Esta frase del emblemático escritor Roberto Arlt sintetiza, allá por 1929 en su novela “Los 7 locos”, una de las obsesiones centrales que recorre gran parte de su obra: “el control sobre la voluntad y el destino de las masas”.
Así explora personajes carismáticos o “profetas del odio”, como los llama Jauretche mucho después, que buscan imponer una ideología o mejor aún, una mentira que termina por mover una sociedad hacia un objetivo generalmente destructivo, en definitiva, dominar el espíritu colectivo.
En resumen, el concepto es una manera de señalar a los que actúan en contra de los intereses populares predicando el resentimiento contra expresiones populares o nacionales. El objetivo es crear una “ficción” lo suficientemente poderosa para que la realidad se doble ante ella. Para ellos la política nada tiene que ver con la realidad social, ni con mejorar la vida de la gente, ni siquiera con la democracia.
Qué vigencia, qué actualidad nos hace ver Arlt hace casi 100 años. El cambalache moral existía entonces y se acrecienta hoy con la utilización de los medios que la modernidad ofrece.
No por ello vamos a caer en la resignación que genera el pesimismo. Difícil es evitar el fatalismo, encontrar equilibrio entre la preocupación de un ambiente que se percibe como desfavorable y la sensación derrotista que conduce a pensar que los problemas son irresolubles. Nos merecemos algo más que tener miedo al futuro o vivir sin esperanza. Algo más que el sentimiento de que no existen expectativas. La meta inmediata es reconducir el malestar social que hoy alimenta a los extremismos de derecha, ofreciéndoles oportunidades a las carencias que subsisten y se acrecientan.
Hay que salir de la inercia claudicante, basta de silencios. Hay que jugar en serio, pareciera que el tan mentado “campo popular” está como ausente. Esporádicamente aparece en movilizaciones o concentraciones por temas específicos, universidad, Garrahan, Jubilados, CGT, CTA y luego nuevamente se oculta, se silencia. Cada vez se parece más a una rendición, a la que muchos se ven “obligados”, la mayoría de los gobernadores, por ejemplo. Saben lo que deben hacer, pero eligen sus propias agendas (o se las imponen), cuidan intereses particulares, no involucran al pueblo en sus vidas, se olvidan de donde vienen, es como que están en las dos trincheras. La cita bíblica diría: Ni fríos ni calientes, tan solo tibios. Al final a esos los vomita Dios.
Buena parte de la angustia que vivimos se debe a una sensación individual de soledad y de amenaza. Ese individualismo creciente se reproduce inmediatamente por el miedo que el sistema nos mete. El miedo a perder lo poco que se tiene, la ausencia de aspiraciones, de ejemplos inspiradores y el avance de la precariedad que se acrecienta especialmente en los jóvenes y muchos trabajadores registrados temerosos de perder el “status”. Implosionan las bases de la convivencia social. Sálvese quien pueda.
El desafío es enorme y sólo colectivamente podemos abordarlo. Si la situación política se traduce en recortes de la calidad de vida, en desigualdad creciente, fractura la sociedad, hay que empezar a discutirlo ya, en la calle, en los medios, redes, boca a boca, de la manera que mejor se nos ocurra.
Los extremismos de derecha se adueñaron de la agenda y consiguen las mayorías suficientes en el congreso para imponer sus decisiones retrógradas. La brutalidad violenta del discurso se transformará en radicalidad y fanatismo, se traducirá en decisiones excluyentes y definitivas.
Hay que enfrentarlos, para ello se debe homogeneizar el frente interno. Nuestro Movimiento está plagado de compañeros descontentos. En este momento no vale la pena enumerar los motivos, pero la corrosión existe. Las ideas autoritarias tienen mucho poder y son para muchos convincentes. Hay que volver a Perón.
La organización no es solo una estructura de cargos, sino una filosofía integradora entre la doctrina y la orgánica en la búsqueda de objetivos políticos duraderos. Entenderlo garantiza el éxito, si la dirigencia opta por seguir caminando al límite de la ruptura, será el propio pueblo el que los empuje al precipicio del ostracismo.
Cerramos como empezamos citando a otro autor nacional.
“Yo, en tu lugar, buscaría en el pueblo la vieja sustancia de héroe. Muchacho, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar esa memoria”.
Este fragmento pertenece a la Rapsodia II de ”Megafón, o la guerra”, cierre de la obra de Leopoldo Marechal.
Hoy sería pertinente refrescar su figura, ejercer también con su obra ese derecho a la memoria que invoca en este párrafo.