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LOS PRECIOS

La teoría económica coincide en que los mercados establecen los precios conforme a la ley de la oferta y la demanda, por la cual, cuando la demanda excede a la oferta, el precio de un bien tiende a subir; y cuando sucede lo contrario, tiende a bajar.

Coincide también en que si, por ejemplo, hay para un bien uno solo, o muy pocos, oferentes, y muchos demandantes, el equilibrio entre oferta y demanda se logra con precios más altos de los que el mercado determinaría si, con los mismos costos, hubiera muchos oferentes.  La concentración de la oferta permite que los proveedores fijen márgenes de ganancia mayores, lo que hace que los precios sean más altos que si tuvieran que competir con muchas otras empresas.  Resultado: mayores ganancias para las empresas, y precios más altos para los consumidores.  Es por eso que, desde los albores del capitalismo, los países más avanzados tienen leyes que combaten los monopolios, y muchas veces, las hacen cumplir.

A pesar de ser, desde muy antiguo, productora de todo tipo de bienes de consumo masivo, y muy en particular, de alimentos, Argentina presenta una fuerte concentración de la oferta en esos rubros.  Un estudio de la consultora Focus Market del año 2018, sobre 515 puntos de venta de todo el país, nos muestra que sólo 15 empresas, entre las 164 que elaboran bebidas, concentran el 80% de la producción.  En artículos de cuidado personal, los producen 74 empresas, pero sólo 10 participan con el 71% de ese mercado.  Análogamente, en productos de limpieza sólo 6 empresas abastecen el 82% de la demanda, entre un total de 52 fabricantes; y en alimentos, de 260 productores sólo 18 se quedan con el 60% del mercado.

Esta concentración se profundiza cuando desagregamos esos grandes rubros para analizar productos más específicos: tomando los 3 mayores proveedores de pañales, cerveza, detergentes, jugos en polvo y gaseosas, el mismo estudio muestra que, en cada rubro, esos 3 proveedores dan cuenta de más del 90% de la oferta total; mientras que en café, yogures, lavandina y leche, los 3 mayores poseen entre el 70 y el 87% del mercado. 

Por supuesto, esos pocos proveedores son dueños de muchas marcas, lo que, al par que les permite disimular la alta concentración, les facilita diferenciar los precios para apuntar a distintos segmentos de consumidores, maximizando así su ganancia.

Otro estudio, del CEPA (Centro de Economía Política Argentina), del año 2020, muestra una concentración aún mayor: en leche, yogur, cerveza, embutidos, fideos, gaseosas, jabones y lavandinas, una sola empresa o grupo empresario detenta entre el 69 y el 89% del mercado.  El cuadro que se inserta al final muestra esta información más detalladamente.

Algo parecido sucede con la venta al público: en el AMBA, 8 empresas suman el 84,3% de las ventas en supermercados, a través de los cuales se abastece una gran parte del consumo total.  Y entre ellas, sólo 3 poseen la casi totalidad de las grandes superficies.

Semejante concentración produce necesariamente elevados márgenes de ganancia para los grandes comercializadores y productores, que se quedan así con una alta proporción de los ingresos de toda la cadena por estas ventas, en desmedro de los consumidores -que deben pagar precios altos-, como así también de las pequeñas y medianas empresas que los abastecen de insumos, bienes de capital y servicios, cuya capacidad de negociación es muy pequeña en comparación con la de grupos y compañías de semejante tamaño.  En este caso, que haya muchos proveedores para pocos compradores produce un efecto análogo al descripto al principio, permitiendo que esos grandes compradores fijen el precio y las condiciones de pago a las pymes que los abastecen.

Dicho esto, es preciso aclarar que no es válido atribuir a esta concentración la inflación que padecemos, porque para que esta situación, en general estática, pudiera explicar un proceso dinámico como el alza permanente de los precios, sería necesario que los márgenes excesivos de ganancia que conlleva fueran permanentemente crecientes, lo cual no sucede, y además, resultaría prácticamente imposible.   No obstante, en determinadas circunstancias, como por ejemplo, cuando los muy escasos proveedores de un producto tienen expectativas de mayor inflación, o de devaluación, o de que el Estado intervenga para regularlos, pueden producir, en el corto plazo, una cierta aceleración del proceso inflacionario, incrementando preventivamente sus precios más allá del aumento de sus costos, lo cual es perfectamente factible dado su poder de mercado.  También esa concentración les permitiría acelerar la inflación en el corto plazo por motivos políticos, si algo los disgusta con el gobierno de turno.

Al respecto, resulta muy notable que, teniendo la industria alimenticia, a diciembre pasado, un 43,1% de capacidad productiva ociosa, los alimentos aumentaron el año pasado un 45,5%, casi 10 puntos más que el costo de vida (36,1%), y esa tendencia continúa este año. Claramente, prefieren aumentar los precios a incrementar la producción.

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