Yrigoyen tuvo enemigos dentro del radicalismo desde mucho antes de ser presidente. Entre ellos se contaban antiguos comensales de Leandro Alem, para quienes aquel había traicionado a su tío al distanciarse de él. Pero Yrigoyen había levantado al partido que estaba en estado de postración después del suicidio de Alem, lo había organizado, había acaudillado la revolución radical de 1905, le había arrancado al conservadorismo la ley Saenz Peña y llevado al radicalismo al poder en 1916. Desde ahí el partido no perdía una elección y se extendió a todo el país.
Pero cuando el caudillo terminó su mandato en 1922 y eligió como su sucesor a Marcelo T. de Alvear, llevándolo al triunfo sin que el candidato ni siquiera se moviera de París donde le gustaba vivir y era embajador, las esperanzas de muchos que no querían al caudillo se lanzaron a volar como palomas alborozadas. El diario La Nación publicó en su editorial del 22 de octubre que Yrigoyen se había “entregado en cuerpo y alma a cultivar el favor de las masas menos educadas en la vida democrática, en desmedro y con exclusión deliberada y despectiva de las zonas superiores de la sociedad y de su propio partido”. Y que, ahora, se terminaban esos tiempos demagógicos. Es que Marcelo tenía orígenes aristocráticos, era habitué del Jockey Club y el Círculo de Armas, estaba casado con una cantante de ópera portuguesa, era dueño de un haras de caballos de carrera, practicaba esgrima, etc. Todo eso lo ubicaba cómodamente entre “las zonas superiores de la sociedad”.
El 6 de octubre se dio a conocer el gabinete ministerial del flamante presidente Alvear. El nuevo ministro del interior, Nicolás Matienzo, ni siquiera era radical y había sido frecuente funcionario de antiguos gobiernos conservadores. Angel Gallardo y Rafael Herrera Vegas eran radicales conservadores. Otro era un disidente anti yrigoyenista de Entre Ríos. El almirante Domeq García era fundador de la Liga Patriótica y el ministro de guerra era Agustín P. Justo, notorio antiradical, que desde el primer día se dedicó a descabezar de oficiales radicales la cúpula del ejército. Había apenas dos ministros radicales, uno de ellos, Tomás Le Breton, era amigo de la secundaria de Marcelo y notorio opositor al caudillismo de don Hipólito. Durante meses, el diario radical oficialista “La Epoca” no dijo nada, aunque “La Nación” festejaba por adelantado.
Alvear mostró desde el principio un nuevo estilo presidencial muy diferente al de don Hipólito, al que le gustaba llenar la casa rosada de porteros, doñas Rosas y hasta de mulatos. Alvear dejaba hacer a sus ministros, mientras él concurría a banquetes, actos públicos, celebraciones, recepciones de personajones internacionales, como Rabidranath Tagore, que venían a visitar la Argentina que, por esos años, era el granero del mundo. También se dedicaba a practicar esgrima, a sus caballos de carrera, a visitar a Victoria Ocampo, etc. Nada menos parecido al viejo don Hipólito podía haber.
Pronto, la pata gorila de los conservadores comenzó a mostrar los pelos. En 1923, los senadores Melo, Gallo, Saguier y otros, pretendieron y lograron quitar de las manos del vicepresidente González (fiel yrigoyenista) el nombramiento de los presidentes de las comisiones legislativas. Se armó un escándalo legislativo, pero los senadores “alvearistas” se salieron con la suya. “La Epoca” yrigoyenista comenzó a protestar, nació entonces, para defender las posiciones “alvearistas”, el diario “La Acción”.
En julio del 23, seguían la hostilidades: un grupo de jóvenes radicales empezó a atacar la política tibia del gobierno y a proponer la nacionalización de los servicios públicos, la distribución de la energía por el Estado, la nacionalización del petróleo. Defendían la concepción internacional de Yrigoyen, que todo el mundo sabía que difería de la de Alvear. Yrigoyen no sólo los apoyó, sino que los hizo llegar a diputados en las legislativas del año 24. El viejo empezaba a tener las bolas llenas.
Y fueron las legislativas del 24 las que precipitaron el cisma. Los “independientes”, los “principistas”, los “alvearistas”, los radicales sanjuaninos, etcétera, comenzaron todos a llamarse “antipersonalistas” y a hacer anti yrigoyenismo explícito.
1925 y 1926 trajeron nuevos empujes antiyrigoyenistas. Se formó el comité nacional del radicalismo antipersonalista. El nuevo ministro del interior, Vicente Gallo, francamente enemigo de Yrigoyen, le propuso al presidente Alvear la intervención de la provincia de Buenos Aires, bastión del Yrigoyenismo, y juntó en la misma voluntad a los ministros Agustín P. Justo y Le Breton, tres pesos pesados del antipersonalismo. Alvear los dejó hacer durante cuatro meses, después de los cuales les dijo “nones”, los antipersonalistas se sintieron poco menos que traicionados, pero no derrotados. Gallo renunció, Le Breton quiso hacerlo pero Justo le pidió que no lo dejara solo.
En 1926 hubo legislativas: venció la UCR oficial, es decir el Yrigoyenismo, pero el antipersonalismo salió segundo. Los conservadores no radicales, ni lerdos ni perezosos comenzaron a juntarse y para el 27 ya tenían conformada en todo el país una “Confederación de las Derechas” (textual) lista para propiciar un frente único, detrás del candidato que el antipersonalismo quisiera proponer en contra de Yrigoyen. En agosto, la propuesta era oficial. Los candidatos del radicalismo antipersonalista decidieron aceptar y contestaron por nota: “Felizmente han coincidido en las respectivas declaraciones de principios…” Un millar de caracterizadas personalidades de la banca, el comercio y la industria, publicó un manifiesto apoyándolos, según nos informa Felix Luna, y agrega “poco después el doctor Joaquín de Anchorena, presidente de la Sociedad Rural, hace lo mismo… Ahora el antipersonalismo caía en manos de los conservadores”. Con motivo de cosas como éstas el periodismo comenzó a usar la palabra “contubernio”. Era la primera vez que el radicalismo abandonaba su célebre intransigencia y entraba en contubernios con sus enemigos naturales, no sería la última.
Ya sabemos lo que pasó en 1928: la candidatura del “peludo” y el voto popular barrió con el contubernio. Para ese entonces, el ministro de ejército, Agustín P. Justo, ya estaba formando una logia secreta apuntando a una nueva solución al problema Yrigoyen. Próxima entrega: “Cómo y por qué cayó Yrigoyen. El retorno del conservadorismo al poder”.-