“Sigue inconcluso aquel sueño que se inició en la Argentina de la mano del primer gobierno peronista, aquél “mal ejemplo” de soberanía y desarrollo industrial independiente que la dictadura militar de 1976 enterró a sangre y fuego, que algunos años después, de la mano del gobierno de Carlos Menem en la década del 90, abrió paso a la privatización del sistema portuario argentino, la instalación de puertos privados, la concesión del dragado del río, junto al desguace de ramas enteras vinculadas a la actividad portuaria (marina mercante, astilleros, vías navegables, etc.)”. Luciano Orellano. ARGENTINA SANGRA POR LAS BARRANCAS DEL RIO PARANA, pág. 123. EA/Editorial Agora. Buenos Aires 2020.
Cada vez que se instala en la opinión pública un tema vinculado con la soberanía nacional –tal como es el llamado a licitación pública internacional para el dragado y balizamiento del Río Paraná-, acude a nuestra memoria la Argentina que tuvimos y que ya no es, y el dolor de saber que son muchos los compatriotas que no tienen la más mínima memoria de que, alguna vez nuestra patria que fue libre y soberana, fue dueña de su comercio exterior, de sus ríos, de su flota marítima y fluvial, de sus astilleros, del dragado y balizamiento de sus ríos, y por fin , que tuvo un pueblo orgullosos de sus tradiciones, de su cultura, de sus raíces históricas y de sentirse profundamente argentinos.
La soberanía nacional –atributo de los pueblos libres-, heroicamente defendida por nuestros antepasados en las Batallas de Obligado y de Punta Quebracho y los elevados intereses de la Nación y de la provincias ribereñas del Río Paraná, reclaman y exigen del gobierno nacional se ponga fin al contrato y al modelo de concesión por el cual desde hace 26 años, una empresa mixta: HIDROVIA S.A. (el 50% propiedad de la multinacional belga Jan De Nul), viene explotando -por el sistema de peaje- el dragado y balizamiento del Río Paraná en la extensión de lo que corresponde a la jurisdicción nacional, y cuyo contrato vence el próximo 30 de abril del año en curso.
Nuestra posición es coincidente con la que adoptara el Presidente Fernandez en el mes de agosto de 2020, cuando en forma conjunta con el gobierno de Buenos Aires y el de las cinco provincias ribereñas del Paraná tomó la patriótica decisión política de crear bajo la forma jurídica de sociedad del Estado, lo que se hubiera llamado: “ADMINISTRADORA DEL ESTADO FEDERAL SOCIEDAD DEL ESTADO” (51% del capital accionario a cargo del Estado Nacional y el 49% restante a cargo de la provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes, Chaco, Formosa y Misiones). Trascurrido escasamente dos meses de aquella decisión que, de haberse concretado hubiera honrado la soberanía nacional, el Presidente Fernandez –quizás respondiendo a la presión de los grupos económicos que desde setiembre de 1955 con la liquidación del IAPI, vienen controlando en condiciones oligopólicas el comercio exterior (Bunge, Cargill, Dreyfus, Nidera y ADM, entre otras)-, dio un giro copernicano y dictó el Dto. 949 por el cual, facultó a su ministro de transporte Mario Andres Meoni (radical converso Frente Renovador) para que, llamara a licitación internacional el dragado y balizamiento del Río Paraná, dando así continuidad a la política privatista de concesión por el sistema de peaje inaugurado por Carlos Menem hacia el mes de noviembre de 1995, y de la cual también fue parte la liquidación de la flota fluvial del Estado (única de bandera que poseía nuestro país) y la provincialización y privatización de los puertos sobre el Río Paraná.
