Napa’lpi es el “lugar donde habitan las almas de los muertos (lpaqal)”, decía Orlando Sánchez, historiador qom. La llamada Masacre de Napalpí se refiere a los acontecimientos del 19 de julio de 1924 en el Lote 38, entre las localidades centrochaqueñas de Quitilipi y Machagai, donde murieron cientos de indígenas, según testimonios, como consecuencia de la represión de las fuerzas oficiales.
A mediados de los años veinte, en el Lote 38, la población indígena de la provincia del Chaco fue protagonista de un importante movimiento socio-chamánico. Provenientes de diferentes zonas del Chaco respondieron al llamado del pi’oxonac Gómez y de otros referentes que se unieron. Los factores desencadenantes fueron: la carga impuesta por la administración de Napa’lpí al algodón entregado por los indígenas, la matanza de estos últimos por la policía (Miller, 1967), y la prohibición del gobierno de salir de la zona chaqueña a los efectos de impedir que mejores condiciones de trabajo los atrajeran a los ingenios de Salta.
A cinco meses de publicado el decreto sancionado por Alvear en 1924 que daba una respuesta a los reclamos indígenas sobre el Teuco-Bermejito, la población de Napa’lpí fue víctima de lo que se conoció más tarde como Masacre de Napa’lpí. La Masacre de Rincón Bomba fue otro acontecimiento similar en la provincia de Formosa, como respuesta a movimientos indígenas de resistencia.
El contexto
El proceso de colonización y la conformación de latifundios para diversas explotaciones: forestal, azucarera, algodonera, más adelante sojera y ganadera, provocaron quiebres ecológicos y culturales, los pueblos indígenas y campesinos fueron las víctimas principales. Limitados sus cotos de caza y recolección, interrumpidos sus ciclos vitales, la parcelación de la tierra por la propiedad privada, la inserciónn en los diversos sistemas productivos, la “disciplina” del trabajo, generaron diversos efectos en la población indígena, modificaron sensiblemente la historia y territorios de los antiguos y actuales habitantes, y generaron como reacción diferentes movimientos.
En las primeras dos décadas del siglo veinte, la región este del Chaco tuvo sucesivos avances de colonización agraria. Los llamados “aborígenes” fueron considerados mano de obra temporaria o permanente, asentados en colonias agrarias subsidiadas por el estado donde debían aprender las “virtudes” del trabajo y la “civilización”. El más importante de estos asentamientos fue la Reducción de Napa’lpí.
La reducción fue fundada en 1911, fue un lugar donde los intereses de las empresas y el estado confluyeron. La reserva aseguraba, además, mano de obra en el tiempo en que ésta era demandada. Los indígenas fueron objeto de los “métodos de reducción”: la educación formal, el aprendizaje de la agricultura, la disciplina del trabajo, la propiedad. Lynch Arribálzaga fue el ideólogo de ese proyecto civilizatorio que fue Napa’lpí.
Las campañas militares en el sur y en el norte argentino representaron el forcejeo por intentar definir claramente las fronteras. Ocurrieron en un periodo de la historia argentina en el que urgía la consolidación de la nación en un escenario montado por el pensamiento liberal y el impulso del capitalismo. Este período fue conocido paradójicamente como de paz y administración por los cultores de la historia oficial.
El Chaco fue uno de los últimos espacios americanos en iniciar el proceso de destrucción de lo diferente. No sólo en relación con lo étnico. El ambiente chaqueño en las primeras décadas del siglo pasado había perdido el 80% de sus bosques. El triángulo ferrocarril-latifundio-obraje terminaría con los centenarios bosques de quebracho, antes de que se agregaran otros emprendimientos extractivos.
Las memorias de Napa’lpí
Existen diversas fuentes: periodísticas, publicaciones oficiales, académicas o no académicas que se refieren a lo ocurrido en el campamento de El Aguará, incluso mis propias publicaciones. Cada una de ellas con diferentes implicaciones ideológicas. La narración de un pasado que puede realizar quien es sujeto de su propia historia, no necesariamente debe oponerse a la noción de historia como conocimiento científico del pasado, aunque permite también incorporar sus sentidos. Tales sentidos aparecen especialmente en las “Memorias del gran Chaco” (1998) recopilados por Mercedes Silva, en las obras del historiador qom Orlando Sánchez, de Juan Chico y Mario Fernández.
Melitona Enrique, cuyo testimonio, entre otros, registré en enero del año 2005 (fue la primera entrevista realizada a esta sobreviviente y filmada por mi hija Tania Pantaleff) no fue la última sobreviviente de Napa’lpí, hay otras personas que fueron identificadas. Tal documentación y otras entregué a la Fiscalía Federal de la unidad de Derechos Humanos de Resistencia que lleva adelante la investigación sobre la Masacre de Napa’lpi, además de plasmar muchos de esos datos en mis publicaciones previas.
La deforestación y el extractivismo desde entonces y hasta el presente apresuró el despojo ecológico y cultural, provocó enormes impactos en los territorios, concentración de tierras, desalojos de poblaciones indígenas y campesinas, impactos en la biodiversidad y socioculturales, tremendos impactos en la salud, en los espacios de la memoria donde la cosmovisión sigue latiendo.
La memoria es sin duda un campo de disputas, conflictos y luchas por la apropiación del pasado, por su cooptación como capital político, por la búsqueda de su sentido real para la recuperación del presente. Pero hacer memoria es siempre sostener la verdad y sobre todo hacer justicia.