“No hay nada en nuestra historia parecido a lo del 17 de octubre” escribe Félix Luna en su libro “El 45”. Ese libro es importante para entender lo que pasó ese día, sobre todo porque no lo escribió un peronista, sino un radical que, además, estuvo preso y fue picaneado por la policía durante el primer gobierno de Perón. Su objetividad de historiador le hizo escribir un libro que no es un panfleto gorila, sino un conmovedor homenaje a la lucha popular de aquel día.
Cipriano Reyes escribió “Yo hice el 17 de octubre” y además “La farsa del peronismo”. Esto fue escrito por un peronista resentido con Perón. Pero hubo muchas más versiones de quién lo hizo. Empecemos por las peores.
El diario “Crítica”, por ejemplo, el mismo 17, comentaba: “Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de intimidar a la población”. Además, como subtítulo de una foto en que aparecían diez personas cansadas caminando por la calle: “He aquí una de las columnas que desde esta mañana se pasean por la ciudad en actitud revolucionaria”. Crítica no iba a publicar nunca la plaza colmada por 500.000 trabajadores, ni iba a comentar que todos ellos se habían pasado desde las 10 de la mañana hasta más de las 11 de la noche, coreando un solo grito: “¡Perón!”
El semanario “Orientación”, vocero del partido comunista, opinaba que “el malevaje que, repitiendo escenas de la época de Rosas, remedando lo ocurrido en los orígenes del fascismo en Italia y Alemania, demostró lo que era, arrojándose sobre la población indefensa, contra el hogar, contra las casas de comercio, contra el pudor y la honestidad, contra la decencia, e imponiendo el paro oficial, pistola en mano, y la colaboración de la policía que, ese día y al siguiente, entregó las calles de la ciudad al peronismo bárbaro y desatado” Y exhibía un dibujo que mostraba a Perón manejando prostitutas, borrachos y matones. El epígrafe decía: “El coronel mostró su elenco de maleantes y hampones”. Luna nos informa que, en todo ese día y el siguiente, no hubo en Buenos Aires ningún saqueo, ningún linchamiento, que la mayor transgresión colectiva de ese día fue tomar tranvías y trolebuses y dirigirlos a todos hacia la plaza de Mayo, cargados de gente hasta en los techos. Nos informa también que en muchas de las columnas que marchaban, lo que asombraba era el silencio. Ese silencio de la muchedumbre, que impresionó intensamente a Ernesto Sábato, que la vio pasar durante horas.
¿Y qué estaba haciendo Perón en esas horas de la mañana?: estaba alojado en el Hospital Militar y preguntándole a los que venían a informarle: “¿es cierto ché, realmente se está juntando mucha gente?”. No atinaba a moverse, aunque el presidente Farrell lo reclamaba desde la casa de gobierno para que calmara a la muchedumbre, o tenía el olfato de dejar que las columnas de trabajadores se fueran amuchando en torno a la casa de gobierno. Unos días antes, pensaba que su carrera política estaba terminada. Le hizo llegar una carta clandestina a Evita avisándole que había pedido el retiro, y que, ni bien se lo otorgaran, se casaban y se iban a vivir al Sur, donde él se dedicaría a escribir sus memorias. Las “masas” que no pensaban, que solamente sentían, le avisaron el 17, que habían elegido otro destino para él.
Victorio Codovila, jefe del PC, afirmaba poco después, en la Conferencia Nacional del Partido Comunista: “Esa huelga fue el primer ensayo serio de los naziperonistas para desencadenar la guerra civil”. Hay que entenderlos a los comunistas en esos días: tres décadas de militancia full time, financiados por el partido comunista soviético, para darle conciencia de clase y vocación revolucionaria a su querido “proletariado”; pero ese día, ESO que había llenado las plazas de la república (lo mismo en Buenos Aires que en Tucumán, Salta, Bahía Blanca y hasta en la misma “Villa María”, patria chica de don Amadeo Sabattini) no podía ser la clase obrera, tenía que ser el “lumpen proletariado” (o sea el malevaje desclasado) al que había sentenciado Marx como lo peor en “El Capital”. El Socialismo, con la firma de Américo Ghioldi, coincidió en que “el “lumpen-proletariat” que se mueve en la miseria, acaso por resentimiento, se desborda en las calles… persigue en su furia demoníaca a los propios adalides permanentes (¿?)”. Nacía, histérico, el gorilismo recalcitrante, aunque nadie lo llamaba así todavía.
