical debe ser no sólo derrotada, sino abofeteada en repudio a su raigambre claramente antipopular, antiobrera, cipaya y PROcolonialista.

Los nacionales, como diría Jauretche, estamos obligados a votar al FDT con el exclusivo propósito de construir un 2023 profundamente transformador, revolucionario, verdaderamente peronista y latinoamericanista. Recobremos nuestra mística y nuestra fuerza a partir del 14 de noviembre, removamos todos los obstáculos que la mantuvieron sólo a la expectativa hasta el presente, fortalezcamos a nuestros mejores dirigentes y seamos protagonistas, sin tapujos, sin autocensuras y con mucha, mucha decisión, ahora y tras la elección fundamentalmente. Con la decisión y el coraje que fluye como agua de un manantial cuando un pueblo lucha por su Patria, que es hacerlo por su destino de grandeza y felicidad.

Pilar, 28 de octubre de 2021

ESPACIO CULTURAL

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