En el número 7 de esta revista, hace casi dos años, abordamos parcialmente el problema de la inflación, que hoy está al tope de nuestras preocupaciones. Entonces refutamos la explicación habitual de la derecha económica, de que se debe al gasto público excesivo, que produce un déficit fiscal que se financia con emisión monetaria, la que lleva al aumento generalizado de los precios. Podemos ver ahora que, entre el 31/12/2017 y el 31/12/2022, la inflación acumuló 808%, mientras que la base monetaria (una buena medida de la cantidad de dinero emitida) creció sólo un 420%, similarmente al resto de los agregados monetarios (otras medidas); en cada uno de esos años la inflación excedió a la emisión, y muy especialmente el año pasado, en que el aumento de la base monetaria fue del 42,4%, mientras la inflación se disparó al 94,8%. Los economistas que adhieren a esa teoría limitada y simplista no pueden explicar este fenómeno para un período tan prolongado: los vagones se desenganchan de la locomotora, le pasan por arriba, y recorren en esos años casi el doble de distancia…
Desgraciadamente, los fenómenos complejos no pueden explicarse de manera tan simple.
Lo dicho no implica negar que la emisión monetaria excesiva produce inflación: pero pretender que esa es la única causa es absurdo, y tiene mucho más que ver con el deseo de achicar al Estado y bajar los impuestos –sobre todo a los ricos-, que con una explicación seria del proceso inflacionario. Veamos entonces qué causas principales (sin pretender incluirlas todas) explican la inflación argentina de estos años -y en buena medida, la que hemos padecido históricamente-, en base a teorías autóctonas que tienen escasa difusión, pero 70 años de historia:
* La puja distributiva: los empresarios aumentan los precios para mejorar su rentabilidad; los trabajadores obtienen aumentos salariales para compensar la inflación pasada o ganarle un poco; otros precios aumentan en respuesta a estos incrementos de costos, y así sucesivamente: en una economía que crece poco, cada actor (sobre todo los más poderosos) trata de mejorar sus ingresos más de lo que el crecimiento permite. En la recesión esta puja se exacerba a veces, porque todos pierden pero nadie quiere perder, y la inflación suele acelerarse.
* Los ajustes de precios relativos: es normal que en una economía, por diversos motivos, un precio deba aumentar respecto de los demás, como sucedió en el mundo el año pasado con los alimentos y la energía, debido a las sanciones y las restricciones de oferta que desencadenó la guerra en Ucrania. Esto podría compensarse con la baja de otros precios cuya demanda caerá porque la gente debe dedicar más dinero a la compra de alimentos y energía, pero hay una fuerte resistencia de los precios a la baja, de modo que el cambio en los precios relativos se produce con inflación. El ajuste generalmente se da con la suba original, más el aumento de otros precios como respuesta a esa suba, seguido por un nuevo aumento del precio que tiene que subir, hasta que los precios relativos alcanzan el nivel necesario.
En Argentina sucede, además, que muchos precios regulados han sido deliberadamente atrasados en los últimos tres años para reducir la inflación (sin lograrlo), generando un costo insostenible en subsidios, política que en los últimos meses se está revirtiendo, con lo cual esos precios relativos aumentan, produciendo ahora la inflación que en su momento se quiso evitar.
* Las rigideces de la estructura productiva: ante un aumento de la demanda, lo natural sería que los productores actuales aumenten la oferta, o que ingresen nuevos oferentes. Pero rigideces como la falta de crédito para ampliar la producción, o la falta de confianza para invertir, o la carencia de nuevos emprendedores para satisfacer esa demanda, muchas veces lleva a que el ajuste se haga vía precio, y no por la expansión de la producción.
* La excesiva concentración en la oferta de bienes y servicios: si bien esta no es una causa autónoma de inflación, posibilita que los oferentes concentrados, sea por expectativas, o para anticiparse a posibles controles de precios, u otras razones, aumenten los precios más allá de toda lógica económica, sin que el mercado los castigue por ello. Porque en una economía competitiva el productor que introduce aumentos irrazonables pierde ventas y debe retrotraerlos, pero en una economía concentrada eso no sucede, o pasa poco. Argentina padece, como mostramos en el número 6 de esta revista (marzo de 2021) una alta concentración de la oferta, que hace que este mecanismo opere a pleno.