Para la UCR, la explicación era otra: “reparticiones públicas planearon al detalle este acto y se sabe con certeza que, en gran parte, pudo realizarse usando la coacción y la amenaza”. O sea que el aire fiestero y picaresco de la multitud en la plaza: “¡Sin bombacha y sin calzón, somos todas de Perón!” o “¡Yo te daré, te daré patria hermosa, te daré una cosa, una cosa que empieza con P… Perón!” era un simulacro de alegría obtenido con amenazas. Los radicales no se daban cuenta, todavía, de que “el obrerismo” de Yrigoyen, ya no era de la UCR, ahora era peronista.
Sigamos con las versiones: muchos dirigentes de distintos sindicatos, como el caso de Cipriano Reyes (sindicato de la carne, de Berisso) se atribuyeron después el ser los organizadores de la marcha del 17. La verdad histórica es que el 16 de octubre, cuando se supo el día 13 que Perón estaba detenido en Martín García, el Comité Central de la CGT se reunió para considerar si se hacía algo o no se hacía nada. Después de discutir 10 horas. se votó, con una ajustada mayoría, la decisión de convocar a un paro general de trabajadores en todo el país para el 18 de octubre, “para defender las conquistas ya logradas” sin nombrar explícitamente al coronel Perón. El “lumpen-proletariat” no siguió las directivas de sus gremios, los pasó por encima el día 17. El 18 no hicieron huelga, sino que decretaron que era el día de “San Perón” y que era feriado. Los dirigentes sindicales, ni lerdos ni perezosos, en un periquete entendieron que ellos también tenían que estar en la plaza y, si los dejaban, ponerse al frente. Lo mismo entendió Arturo Jaureche, jefe de FORJA: uno de sus correligionarios le preguntó qué es lo que estaba pasando. “¿qué cosa?” preguntó Jaureche. “Que la gente desde todos lados está marchando a Plaza de Mayo, son miles y más miles”. “¿Quién los dirige?”. “Nadie”. “No sé qué carajos pasa, pero andá, agarrá una bandera, y ponete al frente”, concluyó Jaureche.
Hay versiones más novelescas, como la que afirma que Evita y Mercante “el corazón de Perón” según ella, recorrieron el conurbano convocando a los trabajadores a la lucha. La versión es novelesca, pero solo a medias cierta. Evita no salió a convocar a ninguna lucha porque ni siquiera era Evita todavía. Era Eva Duarte, la novia de Perón. Ella misma narró dónde estuvo ese día 17: después de la detención de Perón, buscó refugio en casa de su amiga Pierina Dealessi, y también en lo de su hermano Juan; el 16 por la noche tomó un taxi para buscar refugio seguro en la provincia, en casa de un Dr. Subisa. El conductor del taxi frenó frente a una manifestación de estudiantes antiperonistas que la reconocieron y le dieron una paliza, dejándole hematomas en el rostro. En cuanto a Mercante, es verdad que ni bien detuvieron a Perón, estuvo todo un día haciendo contacto con delegados de fábrica que conocía. Alertándolos de que Perón había sido detenido y estaba confinado en Martín García. Realizó esa actividad un solo día, porque al día siguiente fue detenido y alojado en Campo de Mayo. Ese fue todo el estímulo que necesitaron los trabajadores para ponerse en marcha. El resto fue boca a boca.
Pero hay otra manera de responder a la pregunta de quién hizo el 17 de Octubre. Estudiar lo que hizo Perón para pasar de ser un oscuro coronel conspirativo en 1942, a ser el hombre que eligieron los trabajadores para defender sus intereses en 1945; hasta el punto de hacer lo que hicieron ese día, y acompañarlo hasta que ganara las elecciones en febrero del año siguiente, con el 55% de los votos en todo el país. ¿Cuáles fueron las circunstancias? ¿qué errores cometieron sus adversarios? Es de lo que me voy a ocupar en las próximas entregas. –