La dificultad que presenta la actual coyuntura es que lo que surge de los discursos que escuchamos, de las publicidades y de los debates de los candidatos, nos hace pensar que existe poca racionalidad en las posibilidades reales de acceder a la Presidencia.
Así sin más, digamos que descartamos como posibilidad electoral a dos racionales: Miryam Bregman candidata de la izquierda y al gobernador de Córdoba Juan Schiaretti del centro a la derecha, de los cuales podemos tener opiniones controversiales, gustarnos o no, podemos coincidir en que ambos saben qué quieren y lo ofrecen a la sociedad como proyecto, aunque no tienen chance. Nos quedamos entonces con los otros tres que tienen alguna posibilidad electoral, de acuerdo a lo que indican las encuestas y ahí si se nos presenta un problema porque hablando de racionalidad política sólo podemos encontrarla en Massa. Bullrich no logra enhebrar una idea que no sea referida al exterminio o repetición de slogans propuestos y que muchas veces no logra ni siquiera memorizar. Milei aparece como un disruptor, con propuestas no realizables no solo por imposibles sino también por ilegales, sus presentaciones más propias de un “show business”, concepto anglosajón que se usa en castellano para identificar una industria del entretenimiento musical, artístico o humorístico.
Cabe preguntarnos ¿cómo llegamos a ese extremo en que sólo tengamos un candidato que se muestra racional y aun así todavía no ofrece garantía de ganar en primera vuelta?
En este presente, y no solamente en Argentina, percibimos relaciones tensas entre la sociedad y la política, también entre la sociedad y el Estado, más allá que sea el propio Estado que en la mayoría de los países ofrece las soluciones. Estas relaciones marcan niveles altos de conflicto aprovechado por aquellos que no tienen propuesta, que llegan hasta el uso de la violencia verbal y gestual como mecanismo de imposición y legitimación de argumentos insostenibles y puntos de vista ridículos sobre el destino político de una nación.
Las crisis sociales y económicas que no obtienen respuesta ni satisfacción, la aparición de jóvenes y sectores descontentos con la política por la falta de empleo, de oportunidades y otras múltiples causas, son generadoras de estas relaciones tensas entre la sociedad y el Estado, permitiendo la aparición de un nuevo sujeto político, que de minoritario, amenaza convertirse en electoralmente competitivo. Esto origina un desgaste en la concepción de la política clásica que tenía el ciudadano común, como aquella dimensión propia del ser humano que busca la organización y la convivencia social. Entonces esta democracia de 40 años se torna insuficiente para la contención.
Hoy la realidad nos muestra que la racionalidad no es uniforme y que desde la perspectiva del conocimiento, los seres humanos no seguimos los mismos métodos para llegar a la verdad. Innumerables son los caminos para construir el conocimiento sobre el mundo y hasta sobre nosotros mismos. La gran crítica que debemos hacernos quienes tenemos pretensión de explicar política y más aquellos que les tocó la función de gobernar, está justamente en eso, en que su mirada no ha desburocratizado el pensamiento.
En el curso de la historia reciente y en la actualidad, aparecen maneras de conocimiento ajenas a lo estrictamente político que son manejadas por intereses en que lo político no tiene sentido social sino sólo la posibilidad de mayor enriquecimiento. En el fondo, una de las críticas a la actividad política está referida a sus vínculos con la economía, a la subordinación respecto al capital y también al inmenso descuido, por no decir displicencia, hacia otras formas de pensar. Todo ello nos lleva al universo de una pobre conducta ética.
La administración del Estado es una expresión de racionalización del poder que se compone muchas veces de un cuerpo de funcionarios que preparan decisiones y las ejecutan sin ser ellos mismos responsables de la decisión política, eso también es parte de aquello que dijo la Vicepresidenta cuando se refería a funcionarios que no funcionan. Cuando el ejercicio de la administración política consiste en ocupar un cargo o en ser parte de una burocracia dorada, en tener la posibilidad de mejorar un ingreso o ejercer un mínimo poder, produce en la conciencia colectiva un descrédito, tanto en la función política como en las instituciones estatales. Por ende el ciudadano común no cree en los funcionarios públicos dada la poca efectividad del ejercicio y el mensaje político a favor del pueblo.
A ver si logramos explicarnos, se entrega una notebook, una beca, una pensión, un plan Procrear, la posibilidad de viajar, se bajan impuestos, créditos a baja tasa, se vacuna, en fin, se otorgan derechos sin explicación de contenido político. Muchas cosas no se han realizado y aquellas que sí se hicieron no se explicaron suficientemente o se lo hizo mal.
Así surge un nueva “ i/racionalidad” política, que lleva a muchos ( a veces con razón) a considerar al ejercicio instrumental de la política como un desmérito. Esa “i/racionalidad” produce el contrasentido que de pronto aparezcan personas militando para quien ofrece quitarle los derechos. Están “durmiendo con el enemigo”, no logran ver la doble agenda del verdugo escondida detrás de una falsa empatía y si ven algo, no están seguros del riesgo y están dispuestos a correrlo.
No hay muchas maneras de pensar como alguien con una motosierra en la mano, reivindicando el genocidio y las dictaduras o una candidata disfrazada de sargento, que no puede terminar una frase completa sobre ningún tema, pueden tener posibilidades en una democracia electoral de base.
Frente al descrédito y desencanto del ejercicio de la política, aparece Sergio Massa con suficiente racionalidad, con propuesta, con ejemplo de trabajo, de solidaridad social mostrando que lo “político” constituye un camino legítimo para recuperar su propia validez. La Unidad Nacional propuesta pareciera el único camino para que la democracia en su 40 aniversario tenga una posibilidad más.
Sergio Massa no propone represalias, ni exterminios, ni siquiera amenaza. Por el contrario, desde la legendaria consigna de que “Para un argentino no debe haber nada mejor que otro argentino” nos está ofreciendo sumarnos a un proceso de UNIDAD NACIONAL. Convoca a la actitud responsable de la dirigencia porque entiende que es hora de ponernos de acuerdo. Si es la inteligencia, el amor al otro y la racionalidad la que triunfa sobre la pasión y el odio, tendremos la certeza de que seremos para todos los tiempos los continuadores de esa aspiración común: LA ARGENTINA.