El capitalismo es un mal sistema económico: está destruyendo, literalmente, el planeta, y desde hace 2 siglos y medio, en muchos países y períodos históricos ha sido también muy destructivo para las personas, generando pobreza y miseria contrastantes con la opulencia de una minoría privilegiada.
Pero, mientras el socialismo colapsó o fue abandonado en todo el mundo, excepto en Cuba, el capitalismo sigue tan campante, debido a sus fortalezas: es un sistema dinámico, muy ágil y con un enorme potencial para el aumento de la productividad y para la innovación, sea tecnológica o de organización de la producción. Los mecanismos de mercado permiten reasignar dinámicamente los recursos conforme varían las posibilidades y las necesidades de una sociedad, con extraordinaria rapidez, porque lo hacen a través de miles de decisiones individuales, mediante las cuales prevalecen las de quienes mejor comprendieron el sentido del cambio que hacía falta.
El sistema de precios es bastante eficaz para ajustar la oferta a la demanda: si ésta sube, sube el precio, y eso estimula una mayor producción; al revés ocurre si baja, con lo cual muchas decisiones individuales llevan al ajuste permanente de las cantidades de bienes y servicios que se ofrecen para responder a las variaciones de la demanda. El mismo mecanismo hace que los productos que se adaptan mejor, por calidad y características, a lo que el consumidor prefiere, vayan desplazando del mercado a los bienes similares que resultan menos satisfactorios. El sistema promueve en general la innovación, el cambio tecnológico y la eficiencia empresarial, aunque con fuertes limitaciones que no vamos a analizar aquí.
Algunos países han logrado, sabiamente, aprovechar las ventajas del capitalismo y compensar sus debilidades. Lo hicieron mediante la intervención de un Estado fuerte y, sobre todo, independiente del capital, como en el caso de China y otros países de Asia. China dejó de lado la centralización y la propiedad estatal de los medios de producción propia de su anterior modelo socialista, y adoptó una economía de mercado, pero con una fuerte actuación del Estado, un Estado independiente del capital, que planifica la economía y regula las actividades. Con ello, en poco más de cuatro décadas logró un crecimiento económico impresionante, desde un producto bruto per cápita, expresado en dólares de 2010, de U$S 263 por año en 1976, a U$S 8.242 en 2019, un promedio de crecimiento del 8,06% anual por habitante.
Pero también lograron un desarrollo capitalista con equilibrio social y protección relativa del medio ambiente promovidos por el Estado, en democracia, los países del norte de Europa, como Dinamarca, Suecia, Noruega o Alemania, que la ONU clasifica entre los que tienen la ciudadanía más feliz del mundo.
¿Y por qué es legítimo que el Estado intervenga? Porque el Estado, en un país democrático, nos representa a todos, y se ocupa, con mayor o menor éxito, de promover el bienestar general, mientras que las empresas representan el interés particular de sus dueños, y se ocupan, solamente, de ganar dinero. Por eso, quienes abogan por un Estado pequeño y de escasa intervención, no promueven la libertad, sino el gobierno del capital privado, particularmente el más poderoso y concentrado. Están proponiendo, en consecuencia, minimizar el estado democrático, para dejar que la sociedad sea modelada por los grandes capitalistas. El estado liberal es, en esencia, poco democrático, porque decisiones muy importantes para una sociedad, como ser las que hacen a qué producir, cuánto y de qué manera, y a cómo distribuir eso que se produce, son tomadas principalmente por los grandes dueños del capital. No es, entonces, una democracia, sino una plutocracia, el gobierno del dinero.
Ahora bien, para lograr una economía eficiente y justa: ¿qué es lo que debe hacer el Estado democrático en una sociedad capitalista, y qué conviene dejar que sea resuelto por el mercado? Vamos a ensayar brevemente, mediante ejemplos, algunas respuestas a esta cuestión trascendental.
Ante todo, dado que el sistema de precios, como dijimos, es el que promueve en el capitalismo el ajuste dinámico y la innovación, parece que, como principio general, la forma más eficiente que tiene el estado democrático para intervenir en este sistema es haciéndolo sobre los precios. Así, si se desea promover, por ejemplo, un cambio tecnológico que sustituya los combustibles fósiles por energía limpia, para reducir el calentamiento global, el método más adecuado sería, probablemente, introducir un impuesto a esos combustibles que vaya creciendo año a año (y, eventualmente, un subsidio a la producción de energía no contaminante), de manera de generar un incentivo poderoso para que la capacidad de innovación del sistema sea la que genere y aplique las tecnologías que hagan falta para lograr el objetivo.
Otro ejemplo: si en Argentina, que produce alimentos abundantes y con alta eficiencia y los exporta en gran medida, se desea aprovechar esa ventaja competitiva para hacer más accesible la comida a su población, desvinculando parcialmente el precio interno de estos bienes respecto del internacional, otra vez, el mecanismo adecuado sería operar sobre el precio mediante el sistema de retenciones, que el país viene aplicando desde hace décadas. Este sistema toma como impuesto parte del precio que percibe el exportador, lo cual produce una baja del precio que se paga internamente, porque, al reducir las ganancias de la exportación, genera una mayor oferta de esos bienes para el mercado interno; la teoría demuestra fácilmente que el precio interno termina siendo igual al precio internacional menos el porcentaje de retenciones. Entonces, un sistema de retenciones móviles bien diseñado, que para cada materia prima alimentaria retenga un porcentaje del precio de exportación, haciendo que ese porcentaje sea más alto cuanto más alto esté, en cada momento, el precio internacional de ese bien, y también más alto cuanto mayor sea el nivel del tipo de cambio en ese momento, sería una solución adecuada para lograr ese objetivo. Por supuesto, el porcentaje de retenciones debiera bajar en la misma proporción cuando bajen el precio internacional y/o el tipo de cambio; de esta manera, las fuertes fluctuaciones que suelen tener estos bienes en el mercado internacional incidirían en el país de manera atemperada, pero de todos modos el productor recibiría parte de la mayor ganancia cuando suba el precio, y pagaría menos impuesto cuando baje, permitiendo que el estímulo del precio antes descripto opere igualmente, aunque de forma atenuada. Este sistema parece más armonioso con el modo de producción capitalista, que medidas tales como prohibir la exportación o fijarle cuotas, y tiene además la ventaja de que allega recursos para el Estado, captando rentas extraordinarias de un sector muy favorecido por algo que es patrimonio de todos los argentinos, como la calidad de nuestra tierra y nuestro clima.
Un sistema similar podría aplicarse para las demás materias primas, si se desea promover su industrialización local para aumentar el valor agregado de nuestras exportaciones. Un sistema de retenciones móviles sobre las exportaciones mineras permitiría que esas materias primas sean un insumo más barato para la industria, mejorando su competitividad para la exportación o para abastecer el mercado interno.
Por último, otro de los grandes problemas que genera el capitalismo, como es la mala distribución del ingreso, puede resolverse, como se ha dicho innumerables veces, con un sistema tributario progresivo.
El capitalismo tiene grandes defectos, pero muchos países lograron aprovechar sus fortalezas y compensar sus debilidades. El norte de Europa es un ejemplo de ello, y presenta los mejores índices de satisfacción ciudadana del mundo.