* Las expectativas de devaluación, o de desmadre económico: las fundadas dudas de que el gobierno pueda sostener un tipo de cambio oficial irrealmente bajo, que le obligan a todo tipo de malabarismos para administrar divisas crecientemente escasas, llevarían a muchos oferentes a sobreestimar el costo de sus insumos importados, incrementando los precios más allá de sus costos, por considerar que no podrán reponer esos insumos al valor del dólar oficial.
* Por último, el contexto político actual, con una oposición que busca desestabilizar al gobierno por todos los medios (amenazando con no honrar la deuda en pesos, hablando sin fundamento de hiperinflación o de bombas que van a estallar, etc.), y con consultoras que pronostican siempre lo peor, contribuye a generar un clima de temor e incertidumbre que destruye la confianza que toda economía necesita para estimular la inversión y desenvolverse normalmente, fogoneando la inflación por expectativas referida en el punto anterior.
Reducir esta inflación de modo duradero llevará años, y requerirá atacar todas estas causas con un plan económico integral, que creemos debiera incluir, al menos, medidas como estas:
– Un amplio acuerdo político (no decimos que es posible, sino que es necesario), que establezca reglas de juego básicas para tramitar las diferencias naturales en toda democracia, de manera que la pelea política no termine destruyendo la confianza en el futuro del país, o desestabilizándolo.
– Resolver las distorsiones de los precios relativos antes de intentar reducir la inflación. Particularmente el tipo de cambio, que debe ser único, con fluctuaciones controladas, y suficientemente alto para asegurar el equilibrio de largo plazo entre la oferta y la demanda de divisas, favoreciendo la competitividad industrial, de la economía del conocimiento, las economías regionales, etc. Y aplicando a la exportación de materias primas de alta rentabilidad retenciones móviles, que suban o bajen conforme lo hagan los precios internacionales de cada una, y el tipo de cambio, Los precios de los bienes y servicios regulados debieran responder a los costos, subsidiando solamente a las personas que lo necesiten, no al precio.
– Alcanzar el equilibrio fiscal y de balanza de pagos, como Argentina logró entre 2003 y 2007; en esos 5 años, el país creció un 44%, a “tasas chinas”: 7,6% anual promedio. El equilibrio fiscal se consigue no solo ajustando el gasto, sino también incrementando la recaudación, yendo a buscar el dinero adonde está, con inteligencia y coraje político.
– Elaborar y comunicar un plan económico integral que establezca objetivos y plazos para su cumplimiento, y que, como todo plan, irá ajustándose conforme se vaya desarrollando. Dicho plan, como el resto de las medidas, dará certidumbre y confianza a los actores económicos, tranquilizando y ordenando la economía y promoviendo la inversión y el crecimiento, todo ello indispensable para controlar la inflación.
– Reducir la concentración en la producción de bienes y servicios procurando el ingreso de nuevos oferentes (continuando y profundizando las políticas de fomento a las pymes, desarrollando aún más la economía popular, dando acceso a la tierra a pequeños productores, etc.)
– Abrir la economía de manera que los monopolios y oligopolios que no puedan evitarse tengan al menos competencia internacional, cuando sea posible. Ello requerirá un buen diseño de los derechos de importación, y una política antidumping cuidadosa. Argentina tiene una rica historia en materia de ciencia, tecnología y producción industrial, con trabajadores y empresarios bien calificados, de modo que puede competir internacionalmente, con el tipo de cambio adecuado.
Lo que aquí se expuso no pretende ser una receta infalible, y mucho menos exhaustiva. La presentamos como un aporte para pensar una solución integral a los problemas económicos y de inflación que el país arrastra desde hace décadas. Y lo hacemos sólo por la extrema pobreza que se observa en el debate político, rico en chicanas y pobre en propuestas para resolver los problemas de la gente. –