En 1942, cuando estaba armando junto con su camarada Mercante, el Grupo de Oficiales Unidos, el coronel Perón pensaba en hacer lo que iba a hacer, por medio de una revolución militar. Lo que iba a hacer, comenzó a hacerlo desde la Secretaría del Trabajo, pero lo que él suponía que iban a hacer los militares, fue, como ya lo vimos, todo lo contrario: lo querían liquidar. Él mismo se sintió liquidado en octubre: “Querida Negrita, le voy a pedir a Farrell que me saque el retiro cuanto antes, nos casamos y nos vamos a vivir al Sur: voy a escribir un libro de Memorias” etcétera.
El 17 de octubre por la noche, cuando vio la plaza colmada y gritando su nombre y se enteró que en todo el país estaba pasando algo similar, cuando le sumó que ya el llamado a elecciones era un hecho, decidió que, con el apoyo de los trabajadores y sumando a quiénes quisieran unirse, él sería candidato a presidente. Ese día comenzó la batalla electoral que duraría cuatro meses y que describiremos en ésta y las siguientes entregas.
Los partidos opositores, la prensa y la opinión pública general, comenzaron por llamarlo “el candidato imposible”. Un viejo dirigente conservador que fue a visitarlo, le hizo ver que no tenía aparato político, que tenía que enfrentar a políticos veteranos en eso de ir a elecciones, que no tenía financiación para su campaña, puesto que ni el empresariado, ni los ganaderos, ni las empresas extranjeras, ni los bancos lo querían, y que, finalmente, todos los periódicos importantes estaban en su contra. “Usted no puede ganar, coronel”. “Lamento contradecirlo, a usted, que es un político veterano en elecciones” – le contestó el coronel- “pero las elecciones, si son limpias, no se ganan con todo eso, se ganan con votos”. Cuando, en su entorno, muchos dudaban de la victoria frente a toda la oposición, que se estaba juntando para enfrentar al “nazifascista”, que vendría a ser él, Perón los tranquilizaba: “ganaremos, y ganaremos en todo el país”.
¿Era verdad que carecía de aparato político, de financiación o de empresarios amigos? No lo era, o lo era sólo a medias. Comencemos a sumar:
1) la Secretaría de Trabajo y Previsión había quedado en manos de su camarada Mercante, tenía delegaciones en todo el país, apoyaba a los nuevos sindicatos peronizados y continuaba con su política “obrerista”.
2) los sindicatos se convirtieron en comités. Cuando Mercante citó a dirigentes obreros de todo el país a reunión en Buenos Aires, ellos vinieron con una lista de pedidos de sus respectivos sindicatos. “Ustedes están completamente equivocados señores. Yo no los convoqué para eso. Esta es la hora de trabajar para ganar las elecciones, en todas las ciudades y en el campo, trabajador por trabajador, peón por peón. A sus pedidos los vamos a atender cuando estemos en el gobierno, y no los vamos a defraudar”. “¿Y qué hacemos con nuestras listas de pedidos?”. “¡Por ahora, se las meten en el culo!”
3) ciudadanos de todo el país, aún mujeres que no tenían derecho a votar, comenzaron a formar “centros cívicos” espontáneos: convocaban a votar por Perón por cuenta propia y sin que nadie les diera un peso: brotaron por miles en todo el país. Nunca habían militado en política, ahora lo hacían sin permiso ni coordinación de nadie. Nunca se organizaron en “coordinadora” alguna, y se disolvieron espontáneamente, una vez ganadas las elecciones. 4) Cipriano Reyes contó en su momento cómo se financió la campaña: los delegados gremiales les pedían a los trabajadores y aún a los transeúntes, un peso de colaboración a cada uno. “Era emocionante -contaba- cómo metían la mano en sus bolsillos o en sus carteritas y sacaban el mango que les pedíamos, a cambio de un bono que les entregábamos”. Reyes calculó que la campaña peronista se financió así en un 80%. “El resto lo pusieron unos amigos ricos que Perón tenía. Posiblemente la CADE”. La CADE era la Compañía Argentina de Electricidad, en realidad europea, que proveía de fondos a todos los partidos en pugna con posibilidades de ganar, desde Justo en adelante, con tal de que el que ganara le permitiera seguir siendo la CADE, la compañía oligopólica que proveía de electricidad a Buenos Aires y su conurbano.
4) FORJA, el grupo de jóvenes radicales que habían estado difundiendo las ideas nacionalistas y antimperialistas desde 1935, y entre los que se contaban Jauretche, Scalabrini Ortiz, Homero Manzi y cientos de militantes más en todo el país, se declaró disuelta en noviembre del 45, “porque ya se habían cumplido sus objetivos” y pasó a colaborar con el peronismo. Algunos permanecieron radicales. FORJA no sumaba votos, porque nunca se había dedicado a difundir su pensamiento entre los trabajadores, pero tenía intelectuales capaces y hábiles en difundir su ideario y eran conocidos y valorados por la opinión pública.
