Una de las fracciones de nuestra derecha política tiene o está terminando un plan político-económico que va comunicando por partes. Otra fracción, la Fundación Mediterránea, la misma que ideó el Plan de Convertibilidad y aportó funcionarios que lo ejecutaron hasta su estallido, tiene o terminará pronto un plan económico que ofrecerá “llave en mano” al gobierno que asuma el próximo 10 de diciembre, oferta que incluirá nuevamente al equipo que lo ejecutaría. A pesar de haber fracasado reiteradamente, el neoliberalismo no deja de proponernos planes económicos. Por otra parte, la principal alternativa a esta opción política, Unión por la Patria, aún no comunicó el suyo, a pesar de que el principal problema del país, por lejos, es el económico. Luego de 3 años y medio de gobierno, y en plena campaña, el tema sigue pendiente: evidentemente, no es su prioridad.
Argentina declaró su independencia en 1816; contaba con un extenso territorio (hoy es el 8º más grande del mundo), en su mayoría ocupado por población originaria, que durante el resto del siglo fue diezmada y desplazada a reservas relativamente pequeñas, con lo cual el gobierno del nuevo país fue tomando gradualmente control de amplísimas extensiones de tierra, muchas de gran fertilidad, que cimentaron un crecimiento económico basado en la producción agropecuaria, que duró un siglo. Desde unos años antes, Estados Unidos realizó un proceso similar, en un territorio aún más extenso; pero, mientras en Norteamérica las tierras arrebatadas al indio fueron otorgadas a incontables familias y comunidades que las ocuparon para cultivarlas, en estas pampas fueron mayormente apropiadas, en grandes latifundios y mediante meras escrituras, por una oligarquía vinculada al poder central, que las hizo explotar en su beneficio, asegurándose ingresos y fortunas inmensas que, por supuesto, en el capitalismo generan un poder político proporcional.
En EEUU, la distribución de la tierra en fracciones más reducidas permitió un desarrollo sostenido basado en la incorporación, durante décadas, de nuevos campos a la producción, y cuando este proceso se agotó porque ya no quedaron tierras por agregar, el país pudo iniciar un vigoroso desarrollo industrial. En Argentina se produjo asimismo, particularmente a partir de 1880, un crecimiento muy potente basado en la incorporación de nuevas tierras, que duró aproximadamente hasta 1912, cuando esa posibilidad se agotó también, debido a la obstinada finitud del territorio, por extenso que sea; pero en nuestro caso ese agotamiento llevó a un estancamiento que duró 20 años. Porque a diferencia de EEUU, aquí el desarrollo industrial no se produjo: la oligarquía terrateniente, que gozaba de ingresos obscenamente altos y disfrutaba de lujos extravagantes, no estaba interesada en la industria, ni la necesitaba para sí. Por el contrario, le convenía evitar ese tipo de expansión, pues no hubiera podido conservar su poder en un país desarrollado: ¿qué peso y qué poder político tienen hoy los dueños de la tierra en las naciones centrales, con relación a la industria, al poder financiero, o a las empresas tecnológicas? ¿Acaso tienen una “Mesa de Enlace”?
De modo que esta élite terrateniente se insertó con gusto en el modelo de división internacional del trabajo que impusieron al tercer mundo Europa y EEUU, y se alió a esas potencias toda vez que gobiernos locales con otras ideas iniciaron un crecimiento industrial, para desbaratarlo. Porque, como respuesta al agotamiento del modelo agroexportador, Argentina logró, entre 1933 y 1975, cierto desarrollo industrial, tecnológico y científico, que fue líder en América Latina; pero a partir de la dictadura cívico militar de 1976 sufrió 3 períodos (1976-1983, 1989-2001, y 2015-2019) de políticas neoliberales que destruyeron la industria, desbarataron la capacidad del Estado, y endeudaron desmesuradamente al país, generando con esto un lastre poderoso para su desarrollo. Una reforma agraria podría haber cortado de cuajo ese poder retrógrado basado en la propiedad de la tierra, pero Argentina no pudo hacerla, ni siquiera con el considerable poder político que tuvo en sus primeros años el gobierno del general Perón (1946-1955).
De manera que el desarrollo económico argentino, a más de dos siglos de nuestra independencia formal, sigue pendiente: alternando entre gobiernos de subordinación colonial, y gobiernos progresistas que nunca acertaron a generar un desarrollo duradero, el país no pudo alcanzar siquiera un crecimiento más o menos sostenido basado en el extractivismo, como Chile o Paraguay (con enorme desigualdad y a costa del medio ambiente), ni profundizar el destacable crecimiento industrial y tecnológico del que fue pionero en Latinoamérica hasta la dictadura genocida.
Pero bueno, desde el progresismo debemos encontrar la manera de lograr el desarrollo económico del país, para lo cual tenemos los recursos humanos y naturales necesarios. El camino, creemos, sería consensuar un conjunto de políticas de estado entre todas las fuerzas del campo popular, incluyendo a la alianza política que hoy gobierna, empresarios, sindicatos, y colectivos varios como los que nuclean a trabajadores de la economía informal, desocupados, jubilados, etc., y en general toda agrupación con influencia considerable en nuestra sociedad que quiera sinceramente el desarrollo nacional. Un acuerdo de esa índole debiera contar con el apoyo de mucho más de la mitad de la población, al menos un 65 ó 70%, e incluir una serie de políticas de estado que los firmantes se comprometan a sostener durante un lapso prolongado (más de 10 años), ejecutándolas desde el gobierno si fueran parte de él, o apoyándolas y promoviéndolas desde sus respectivos lugares, si no lo fueran.
En entregas siguientes propondremos, a guisa de ejemplo, algunas de las políticas, básicamente económicas, que podrían integrar ese acuerdo para el desarrollo. Por supuesto, con ello no se pretenderá aportar una receta ineludible, ni mucho menos completa, sino simplemente algunos lineamientos que a nuestro humilde criterio debieran incluirse en tal pacto. Ello sólo para pensar, en este mes de la Independencia, un país esencialmente mejor, desarrollado, justo e independiente, como posible. Personas más capacitadas tendrán que definir con más detalle esas acciones, agregar o quitar las que fuera menester, y lo más importante, llevarlas a cabo.