Siempre me gustó la frase del gran cineasta polaco Kryzstof Kieslowski (Bleu, Blanc, Rouge), que decía tener una gran ventaja a la hora de ver la realidad y escribir películas: era un pesimista.
Con el tiempo fui modificando esa expresión, ya que consideraba que no era del todo descriptiva, ya que el realizar acciones para modificar esa realidad, la elevaba a otro lugar. “Pesimista esperanzado”, me parecía más apropiada y años más tarde descubrí en Franz Hinkelammert, un pensador alemán muy ligado a la realidad Latinoamericana y que aún vive, con más de 90 años, en Costa Rica, que ese concepto existía. Construía la argumentación sumando a ese pesimismo existencial de ver un mundo cada vez más injusto y desigual, con la esperanza de que las acciones, individuales y colectivas, de alguna manera lo modifiquen, pero introducía un concepto que me pareció esencial, el sentido de la acción no resulta del cálculo del éxito, sino de la acción en sí misma, de su necesidad social.
Adelanto al lector que esta columna hablará de medios de comunicación, de cómo afectan a la democracia y de la necesidad de acciones concretas y urgentes para modificar esa situación. Podrá entonces el lector ansioso saltear un par de párrafos, de argumentaciones y comparaciones. Para los demás, aquí vamos.
Con menos de 90 días, la revolución cubana crea unos de los primeros organismos estatales, el ICAIC, Instituto cubano de arte e industria cinematográfica. En su argumentación se resalta “que es el cine el más sugestivo medio de expresión artística y de divulgación y el más directo y extendido vehículo de educación”. Era en los noticieros previos a cada película, de la mano del enorme cineasta Santiago Álvarez, que se daba una diaria batalla en la construcción de sentido social. Esta utilización del cine como medio por supuesto no era nueva, ya había sido una herramienta de pensamiento en sus albores, por el realismo soviético de la mano de Eisenstein, Kuleshov y Pudovkin entre otros y por supuesto por el cine de Hollywood, que por más de un siglo ya ha colonizado el pensamiento, formal y de contenido, en cada rincón del planeta. Formal, porque ha acostumbrado con su hegemonía a un determinado tratamiento de la narración, de su construcción dramática y estética. En contenido, porque hace ya más de 100 años (podríamos decir desde “El nacimiento de una Nación”, Griffith, 1915), vienen colonizando la subjetividad a través de sus películas, para imponer su moral, su visión de la historia, de los buenos, de los malos y de cómo ellos se constituyen en los justos garantes de todo lo bueno que pueda suceder en el planeta.
Hasta aquí el primer acto, lector, solo para formar la idea de acción necesaria y graficar la potencia en cuanto a construcción de sentido, del cine en un principio, pero por supuesto de lo que refiere a las diferentes formas de comunicación.
Entremos al Conflicto.
No pasa un sólo día en que algún cronista, analista o bien intencionado militante no critique al gobierno por su comunicación. Se comunica mal, es tan innegable como sencillo de percibir. A veces por recargar todo en la oratoria del presidente, otras por funcionarios que no comunican ni aparecen bien, otras por una falta de articulación, temporal o de relato. Todo eso parece cierto. Ahora surge aquí la pregunta, ¿si todo esto fuera diferente y eficaz, con este sistema de medios que hay el resultado sería muy distinto?, me atrevo a aventurar que no, que igualmente se deformaría una declaración, se omitiría otra, y así sucesivamente hasta desparramar en el enorme caudal de medios dañinos, todo lo necesario para desinformar, para tergiversar y para horadar a cualquier gobierno nacional, popular y progresista.
Tenemos un problema grave allí, por un lado, las derechas y por supuesto sus patas mediáticas (y judiciales, lo que daría otra nota) han perdido por completo el compromiso con la verdad y la ética, y en ese mar revuelto, la primera víctima es siempre la democracia, cada vez más debilitada, cada vez de menor intensidad, y con ella cualquier gobierno que intente al menos, disminuir privilegios para ampliar derechos.
Es necesario profundizar un instante aquí, la importancia de estas empresas mediáticas hegemónicas se da justamente en la construcción de sentido, en cómo consiguen instalar agenda y relatos y en su constante y permanente articulación. No siempre decisiva, también hay que decirlo, Macri perdió con todos los medios a favor, Bolsonaro y Trump ganaron el primero peleado con O Globo y Trump con casi todos. Por encima de ellos, siempre la voluntad popular, la voz de los pueblos que una y otra vez se rebelan a aceptar un destino en donde pocos tienen demasiado y la mayoría casi nada.
Es precisamente aquí, compañero lector, en donde entramos en lo central, en la disputa, en la necesidad de dar esa tan nombrada batalla cultural, esa lucha por el sentido, esa descolonización del pensamiento, para que esa articulación y esa constancia del trabajo de los medios no termine como tantas otras veces debilitando a un gobierno popular y desinformando justamente a sus principales apoyos, las bases populares. Cuidado con los medios de comunicación, decía con razón Malcolm x, te harán amar al opresor y odiar al oprimido.
Pero bueno, esta columna empezó hablando de acción necesaria y hasta aquí solo ha desarrollado un análisis, que en cierta manera todos los militantes del pensamiento crítico tienen en su radar.
También día a día se oyen las posibles acciones: se debe desfinanciarlos, no pagar más pauta, se debe ir por otra ley de medios, se debe aplicar la legislación existente, etc., etc.
El problema es grande, es urgente y no parece resolverse (ni encararse).
A la Acción Entonces.
Entremos en el campo de las ideas, sabiendo de los riesgos, de los tropiezos, de los errores, pero también que, en esta construcción en conjunto, esas mismas ideas pueden ser mejoradas y potenciadas. Algo hay que hacer.
Sabemos también que los gobiernos para modificar la realidad, deben ser audaces, creativos y con coraje. Es necesario un plan urgente de medios y comunicación, a corto, mediano y largo plazo.
El primer paso es una fuerte inversión, enormemente federal, para potenciar las voces en cada rincón del país. Medios locales, provinciales, comunitarios, de organizaciones sociales, pueblos originarios, universitarios. Dar visibilidad a la cantidad de voces que articulan desde su lugar un compromiso con la realidad. Medios tradicionales y medios alternativos.
Al mismo tiempo esta acción generaría una importante movilidad económica (ampliación de los medios, contrataciones, tecnología, capacitación) y también potenciaría enormemente la construcción federal y el desarrollo de cada comunidad.
Un proyecto que articule esto con transparencia y compromiso, no para forjar una respuesta igual a la que condenamos en sentido contrario, sino para amplificar la mirada con la intención de construir identidad, con el pacto en tiempo y forma con la ética y la verdad. Una propuesta que en cada lugar fomente el pensamiento crítico, la diversidad y la educación.
Es fundamental también una articulación con la TDA (televisión digital abierta), un proyecto excelente, que propició entre 2010 y 2015, contenidos de gran calidad, entre ellos centenas de series de ficción y documental a lo largo y ancho del país.
Contenidos con las diferentes temáticas de cada región, realizados por los propios integrantes de cada lugar.
La combinación entre estas políticas (entre otras, subordinadas a éstas) brindan un espacio en donde esa disputa por la construcción de sentido, pueda darse de una manera articulada, federal y consistente. Los recursos y las voces están. La necesidad y la urgencia también.
Seamos audaces, algo hay que hacer.