Posteos recientes

LA CRUZADA DE LOS NIÑOS
La utilización política de lo que se presenta como problema cuando no se cuenta con soluciones.
DE LOS PEQUEÑOS ERRORES DEL CONDUCTOR
Decía Perón en una de sus clases de Conducción Política: “Pequeños errores se cometen siempre en la Conducción....
100 AÑOS DE LA MASACRE DE NAPALPI: EL ESTADO ARGENTINO FUE CONDENADO POR SU BARBARIE Y OBLIGADO A REPARAR
Un precedente para la reconstrucción del Genocidio Indígena en Argentina.
MOISÉS Y LA JUSTICIA SOCIAL
Es habitual en el momento actual, escuchar impunemente despotricar en contra de la justicia social. Un...
EL ÚLTIMO ALMUERZO
Corrientes, otra vez en el mapa de los hechos del mal. Una cadena contaminada por sucesos aberrantes...
50 AÑOS DE LA MUERTE DE JUAN DOMINGO PERON
“Las fuerzas del orden –pero del orden nuevo, del orden revolucionario, del orden del cambio en profundidad-...
Facebook
WhatsApp
Twitter
Email
Telegram

EL SHOW DE LOS DESPIDOS

Se achica el Estado, baja el gasto público, tomando como chivo expiatorio del desguace al empleado público.

Así como se apresa al que delinque cuando se lo identifica, el infierno inflacionario precisa de un sujeto, de un sujeto inflacionario, para que sobre él caiga la fuerza pública. La casta se salva, tiene fueros; hay otro que no, pero cuyo costo de mantenimiento desequilibra las cuentas públicas. La Libertad halló este sujeto que delinque inflacionariamente, este chivo expiatorio, al que debería oponerse todo “argentino de bien”: el empleado público. Festeja el Vocero miles de despidos, como si de la peste se tratase, en este show de la desidia pública.

Zygmunt Bauman (En busca de la política), encuentra en la incertidumbre y la falta de protección frente a la adversidad en el mundo contemporáneo partes del mismo problema político que más impacta en la ciudadanía: la falta de certeza respecto al día a día. Pero este modo de presentarse, como problema, en nuestra vida diaria, es difuso. Esto es, no tenemos cómo identificar, por ejemplo, sujeto alguno respecto al problema que más nos sume en la incertidumbre; no hay, por decirlo así, un sujeto inflacionario, sí uno que delinque, y ahí se lo apresa por la fuerza pública, pero en el caso de la incertidumbre en la suba de precios, sobre cómo llegar a fin de mes, cuando nos damos vuelta a mirar, y miramos para arriba, para los costados, no hay dónde ubicar a este “delincuente” que nos hunde en el mal de la inflación. Porque la casta sigue estando, y a nadie se le escapa que gobierna. Pero, respecto a la inflación, vamos al supermercado y allí mismo, en ese instante de mirar el visor para pagar, tomamos nota del problema; la vemos ahí, pero no podemos culpar a la cajera, mucho menos al dueño del supermercado, él también precisa vender, y vende menos que antes…¿al proveedor? A él ya no lo vemos, se esconde y solo manda sus camiones a los mercados a fin de reponer la mercadería. Él también vende menos, de modo que a ninguno de ellos podemos responsabilizar de la inflación. El gran culpable es el Estado “que gasta a dos manos”, por ende, lo ideal sería achicarlo: reduciendo drásticamente el gasto público bajaría la inflación, el gran mal argentino; porque fijaría un parate a la emisión monetaria. Hasta aquí el relato cierra. Pero el Estado es difuso, no es un sujeto. Y lo que precisamos hallar para tranquilidad de conciencia del “argentino de bien” es condensar este miedo difuso, encontrar un sujeto, un cuerpo, una historia encarnada, para hacerle responsable del gasto del Estado, pues con el gasto viene el déficit fiscal, y de él la emisión monetaria, y de ella la inflación. Es toda una cadena desde lo más difuso: la inflación; a lo más condensado, el sujeto inflacionario. Este rol lo cumple el empleado público. A este lo podemos ver. Lo ideal sería invisibilizarlo. Meter la cabeza en el pozo, como hace el ñandú, y dejar el cuerpo afuera.

Ahora bien, ¿cómo lo vemos? Este responsable del gasto público no tiene que ser para nada bueno, debe tener marcas de ineficiencia, holgazanería, impericia, etc. Pues, si fuera eficiente, no estaría “no-trabajando” en el Estado, sino en el mercado. Claramente, el mercado le pagaría más, por ser óptimo instrumento en la gestión de los recursos. De modo que, así no sepamos nada de los mecanismos que hacen que cuando vayamos al supermercado o al surtidor de nafta notemos con más agudeza nuestro empobrecimiento in crescendo, ¡por algo hay que empezar!, y empezamos achicando el Estado mandando al mercado de trabajo, a arreglárselas como puedan, a los trabajadores del Estado. Una nota periodística del portal Infobae del 12/08/2023 indica que hay más empleados públicos en el Estado, pero que cobran menos: “De los países de la OCDE, solo los escandinavos, Francia e Islandia tienen más agentes públicos sobre el total de población ocupada, proporción en la que la Argentina más que triplica a Japón. Sin embargo, el peso de los salarios estatales sobre el PBI es el más bajo desde 2015” (el subrayado es nuestro). Pero, si el peso de los salarios del sector público es el más bajo desde el 2015, ¿cómo sería siquiera un factor relevante para el acelere de la inflación el impacto que en el gasto tiene el empleo público? 

