El año pasado, Chile hizo historia. Su pueblo eligió una Convención Constituyente para redactar una nueva constitución, la primera asamblea de este tipo en la historia en tener paridad de género. La líder y académica mapuche progresista Elisa Loncón fue elegida como su primera presidenta.
Durante la redacción de la nueva constitución, la convención chilena consiguió desarrollar una visión inspiradora de una nueva república feminista, ecologista y plurinacional. Pero no consiguió comunicar esa visión, sacar sus artículos de la página y llevarlos a la vida de la gente corriente, trascender al colectivo para generar entusiasmo por un proyecto tan ambicioso de transformación pública.
El domingo 4 de septiembre el pueblo dijo no al texto propuesto por esa convención constituyente para reemplazar la actual Constitución, que está vigente desde la dictadura de Augusto Pinochet (casi 50 años). Lo hizo sin medias tintas: con un triunfo aplastante del Rechazo con 62%, en unas elecciones obligatorias y con la participación más masiva de la historia: más de 13 millones acudieron a las urnas, de un padrón electoral de 15.1 millones.
Para hablar claramente el pueblo chileno rechazó el proyecto que habría consagrado los derechos a la salud, vivienda, educación, salarios justos y un medio ambiente sostenible, en fin un lugar mejor para vivir.
El movimiento social urbano Ukamau que en la segunda vuelta apoyó abiertamente la candidatura del Presidente Boric, apoyó también la propuesta de la nueva constitución y publicó una declaración a manera de autocrítica sobre la “urgencia de reconectar con las mayorías trabajadoras” en referencia al voto abrumador del Rechazo entre los segmentos más pobres de la población chilena “que podría ayudarnos a dar sentido al plebiscito” dijeron.
“Las fuerzas de la oligarquía demostraron tener medios, estrategias y objetivos bien definidos. Desde un control casi total de los medios de comunicación de masas instalaron la idea de que la propuesta era defectuosa en su forma y fondo, apelando a sentidos profundos como el miedo y el nacionalismo. No vacilaron en usar el poder del dinero y la mentira para afectar la opinión pública. La derecha económica, política, y los sectores neoliberales hicieron su trabajo, no podemos quejarnos por aquello”.
“Hemos perdido la posibilidad de poner fin a la Constitución de Pinochet en el terreno de las ideas, en el campo de los sentidos comunes”.
Pero la derrota no puede explicarse sólo por las mentiras y desinformación. Durante 50 años el orden constitucional de Pinochet ha impulsado la atomización de la sociedad chilena, la abstención de la democracia y la priorización de la acumulación privada en la economía chilena. La Constitución de Pinochet es un compendio, algunos dicen plan maestro para encerrar a Chile en la neoliberalización.
La lucha, sin embargo, está lejos de haber terminado. El plebiscito del domingo no revivió a Pinochet, pero es sin duda un gran revés para las fuerzas progresistas de Chile. Pero como la historia no es lineal y los procesos sociales se construyen con más derrotas que triunfos, todo este recorrido y zigzagueo de los últimos tres años tendrá que recordarnos que nada está ganado y que la batalla por los derechos continúa.
Lo que parece inexplicable es que el pueblo chileno ya rechazó la vieja Constitución. En octubre de 2020, cuando Chile celebró su primer referéndum constitucional, el mandato de la ciudadanía quedó claro: el 78% de votantes llamaron a sustituir la Constitución de Pinochet mediante una convención nacional de ciudadanos/as. Parece difícil de entender que, solo tres días antes, el cierre de campaña a favor del Apruebo, el espacio había convocado a cientos de miles de personas en un emotivo acto de cierre, mientras el Rechazo terminaba con un acto pobre y solitario, buen ejemplo de que “la calle no garantiza los votos”.
¿Por qué Chile decidió rechazar la propuesta que otorgaba más derechos sociales que ninguna otra en el mundo? Con una sola papeleta, los chilenos decidieron Rechazar: aborto legal, salud pública universal, paridad de género en el gobierno, sindicatos empoderados, grupos indígenas con mayor autonomía, derechos para los animales y la naturaleza, así como derechos constitucionales a la vivienda, la educación, las prestaciones de jubilación, el acceso a internet, al aire limpio, el agua, el saneamiento y al cuidado “desde el nacimiento hasta la muerte”.
Es difícil encontrar una sola respuesta cuando el shock del resultado aún está presente. Lo obvio es que la gran ganadora fue la derecha chilena, el resultado conmocionó no solo a los defensores del Apruebo, sino también a una audiencia internacional progresista que observaba con entusiasmo el proceso del pueblo chileno, que parecía haber despertado de manera masiva para enterrar el Pinochetismo.
No puede pasarse por alto la astucia política de la derecha de implementar el voto obligatorio por primera vez en Chile, aquellos “mayores” que fueron “educados” en el régimen dictatorial no son proclives a determinados cambios o no están todavía preparados para ellos y votaron masivamente. Supo la derecha también mellar la unidad de la izquierda, que no explicó claramente la plurinacionalidad, el aborto y la igualdad de género.
Puede que esta nueva constitución no se haya aprobado; pero no se puede volver a la constitución de Pinochet, la pregunta que queda aquí es cómo avanzar hacia una democracia social con una constitución dictatorial y neoliberal.
Que sirva el ejemplo para todos aquellos, en cualquier lugar del mundo (especial mensaje para los pueblos latinoamericanos), que cegados por su soberbia y la autopercepción de sentirse salvadores de la patria no entienden por qué defendiendo derechos para gente pobre trabajadora y vulnerable se pierden elecciones. Será por aquello de que “Mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”. –