Nutrida de una potente dinámica creativa proveniente desde abajo, la Convención Constituyente que modificará la Constitución de 1980, heredada del régimen militar de Augusto Pinochet, quedó conformada el 4 de julio pasado en un acto marcado por protocolos de distancia social y uso de mascarillas.
En su primer acto oficial, el cónclave eligió como Presidenta a la académica, lingüista y escritora mapuche Elisa Loncón, quien contó con una holgada cantidad de votos de diferentes fuerzas políticas. Justamente, Loncón fue una de las que participaron en la creación de la bandera mapuche a comienzos de la década de 1990.
La llegada de la referente originaria a la presidencia de la Convención Constituyente es un hecho inédito en la historia chilena y podemos decir con muy pocas excepciones (Bolivia y Ecuador) americana. Con ella se alza una voz nunca escuchada. Pero, más aún, llega una voz que puede reflejar a millones en el país, incluso más allá de las demandas mapuche. El apoyo transversal que ha concitado es notorio.
Las marginaciones económicas y culturales a los pueblos originarios se replican con notoria profundidad en todo el ámbito social. Con el fin de la dictadura de Augusto Pinochet en 1990, la democracia chilena no ha revertido la desigualdad social y mucho menos la política.
Loncón puede llegar a cumplir con el perfil popularmente exigido, no tiene militancia política, no es de Santiago, es académica (tiene dos doctorados) y es mujer. En este sentido, la referente mapuche ya se ha constituido en una figura política que puede hablar con una legitimidad de la que carece gran parte de la dirigencia chilena. Las elevadas expectativas no es un desafío menor a la hora de las exigencias y la confrontación con el establishment que no está vencido, solo agazapado.
En su discurso inaugural, al momento de ser electa Presidenta de la Convención dijo en mapuche y castellano: «Hoy se funda un nuevo Chile plural, plurilingüe, con todas las culturas, con todos los pueblos, con las mujeres y con los territorios, ese es nuestro sueño para escribir una Nueva Constitución». Le dedicó su triunfo a todo el pueblo de Chile, a todos los sectores, regiones, pueblos y naciones originarias, a la diversidad sexual y a las mujeres que marcharon contra todo sistema de dominación. Sea cual sea el resultado de la convención, el nuevo Chile, por fin, tiene rostro. Y es mujer. Y también es mapuche.
El camino recorrido
En octubre de 2019 Chile vivió un inédito estallido social. El aumento del boleto del Metro (subte) llevó a millones a la calle, pero este no era el inicio sino la culminación de un largo proceso iniciado en 2006 con las protestas estudiantiles.
En esta instancia, junto a la juventud se vio una alta participación de los colectivos femeninos reclamando por la igualdad, los pueblos originarios por siempre postergados, los trabajadores sujetos de las injusticias más escandalosas. Es que Chile es la encarnación más persistente del modelo neoliberal, el orgullo de las derechas americanas, el alumno perfecto del Consenso de Washington, el obediente a las recetas de todos los organismos internacionales. El país que privatizó todo, desde la educación hasta la salud, desde las pensiones (llamadas AFP), hasta el agua; lo público desapareció. En chile todavía están vigentes las leyes antiterroristas de la época de Pinochet que sirven entre otras cosas para encarcelar a los activistas de los pueblos originarios. El país donde el golpe de Estado militar de los 70 fue “más exitoso” y las desigualdades calaron más hondo.
El movimiento social que se gestó en las protestas no tenía ni organización, ni voceros y mucho menos un programa. Los unía un rechazo muy fuerte a la institucionalidad político partidaria, algo así como el “que se vayan todos” pero multiplicado. Se destacó la nutrida presencia femenina con los iconos propios en los que se referencian, como el pañuelo verde de la lucha mundial por la despenalización del aborto y la bandera mapuche hermanando el reclamo ancestral del pueblo originario con los malestares que aquejaban al pueblo chileno, vinculados a las mejoras al sistema de jubilaciones y pensiones, la educación y la salud. La presencia Mapuche era un símbolo más de la incapacidad política de contener al nuevo Chile emergente.
La represión no se hizo esperar. Cantidad indeterminable de muertos, desaparecidos, heridos y mutilados, especialmente ciegos por los gases, hicieron aparecer como emblema la bandera negra del luto. La enseña chilena perdió el azul rojo y blanco transformándose en un paño negro que representaba un país en ruinas.
Finalizando el 2019, en un intento de canalizar institucionalmente el descontento, se logra un acuerdo para iniciar un proceso constituyente, por fuera del Congreso, realizado por una Convención Constituyente con reglas de paridad de género, que permitiera la incorporación de candidaturas independientes y que tuviera cupos reservados para pueblos originarios.
Por primera vez en la historia de Chile se preguntó a la ciudadanía si aprobaba o rechazaba la redacción de una nueva Constitución. Será además la primera vez desde 1833 que la Constitución es redactada por una convención ciudadana elegida en votación popular.
En octubre de 2020 los chilenos aprobaron por una abrumadora mayoría, más del 75%, cambiar la Carta Magna. La actual data de 1980 y es la herencia del régimen militar pinochetista que se caracteriza por consolidar un papel residual del Estado en la provisión de servicios básicos.
El logro actual es del pueblo chileno que desafió las imposiciones y la represión para visibilizar el hartazgo por un sistema en decadencia. Tal como se repetía en las manifestaciones, las protestas ‘’no fueron por 30 pesos (el precio al que subiría el metro) sino por 30 años’’.