Desde el 8 de diciembre al 10 de diciembre de 1977 fueron secuestradas y desaparecidas doce personas de la Iglesia de la Santa Cruz, ubicada en Estados Unidos al 3100 en el barrio porteño de San Cristóbal. Perteneciente a la congregación de los pasionistas, albergó en plena dictadura a familiares que intentaban buscar a sus desaparecidos
La noche del 8 -cuando se celebraba la “Inmaculada Concepción de María”- fueron secuestradas las Madres Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, la monja francesa Alice Domon y los militantes Ángela Auad, Gabriel Horane, Raquel Bulit y Patricia Oviedo. Terminaban una reunión para organizar una colecta de dinero con el fin de publicar una solicitada en el diario La Nación con los nombres de sus familiares desaparecidos, que pese a todo salió el 10 de diciembre bajo el título: “Por una navidad en paz, solo pedimos la verdad”.
Simultáneamente el grupo de tareas de la Marina que operaba desde la ESMA, secuestró a Remo Berardo en su atelier del barrio de La Boca y a Horacio Aníbal Elbert y José Julio Fondevila en el bar “Comet”, en la esquina de las avenidas Paseo Colón y Belgrano, donde solían encontrarse algunos integrantes del grupo de la Santa Cruz.
El plan terminó el 10 de diciembre de 1977 con los secuestros de la Madre Azucena Villaflor de Vicenti y la monja francesa, Léonie Duquet. Ahora había que hacer “la solución final”, desaparecerlas para siempre. “El Desparecido es una incógnita. No tiene entidad, no está. Ni muerto, ni vivo. Está desaparecido” decía Jorge Videla. Todos integraron la lista de los “vuelos de la muerte” y fueron arrojados con vida al mar, que devolvió entre otros cuerpos los de las Madres Mary, Azucena y Esther, junto a la militante Ángela Aguad y la religiosa francesa, Leonie Duquet. Quisieron hacerlas desaparecer nuevamente y las enterraron como NN, declararon que eran producto de un naufragio, estaban atadas sus manos y encapuchadas (testimonios de habitantes de Santa Teresita y Mar de Ajó) lo que deja claro que fueron arrojadas con vida. Identificadas en 2005 por el Equipo Argentino de Antropología Forense, fueron prueba irrefutable y evidencia científica de los vuelos de la muerte.
El marino Alfredo Astiz fue la pieza clave que permitió que se concretaran los operativos que buscaban destruir el incipiente movimiento de derechos humanos. El llamado “Angel Rubio” se presentó ante las Madres de Plaza de Mayo como Gustavo Niño, hermano de desaparecido y comenzó a participar de las reuniones de los familiares. Proporcionó los datos que guiaron a la patota de la ESMA hasta la Santa Cruz. Durante el operativo Astiz señaló con un abrazo en el atrio de la Iglesia a quienes debían ser secuestrados. Tanta vileza es increíble, pareciera de ficción. Su nombre apareció entre las firmas de la solicitada. Durante varios años se consideró que Gustavo Niño era un desaparecido y se lo incluyó en las listas por cuyas vidas se reclamaba. Hoy está preso condenado con cadena perpetua.
Las Madres, los militantes y los familiares regresaron a la Plaza de Mayo después de los secuestros. Ese día vencieron a la Dictadura.
Los hijos de Azucena Villaflor de De Vincenti, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce de Bianco eligieron estas palabras para compartir el hallazgo de los cuerpos de sus madres, fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. “Nuestras madres, incansables luchadoras que dieron la vida por sus hijos, no pudieron vencer a la muerte, pero eran tan obstinadas que sí pudieron vencer al olvido. Y volvieron. Volvieron con el mar, como si hubieran querido dar cuenta, una vez más, de esa tenacidad que las caracterizó en vida. La presencia de sus restos da testimonio de que no se puede hacer desaparecer lo evidente. Volvieron con ese amor incondicional que sólo las madres tienen por sus hijos, para seguir luchando por ellos, por nosotros.”