Apenas unas semanas atrás, en la mañana de un domingo amanecimos con la noticia de la partida de Hugo Arana, inmediatamente, las muestras de cariño, admiración y respeto se multiplicaron de forma unánime, se había ido un gran actor, sí, pero fundamentalmente todos sabíamos que se había ido un gran tipo, uno de esos hombres que, a fuerza de humildad, generosidad y compromiso, se habían transformado en imprescindibles.
En estas líneas desordenadas escritas desde la emoción de este 17 de octubre, tan atípico, tan necesario, tan a flor de piel, se despliega mi homenaje a Hugo, y al mismo tiempo ese recuerdo va tejiendo historias que hacen converger diferentes momentos políticos de nuestro país y de Latinoamérica, historias que nos interpelan y nos obligan a continuar esa lucha por la memoria y por el futuro de nuestra Patria Grande.
El año pasado, en lo que debe ser una de sus últimas apariciones, filmamos “Joao Goulart en Argentina”, en donde Hugo interpreta al ex presidente de Brasil “Jango”, derrocado en el 64 por un golpe militar y exiliado en la Argentina, en Mercedes, Corrientes, en donde falleció el 6 de diciembre de 1976.
En las largas horas que compartimos en el camarín antes de empezar a filmar cada jornada, Hugo me contaba mil anécdotas, yo las disfrutaba, como aquel que ve frente a sus ojos una porción de historia, o aquel que sabe, que está viviendo minutos que recordará el resto de su vida; él recorría sus andanzas, el teatro, las risas y por supuesto la política, su mirada era la de un hombre común, preocupado por las injusticias y desigualdades, me mostraba debates que había visto la madrugada anterior, me nombraba películas imperdibles o parlamentos de teatro que recordaba con precisión, todo con una pasión que emocionaba. “Yo tenía 7 años en el año 50′ y mi papá era peón de campo mi papá pudo llevarnos con mis hermanos a conocer a nuestros tíos. No los conocíamos, fuimos a Necochea y fue porque tuvo 15 días pagos de vacaciones, conocí a nuestros cuatro tíos porque con el peronismo le dieron 15 días de vacaciones pagas, ¿sabés lo que es eso?… Y mi mamá empezó a votar. Y se abrieron escuelas y el cabecita negro empezó a tener dignidad”, lo que Hugo deseaba más que nada, era que este mundo sea mejor para todos y todas.
Juan Domingo Perón y Joao Goulart también.
En un encuentro en Puerta de hierro en 1972, Perón le dijo a Jango que apenas regresara al país, quería que viniera a la Argentina, por su seguridad, amenazada en el exilio en Uruguay, y para ayudar al país en el tema agropecuario, algo que Jango dominaba. Los dos se conocían desde hacía muchos años, allá cuando Getulio Vargas, caudillo y amigo de Perón, envió a su joven Ministro de trabajo a la Argentina, para estudiar la organización sindical en el país, creada por el General. “Janguito”, le decía Perón, con enorme cariño.
En 1964 el presidente Jango había sido derrocado por un golpe militar que duraría 21 años en Brasil, y que se extendería como un reguero de pólvora en los años siguientes por toda Latinoamérica. Como siempre, el gobierno popular había caído no por sus errores, sino por sus aciertos, reforma agraria, defensa de la soberanía, ampliación de derechos, no alineación con Estados Unidos, como siempre también, los argumentos para derrocarlo fueron idénticas falsedades, comunismo, corrupción, atentado a la república, supresión de libertades, etc, y claro, también como siempre, la embajada norteamericana fue la encargada de coordinar y financiar el golpe de estado.
A la historia de Jango llegué por mi padre, un correntino de pura cepa, a quien, en cada almuerzo de mi vida, escuché hablar de política.
De él heredé esa pasión y también de rebote la del cine, ya que según me contaba, apenas llegaban mi abuelo y mi tío de recorrer el Paraná comerciando desde Corrientes hasta Asunción, era mi viejo, con sus pequeños 6 años el encargado de entregar las mercaderías por las calles de la ciudad, ligando siempre alguna monedita de propina, que apenas juntaba, invertía en algún helado y en las matinés del precioso teatro Vera.
Estas líneas tienen la urgencia como motivo, la urgencia por la disputa, por la construcción de sentido, la urgencia por dar las mil batallas, en cada lugar, para sostener la memoria, para abrazarnos como pueblo, para tender la mano al de al lado, para honrar el legado de quienes dieron todo por sus ideales y por el levantamiento de una Patria Grande más justa para todos y todas.