El anarquismo fue, durante milenios, un largo y persistente deseo de muchos hombres. Se pueden rastrear sus orígenes en la prehistoria, antes de la aparición del Estado; en la antigua Grecia, entre sofistas y cínicos. Ya sabemos que, a mediados del XIX, tomó su forma política moderna con Prudhom, Bakunín, Kropotkin etc. En la Argentina, los anarquistas fueron, junto con los socialistas, los fundadores del sindicalismo. Pero, partidarios de la “acción directa”, comenzaron, a partir de 1908, a convertirse, primero en vengadores y después en terroristas, falsificadores y expropiadores, al mismo tiempo que perdían aceleradamente terreno en el sindicalismo. Los voy a presentar, en sintéticos retratos, a la manera de prontuarios, a los más famosos de entre ellos. La intención es que veamos cómo eran y cómo actuaban y eso nos explique, junto con la evolución de la Argentina en esos años, por qué, después de 1935, el anarquismo desapareció de las luchas populares argentinas.
Simón Radowitzky, 18 años, de origen ruso-judío, anarquista pacifista, admirador de la comunidad fundada por León Tolstoi. Indignado por la masacre provocada por el coronel Ramón Falcón en una manifestación anarquista en 1908, en tiempos del presidente Figueroa Alcorta, se decide por la venganza solitaria. Ninguno de sus compañeros conoce sus planes, aunque alguien tuvo que haberle proporcionado la bomba que hace saltar por el aire el vehículo en que transitaban el coronel Falcón y su ayudante: ambos resultan muertos. Inmediatamente es detenido. Queda herido en las piernas, pero se salva del fusilamiento por ser menor de edad. Pasa sus próximos 20 años detenido en la cárcel de Usuhaia. La prensa anarquista lo convertirá en un héroe. En 1930 sale en libertad, indultado por el presidente Yrigoyen. Rodando rodando, sigue su vida de anarquista combatiendo, medio tullido, en el frente de Aragón, durante la guerra civil española. Muere en Méjico, a los 65 años, de un infarto de miocardio.
Kurt Wilkens es el vengador de los 1500 anarquistas ejecutados por orden del teniente coronel Varela en la Patagonia. Con las piernas dañadas por su propia bomba es detenido y va a la cárcel, pide larga lista de libros para estudiar en lo que cree será su largo cautiverio. Muere asesinado en su celda por el joven militante de la Liga Patriótica, Ernesto Pérez Millán.
Pérez Millán es condenado a 8 años de prisión y se hace pasar por loco paranoico. Va a parar al manicomio de Vieytes. Allí le alcanza la mano vengadora de los anarquistas. El que lo ejecuta es un loco jorobado de apellido Lucich, pero el ejecutor intelectual es “el profesor” Boris Wladimirovich. De noble familia rusa, el profesor, deslumbrado por la revolución rusa se hace anarquista. Desilusionado, parte hacia la Argentina, con una nueva ilusión: cree que aquí sí será posible la revolución que terminará para siempre con el Estado, la propiedad privada, el ejército, la iglesia y el patriarcado, todo a través de la “acción directa”. Nueva desilusión: a Wladimirovich la semana trágica le impresiona muy mal: “son una horda de locos tirando tiros a todos lados, no tienen ni idea de lo que es hacer una revolución”. Es entonces que se convierte en “el profesor”. Da clases a los anarquistas locales sobre estrategias y tácticas revolucionarias, escribe y publica. Decide que necesita un periódico propio y tiene la idea de financiarlo con un atraco: fracaso rotundo como flamante “expropiador”. Capturado en San Ignacio, Misiones, deslumbra a sus captores: habla varios idiomas, era pintor y fanático del vodka ruso. Lo entrevistan funcionarios de la nación y quedan impresionados de su erudición política y su elegancia de palabras. Preso en Usuhaia, comenzó a dar claras muestras de locura: su objetivo era llegar a Vieytes, donde estaba internado nuestro ya conocido Pérez Millán: consiguió que el jorobado Lucich lo asesinara. Volvió a Usuhaia y allí murió pronto, gracias al frío, los malos tratos y los estragos del vodka.
En 1920, llega, huyendo de España, Méjico y Chile, el famoso expropiador internacional y dirigente anarquista español Buenaventura Durruti: como no podía ser de otro modo, aquí, con su banda, expropia a diestra y siniestra, es perseguido, huye, primero al Uruguay, después a Francia donde es atrapado. Liberado, va a terminar siendo un legendario jefe anarquista en la guerra civil española, muere allí por un tiro accidental. En la Argentina deja discípulos, el más célebre de los cuales es Miguel Arcangel Rosigna.
Rosigna es obrero metalúrgico especializado, tiene familia y una posición económica de clase media, es reconocido entre los metalúrgicos por su posición sindical serena e inteligente. Sin embargo, pasará a ser el más inteligente y sereno, el más político, de los expropiadores argentinos. Comenzó a hacerse conocido por el asalto a la estación de tranvías Las Heras, donde sólo encuentra 38$ en moneditas de 10 centavos. Enseguida asalta otra estación y esta vez sólo expropia una caja de madera, vacía. Era todavía enero del 25 y asalta la sucursal San Martín del Banco Nación, esta vez consigue 64.000$. En 1927, el asalto seguido de muerte de un policía en las puertas del hospital Rawson lo vuelve célebre y perseguido, consigue 141.000$. ¿Adónde iba a parar todo ese dinero?: descontando “gastos operativos”, a financiar el Comité Pro Presos Políticos, Sociales y Deportables, que se ocupaba de alimentar decentemente a los presos anarquistas y sus familias. El detalle es importante: para ese entonces, los expropiadores se ocupaban más de sus compañeros perseguidos y presos que de las reivindicaciones obreras. Las hazañas de Rosigna lo llevan a cavar un túnel de más de 50 metros hasta el baño del penal de Punta Carretas para profugar a compañeros presos allí. Es detenido en Uruguay, se declara culpable de ese plan y consigue así permanecer preso en ese país. Sabía que, si lo llevaban a la Argentina, le aplicarían la “ley Bazán”, es decir, un tiro de ejecución policial en la nuca. Consigue evitar su ajusticiamiento durante 6 años, pero no más: cumplida su pena, lo toma la policía argentina y desaparece para siempre.
Pero terminemos esta entrega con unos párrafos para el más célebre de todos los anarquistas argentinos: Ceferino Di Giovanni. Tenía 24 años cuando arroja volantes en el teatro Colón en presencia del embajador italiano y el presidente Alvear. Participa activamente en las campañas de protesta por la detención y ejecución de los anarquistas Sacco y Vanzetti. Hasta ahí era un anarquista del montón, pero entonces, en 1927, provoca la voladura del City Bank en pleno centro porteño, la voladura del banco de Boston, de la embajada norteamericana, del consulado italiano, donde mueren 9 prominentes dirigentes fascistas argentinos y son heridos 34 más, protagoniza innumerables robos. Se gana el repudio del ala moderada del anarquismo y la primera plana de todos los diarios del país. Es detenido en 1931, presidencia Uriburu, y juzgado y ejecutado en un solo día. Deja un mensaje: “Sepan Uriburu y su horda fusiladora, que nuestras balas buscarán sus cuerpos. Sepa el comercio, la industria, la banca, los terratenientes y hacendados, que sus vidas y posesiones serán quemadas y destruidas”. Para 1935, el anarquismo ya no tenía nada que hacer en la Argentina, ni en sus sindicatos, ni en sus luchas populares. Estábamos en plena Década Infame, y la historia argentina era ya otra historia.•