En lo personal, seguramente todos nos hemos planteado cantidad de cambios a lo largo de nuestras vidas y cuando hablamos de cambios personales no nos referimos solo a hábitos de vida, como hacer deporte, caminar o hacer dieta. Hablamos de aquellos aspectos que tienen que ver con nuestro comportamiento, fundamentalmente en relación a otros, que nos generan conflictos y desavenencias. Así el malestar no es solo con nosotros, sino que también afecta a los demás.
Sucede habitualmente que nos enfocamos más en lo que nos incomoda de los demás y en los cambios que ellos deben hacer, justificando nuestra forma de ser como algo inmutable. Sin embargo, olvidamos que la otra persona también tiene sus propias características y que esto merece atención.
El lector habitual debe pensar que dejamos la política para dedicarnos a la psicología. No, la verdad que no. Más allá de admitir que la ciencia política utiliza la psicología como una de sus fuentes, así podemos decir que hay una psicología política como campo de investigación para ayudar a comprender cómo las personas participan en el proceso político. Cómo convencer al pueblo, la masa o la muchedumbre o incluso como ser convencido, es un proceso psicológico. En consecuencia, los objetivos que las personas buscan lograr mediante la política pueden ser analizados desde la psicología y luego aplicados en el ámbito de la ciencia política.
Nada estamos inventando, Lacan tuvo una influencia muy importante en Ernesto Laclau, pensador tomado como cabecera por algunos de nuestros políticos, éste a su vez cuestionaba a Zizek, también psicoanalista y filósofo en la formulación del concepto “pueblo”.
En “Psicología de las masas y el análisis del Yo”, Freud, el padre del psicoanálisis y uno de los intelectuales más brillantes del siglo XX, nos dice que “para conformar una masa no es imprescindible un líder”. Que una idea negativa puede tener el mismo carácter aglutinante. “Por ejemplo, el odio”, es decir que el odio puede construir masa. Masa sin pensamiento. Luego aparece el que lidera ese odio. Todo esto parece terrible, nada más real.
El ideario neoliberal rompe con la globalización “ideal” para ofrecer un “mundo globalizado” basado en el individualismo donde los sujetos, inclusive aquellos perjudicados por el sistema, compartan los supuestos que se desprenden del propio sistema, que los hagan “suyos”. El ser humano, en el neoliberalismo, como sujeto individual tiene una relación consigo mismo de carácter económico, todo ser humano “es un capitalista”.
Esa realidad nos impone un cambio sustancial que nos permita recorrer el camino inverso al propuesto, lo otro es entregarse. El “cambio” es una palabra que ofrece aristas que nos hacen desecharlas, por ejemplo, fue utilizada por algunos para meternos menos cambio. Al igual que “casta”, hablan de eliminarla y la consolidan. O podemos creer que la casta es la política. Hay política de izquierda, de centro, de derecha y hay casta también en todos los espacios, pero en lo que debemos coincidir en que la casta es siempre del poder real, económico, corrupto. Lo mismo es con el cambio que proponen desde ese poder real, es falso en sí mismo, es para consolidar más poder.
La idea que sostenemos es en cambiar sin dejar de ser. Debemos seguir en los postulados, pétreos e inmutables, establecidos en un cuerpo de doctrina y valido para todos los tiempos como, por ejemplo, soberanía política, independencia económica y justicia social. Eso no significa que no nos “aggiornemos” en la idea, para hacerla eficaz y posible, por el contrario, es necesario hacerlo y así lo sostenía Perón. Como asimismo el trasvasamiento generacional, que no es tirar todos los días un viejo por la ventana, sino un proceso complejo que implica el traspaso de conocimientos, valores y liderazgo de una generación a otra. Si no se produce así, ocurre que aquellos que se sienten dueños del trasvasamiento se burocratizan y pierden la energía de cambio. Convivimos en un movimiento en que la sensación de invulnerabilidad de los jóvenes debe convivir con la prudencia y las certezas de la experiencia adulta, con el paradigma que la experiencia, si se quiere, es más revolucionaria que la ansiedad. Si no entendemos esto nos pasa lo actual, la imposibilidad de trascender al o la líder. En el caso particular CK comprendió acabadamente la situación y decidió ponerse al frente. Así la sociedad, especialmente los jóvenes (no solamente ellos), con esa sensación de fortaleza, de eternidad, de osadía buscó en otro lado lo que no se supo ofrecer o por lo incumplido y también, fundamentalmente por el odio retrasmitido por medios y redes, ejecutado por un poder judicial comprometido con el poder real. Ahora hay que prepararse para cuando la sociedad se canse de las conductas autodestructivas, de los excesos, de las sobredosis, de las promesas incumplidas, de la creciente desigualdad. Hay que ofrecer un cambio, pero en serio. Cambiar sin dejar de ser: una manera de ofrecer una oportunidad.