5) durante todo el mes de noviembre, Perón hizo múltiples intentos de aliarse al partido radical. Le hizo llegar la propuesta al mismísimo Amadeo Sabattini: le ofreció que los radicales formaran la plana completa de candidatos electivos, a nivel nacional y provincial, es decir desde concejales, legisladores, hasta gobernadores, con tal de que lo llevaran a él como candidato a presidente. Recordemos que, para los radicales, el coronel Perón era un “nazifascista” y ellos eran antifascistas. Recordemos también que el radicalismo nunca en su historia había perdido elecciones nacionales en elecciones limpias. Qué el 17 de octubre fue para ellos un falso acto popular, organizado desde el gobierno y al que los trabajadores habrían sido obligados a participar. Aun así, Perón consiguió que un lote de dirigentes radicales de tercera línea, entre los que descollaba el estanciero correntino Hortensio Quijano, se fueran con él.
6) la jerarquía católica, cuando ya la campaña electoral estaba en marcha, declaró explícitamente que los buenos católicos no podían votar a partidos políticos que propiciaban el divorcio, la clausura de la educación católica en las escuelas públicas y la separación de la Iglesia y el Estado argentino. Por lo menos tres de los partidos que integraron la Unión Democrática proponían eso desde siempre: Los socialistas, los comunistas y los demócrata progresistas. Por su parte, el candidato Perón, en sus viajes de campaña, dio muestras de un devoto respeto católico visitando a obispos, catedrales o altares principales de las ciudades a las que llegaba. No es que los obispos le creyeran mucho la devoción católica al coronel, pero entre él y los “masones” de la UD, lo eligieron a él.
7) El 30 de octubre, durante una cena, Perón consiguió sumar a los viejos nacionalistas, entre los cuales estaba los historiadores Carlos Ibarguren y Ernesto Palacio. Estos eran inorgánicos, pero la prédica nacionalista había penetrado en sectores medios y altos. Además, entre ellos, figuraba la Alianza Libertadora Nacionalista de Juan Queraltó, y estos sí que se creían nazis y eran violentos y antisemitas: ya veremos cómo le aportaron a Perón más problemas que beneficios. Cuando los diarios, mayoritariamente enemigos de Perón, hicieron el mismo cálculo que yo, comenzaron a llamarlo “el candidato oficialista” y a retacearle espacios en sus páginas.
Pero como estamos iniciando el relato de lo que dimos en llamar “La batalla electoral del 45”. Vamos a relatar cómo llegó a constituirse, en 4 meses, la que pasó a la historia como “La Unión Democrática”. Recordemos que la dictadura militar del 43 había disuelto los partidos, ahora los volvía a legalizar con vistas a las elecciones. Hasta el partido comunista, el eterno demonio clandestino, fue legalizado. El núcleo duro de la “Unión Democrática”, todo el mundo lo sabía, era el radicalismo. Pero el núcleo duro estaba dividido en dos: el aparato partidario estaba dominado por los antiguos alvearistas, que ahora se llamaban “el unionismo” y era firme partidario de formar la UD; pero los más activos y capaces dirigentes radicales le habían formado una muy crítica oposición interna: el Movimiento de Intransigencia y Renovación, fuertemente yrigoyenista. Figuraban allí Arturo Frondizi, Ricardo Balbín, Moisés Lebhenson, Arturo Illia, Crisólogo Larralde y el más veterano y casi legendario, don Amadeo Sabattini (alias “el peludo chico”) que había ganado la gobernación de Córdoba en plena época de fraude. Ellos no querían formar una UD, y estaban seguros de que el viejo partido de Yrigoyen, ahora revitalizado por ellos, podía ganarle al “nazifascista”. Fueron a elecciones internas, al modo radical, y ganaron por escaso margen, gracias al control del aparato del partido, los unionistas. En consecuencia, Sabattini no iba a poder enfrentar a Perón: el candidato presidencial de la UD sería Tamburini, radical antipersonalista. Y así fue como el radicalismo en pleno, respetando la voluntad mayoritaria de sus afiliados, comenzó a trabajar a toda máquina, codo a codo, los unionistas, el MIR, los socialistas, los demócratas progresistas, los comunistas, la FUBA universitaria, dominada por el PC y tan violenta como la Alianza Nacionalista de Queraltó. Se sumaron los caballeros de “Exhortación Democrática” donde figuraban, junto a lo más fino de la sociedad argentina, Borges, Bioy Casares y Victoria Ocampo. Los principales diarios del país (“La Prensa”, “La Nación”, “Crítica” y una multitud de diarios del Interior, les empezaron a dedicar a la flamante UD sus primeras planas y muchas páginas. La Unión Industrial Argentina les financió la campaña y Braden, el superhéroe norteamericano, les aportó su poderoso puño de hierro, informando a todos los gobiernos de Sudamérica primero y a toda la Argentina después, que la batalla que se iniciaba en la Argentina era una lucha a muerte entre la libertad y la democracia vs. el nazifascismo, que planeaba extenderse a todo el continente, para reinstalar el régimen de Hitler en el mundo. Ya nos ocuparemos del poderoso puño del superhéroe, conocido como “El Libro Azul”. En definitiva, Tamburini – Mosca, enfrentarían a Perón – Quijano.
No se pierda las próximas entregas, que hay para todos los gustos: tiros, bombas, muertos, falsas noticias, humor peronista o gorila, huelga patronal, rumores de invasión de los marines norteamericanos, descamisados, fracaso inicial de Eva Perón en el Luna Park, estadísticas fantasiosas, cheques millonarios y sorpresas electorales. Es difícil encontrar, entre todas las campañas sucias y tramposas que abundaron en el siglo XX argentino, una que haya sido más sucia y violenta que ésta. Aunque también hay que consignar que es igualmente difícil, encontrar un acto eleccionario más limpio que el de febrero de 1946. –