“Perdieron en el 64 y pierden ahora también, voto contra el comunismo, por nuestra libertad y por la memoria del comandante Brillante Ustra, el terror de Dilma Rousseff”. Estas fueron las palabras de un ignoto diputado justificando su voto en el congreso de Brasil para destituir el 17 de abril de 2016 a la presidenta Dilma Rousseff. Dos años después el diputado Bolsonaro fue electo Presidente de la República.
El coronel Brillante Ustra era conocido como uno de los mas feroces torturadores durante la larga dictadura de los militares en Brasil. Había torturado reiteradas veces a Dilma en los tres años que ella permaneció en prisión desde 1970. Ella recibió descargas eléctricas, fue golpeada, padeció simulacros de fusilamientos, permaneció largas horas por día colgada de un palo boca abajo y con las manos atadas. A ese torturador, Jair Bolsonaro le dedicó su voto y llamó “héroe Nacional”.
Surge aquí entonces la necesidad de preguntarse, ¿qué sucede en una sociedad para que esa expresión y quien la expresa, no sea repudiada y condenada?, y más aún, ¿cómo una sociedad puede elegir como presidente a quien la expresa con tal crueldad y convicción?, ¿cómo se llega a semejante grado de deshumanización?
El 1 de abril de 1964 un golpe militar apoyado por los Estados Unidos derrocó al presidente Joao Goulart e instaló una dictadura que se prolongó durante 21 años en Brasil. El presidente Goulart con una agenda progresista se proponía desarrollar Brasil a partir de lo que llamaba “reformas de base”, cambios estructurales, educativos, tributarios, ampliación de derechos a la clase trabajadora y una reforma agraria que alcanzaría a un millón de brasileños. Como de costumbre las elites locales y los Estados Unidos no estaban dispuestos a aceptarlo. Documentos desclasificados años después, probaron que EEUU a través de su embajada financió a diarios, políticos de la oposición, periodistas e incluso en la semana previa al golpe envió barcos y portaaviones para apoyar a los militares golpistas.
El Brasil de hoy, presidido por un hombre que reivindica el golpe y las torturas, vive un presente dramático, con su pueblo asolado por un desastre sanitario y social, provocado por el negacionismo primero y por las políticas neoliberales que las derechas imponen en cada irrupción al poder.
La memoria es un campo de disputa permanente y en ese conflicto por el sentido, es indispensable revelar el pasado, porque sin esa victoria cultural, la victoria política siempre será costosa e insuficiente.
Después de 21 años la dictadura se fue promulgando una ley de amnistía que prohibía investigar y juzgar a los militares por sus hechos. En las escuelas durante años, ya en democracia, no se hablaba de golpe sino de revolución. Dos generaciones crecieron con miedo y mentiras. Brasil nunca pudo revisar ni condenar esos años oscuros y los tiempos actuales trágicos de su pueblo son, sin dudas, un reflejo de esa carencia y de la tergiversación de ese pasado en forma de engaño.
Millones de brasileros y brasileras votaron a un ser canalla, mediocre y violento que con sus actos en el gobierno sólo les ha devuelto sufrimiento. Eligieron a un ser despreciable que votó sonriendo para destituir a una mujer, homenajeando a su torturador y que sin embargo ese día no salió preso ni repudiado del congreso de la nación. Allí radica el problema.
Por eso, en ese conflicto permanente por darle sentido a la memoria, la lucha es necesaria e imprescindible.-