El compañero Fernandez nos ha dicho que, tenemos que advertirle cuando comete un error, para que ello le permita su oportuna rectificación. Pues bien, ahora y desde nuestra militancia Peronista le decimos al compañero Fernandez que, aún está a tiempo para evitar la continuidad de la política privatista de concesionar a una empresa extranjera el dragado y balizamiento del Río Paraná, y que al momento de tomar una decisión de tanta importancia para el interés nacional, debe tener presente que no se trata solamente del dragado y balizamiento de una de las redes fluviales más importantes del continente sino, de algo más complejo y fundamental para el interés económico y social de los argentinos. En efecto, nuestra Patria necesita recuperar la soberanía nacional sobre sus ríos y sus puertos, sobre su transporte marítimo y fluvial, sobre la entrada y salida de su comercio exterior (el 97,86 % se realiza por vía marítima en buques extranjeros y a través del puerto de Montevideo) y por fin, la recuperación de la industria naval, hoy paralizada tras producirse la liquidación de la flota fluvial y marítima del Estado. A ello tenemos que sumar, la construcción del Canal Magdalena para terminar con nuestra dependencia del Puerto de Montevideo, a través del cual se produce hoy el ingreso y la salida de buques de banderas extranjeras, en los cuales se transporta hacia los mercados internacionales la producción nacional, básicamente productos primarios y en menor medida agroindustriales (soja, trigo, maíz, harina, aceite de soja, etc.). Se trata de una obra de singular importancia para nuestro desarrollo económico independiente y de alto valor geoestratégico ya que, ello nos permitirá tener el control total y directo sobre el Mar Argentino (cuya riqueza ictícola es hoy brutalmente saqueada por buques factorías de nacionalidad extranjera), las Islas del Atlántico Sur y el Sector Antártico.
No basta con la consabida denuncia de que el endeudamiento externo y las políticas neoliberales son las causas de la crisis estructural que provoca la desigualdad social, la pobreza y la indigencia extrema de nuestro pueblo. Es necesario y fundamental decir cómo salir de la dependencia y de la injusticia social que tales causas conllevan. El Peronismo dio respuestas con los planes quinquenales, con la nacionalización de los puertos y de los elevadores de granos, con la creación del IAPI, con la nacionalización de los servicios públicos y de las fuentes naturales de energías (los yacimientos de hidrocarburos y de las minas) y de la flota marítima y fluvial del Estado, con la nacionalización del Banco Central y de los depósitos bancarios y la creación del Banco industrial, con el control estatal del mercado cambiario a través de las paridades cambiarias múltiples, con los convenios bilaterales con todos los países del mundo libre del condicionamiento de las “fronteras ideológicas” y por fin, con una política proteccionista tendiente a la industrialización sustitutiva de importaciones sin obviar, la importancia del desarrollo de la industria siderúrgica a través del Plan Savio. No se trata de repetir mecánicamente lo que hizo el Peronismo hace más de seis décadas para liberar a la Patria de la dependencia económica y hacer posible la justicia social. Se trata de hacer memoria y de recordar que, existe otra Argentina posible y que su concreción –a mediano o a largo plazo- está subordinado a un programa de liberación nacional y social y de la acumulación suficiente de poder del campo popular.
Sobre este particular, debemos tener presente las sabias enseñanzas de don Arturo Jauretche, quien a mediados de los 60 sostenía: “…Lo que una vez se hizo, se puede volver a hacer, lo que se hizo mal se puede corregir, pero de lo que no se puede prescindir es de que hemos tenido una experiencia de economía nacional, cuyos resultados dieron días de prosperidad y potencia al país, potencia material y espiritual, cuando éste bloqueado por todos lados y hostigado por la unanimidad internacional se afirmó asimismo… y fue creando una política económica propia, que venciendo los complejos de inferioridad sembrado por el colonialismo, nos dio fe en nosotros mismos, que también tuvimos una política internacional propia, porque la grandeza se expresa hacia adentro y hacia afuera” (Arturo Jauretche. Política y Economía, pág 63/64 Peña Lillio Editores S.A. Buenos Aires 1977.
Debemos tomar conciencia que se trata de una batalla cultural desigual ya que, las clases dominantes tienen en su poder los medios concentrados de la comunicación audiovisual (Clarin, La Nación, TN, Radio Mitre, etc.), el aparato judicial y una Constitución liberal-individualista que prohija sus intereses, un coro de periodistas desclasados y mediocres que le son afines (Lanata, Longobardi, Feinmann, los Leuco y otros) y el amplio sector de una clase media timorata, genuflexa y vacilante que, históricamente ha sido funcional a la prédica reaccionaria de la oligarquía y del imperialismo. Pero, y esta es la enseñanza de la historia. Cuando los pueblos toman conciencia de sus intereses y hacen suyo los ideales de liberación y de justicia social, cuando se convierten en actores y protagonistas de la historia, no hay fuerza alguna –ni política ni militar- capaz de detener su marcha hasta el logro del triunfo final. Es a ese pueblo al cual tenemos que hacerle llegar –sin tecnicismos dialécticos y giros idiomáticos foráneos- nuestra prédica revolucionaria, tocándole –con el verbo y la pasión de Evita- la razón y también los sentimientos profundos del corazón.