En este show de los despidos, tiene este acto otros episodios que dan forma a la película. El primero, como dije, condensa en un sujeto identificable el miedo difuso, la incertidumbre del vivir diario, enmarcada en el infierno inflacionario. Por culpa de él hay déficit fiscal con sus conocidas consecuencias. Sin él, la inflación va a bajar; esta es la parte justificadora del relato. Pero si miramos más de cerca ocurren otras cosas: vaciar al Estado de empleados públicos es tornarlo ineficiente: va a haber menos atención en ANSES, en PAMI, etc., sin contar los perjuicios económicos en el rubro de alimentos si analizamos los despidos en SENASA; pero hay más: se desacelera la economía, hay menos gasto porque hay recorte en los salarios, cae el consumo interno, por ende, bajarían los precios, etc. Se trate de un científico, de un técnico de territorio, o de quien sea, baja con el despido el consumo, se enfría la economía, y no le queda más remedio al supermercadista, al mayorista, etc., que bajar los precios: ¡buena solución parece esta de echar empleados públicos! Además, y este “además” agrega otra escena al show del despido, notemos lo siguiente. Tomemos una sentencia dicha públicamente por el presidente Milei: todo lo que está en manos del Estado y puede pasar a la órbita privada, debe hacerlo. ¿Cómo lograr que la gente crea, apoye, legitime la privatización del Estado, la venta en subasta privada –porque ni siquiera podríamos llamarle “pública”, ya que está direccionada al círculo selecto de la casta que rodea al principal mandatario– si no es experimentando en carne propia el ciudadano de a pie la ineficiencia en la atención de las oficinas públicas, por la falta de personal capacitado, todo ello vinculado directamente a los recursos humanos? Porque menos personal capacitado es igual a ineficiencia: momento ideal para llamar a las empresas privadas a que cumplan su función de piratería, en una sociedad que no recuerda el desempeño que tuvieron tales empresas en la privatización post 90’ cuando se hicieron cargo de las funciones que le incumbían al Estado y que tanto costó recuperar. Circunstancias similares, con actores y justificaciones similares, con olvidos colectivos similares. El objetivo final, digámoslo así, es privatizar: pero con legitimación. Se achica el Estado, baja el gasto público, tomando como chivo expiatorio del desguace al empleado público.

Y todo esto arguyendo meros prejuicios que no resisten ningún análisis: sin auditoría alguna sobre los proyectos ejecutados, bloqueando el ingreso a sistema al empleado que intenta cumplir con la presencialidad, militarizando el ingreso a las oficinas públicas. Pero falta el cierre, la moraleja.

El empleado público despedido, condensación pública del malestar inflacionario, también une a los “argentinos de bien” mediante el desprecio que manifiestan a todo lo público, pues este sujeto inflacionario le pone su rostro al Estado, sin él no cobra existencia efectiva el Estado en la vida de las personas. Contemos un relato de tipo mitológico, que nos presenta René Girard (1978) sobre el nacimiento de una comunidad de individuos caracterizada por la desconfianza de unos hacia otros, que se temen y se aíslan, pero que a su vez se precisan unos a otros para sobrevivir: pues cada uno no puede hacerlo por sí solo. ¿Cómo podrían unirse, siendo que se odian? Ejecutando a una víctima común, en que todos participarían sea de la ejecución, sea de la colaboración para encontrar el paradero e identificarla, sea para sostener con argumentos su culpabilidad; de este modo, permanecerían unidos, pero por el crimen. La complicidad de todos hace que, justamente, esto no sea llamado “crimen”. Y a quien realice la denuncia de semejante atrocidad, la comunidad debería hacerlo callar, o atentar a su vez contra él: con gritos, con golpes, con prejuicios infundados, ya que su negativa a operar como cómplice pondría en duda la “justicia” del acto.

El empleado público es el responsable de la inflación, nuestro mal mayor: no tiene cara ni piel ni historia ni hijos ni aspiraciones ni compromiso con el libre desarrollo de la oferta y la demanda ni merece recibir el telegrama.

ESPACIO CULTURAL

ESPACIO CULTURAL

Las notas publicadas son colaboraciones ad-honorem. Propiedad intelectual en trámite. Los artículos firmados son responsabilidad del autor y no representan la línea editorial de la publicación. Se pueden reproducir citando la fuente. 

Solverwp- WordPress Theme and Plugin