La temporada electoral por la que atraviesa la Argentina, elecciones provinciales, municipales, PASO, próxima primera vuelta, está dejando sorpresas que muy avezados analistas e investigadores tratan de explicar. Las elecciones periódicas funcionan como un destilador de “la política”, es un campo de batalla coyuntural que sirve como sintetizador de concreciones futuras. A veces se subestima al votante que utiliza el voto como castigo y no como propuesta, quizá no sea lo mejor pero no está mal que así lo haga. Los votantes, el pueblo, tenemos ese inalienable derecho. Cuarenta años de democracia son todo un logro, pero seguramente no son suficientes, ni los logros ni el tiempo, para consolidar un sistema que debe ir más allá de asignar funciones, lugares de gestión y representación.
En Argentina, esta democracia de elecciones es un régimen muy preciado luego de las dictaduras cívico militares. Y no sólo es valioso para las corrientes populares Peronistas y de izquierda, muchas acusadas de “populismo”, sino también por los partidos demo-liberales que supieron ser socios de las dictaduras y que ven alternativas de poder en el sistema que finalmente desprecian por más que se llenen la boca de republicanismo.
La realización de elecciones periódicas y libres son sin duda una instancia fundamental en el desarrollo de las democracias porque permite reconfigurar la política, hace que el sistema fluya. Las elecciones son ese “momento de verdad” (según define el sociólogo francés Michel Dobry) en los que se puede producir la discontinuidad de los ritmos sociales y políticos. En nuestro país estamos acostumbrados a que el descontento se manifieste en las calles con manifestaciones y otras prácticas populares muchas veces multitudinarias, toma de espacios públicos y hasta privados, que pueden empujar algún que otro cambio, pero que están muy lejos de generar soluciones permanentes y mucho más lejos aún del sueño de miles de militantes: la revolución. Si así fuera viviríamos un estado de revolución permanente. Pero esas manifestaciones no son la única manera de mostrar descontento, el acto electoral es otra manera.
La elección es más que un resultado, debe profundizarse el análisis en las complejidades del sistema y sus actores sin perder de vista que algunos factores que desencadenan las crisis tienen más trascendencia que otros. No se puede dudar que tal vez el primer factor tiene que ver con la problemática socio/económica de gran parte de la población que se encuentra en situación de pobreza, inestabilidad económica o ambas. Ingresos bajos, inflación alta, informalidad laboral no son ingredientes que permitan construir esperanza. Y si claro, podemos hablar del FMI y la herencia, de la pandemia y la guerra, la sequía, los incendios, las inundaciones y todas las plagas que nos azotaron. Y los medios hegemónicos permanentemente azuzando a la población con adjetivaciones mentirosas. Todos esos elementos, más la situación internacional y cualquiera que se les ocurra puede servir de justificativo. Ninguno de ellos tapa el primer factor.
Las elecciones en varias provincias y las primarias deben servir para analizar las razones del descontento del votante, de aquel que no manifiesta en la calle. Cuando se elige mayoritariamente una alternativa disruptiva o cuando se pide el cese de continuidades añosas en el poder hay que preguntarse que se hizo mal, para tratar de no repetir errores. Quienes transitan la política deben saber que el descontento no es el único ingrediente para generar cambios, también el hartazgo de la población en general, del militante particularmente, en la repetición de nombres, la falta de participación, la ineficacia, el nepotismo y otras muchas. A veces estas situaciones generaran cambios de personas, lo que no significa mejores políticas.
Bill Clinton inmortalizó la frase “es la economía, estúpido”, marcando que la necesidad de un bienestar de corto plazo es algo que entra en la coctelera política, incluso de los países más estables y que siempre hay una dosis de cortoplacismo en la comunicación económica de la política. Cuando Macri pierde la reelección la población argentina no estaba preparada para malas noticias que vendrían con la pandemia y la renegociación de la deuda. Todos pensaban que volvía la economía de Cristina con un grado importante de bienestar, baja inflación, dólar barato, tarifas que casi no se ajustaban, un Cepo de 2000 dólares con autorización de AFIP, era un tema que importaba a muy pocos.
Pero las cosas son más complejas aún, si bien el factor de la economía y la comunicación son casi catastróficamente importantes, no son menos importantes las variables de la política, las relaciones de poder, la conducción política o la falta de ella. En el proceso las actitudes conductivas (conductas de los que conducen) son las que más deben revisarse, especialmente en aquellos movimientos que son muy verticales en su conducción y que perdieron gran parte de la horizontalidad argumentativa. Aunque cuando hizo falta en serio de la verticalidad para saldar las disputas que hicieron perder territorios, como San Luis, San Juan, Santa Cruz, Chaco, nadie la ejerció.
Así las cosas, nos encontramos en el dilema de tener que seleccionar, en opinión personal ya no entre los dos tercios de derecha y el tercio Peronista, sino entre dos proyectos de país. Massa reintegrado totalmente al Peronismo, al menos discursivamente y en las ultimas medias económicas de alivio a gran parte de la población, pareciera haber logrado el consenso dentro de la propia tropa, algunos por convencimiento, otros dieron por prescriptas las diferencias, ingratitudes hasta infidelidades, otros por temor al reverso de la moneda. Las heridas ya restañadas nos ponen en posición que ya no somos el tercio, que ya podemos ser más para el 22 de octubre.
No se nos escapa el titánico esfuerzo de híper actividad del compañero Sergio, medio tiempo Ministro y otro tanto candidato, con lo que ello significa en nuestro país. Pareciera que Massa “cauterizó” la grieta interna. En las PASO, Milei pesó fuerte en el interior, situación que los caciques provinciales prometen revertir, esperemos la misma actitud de algunos intendentes, toda la dirigencia tiene la responsabilidad de salir a caminar y convocar a todos aquellos que se pueden sumar.
Volviendo al descontento social, no podemos negarlo, como tampoco podemos negarnos a pensar que nuestro pueblo ya mostró la lección, que enseñó que es el que define y ahora en el momento determinante, cuando lo que está en juego es el destino de la nación puede superar la angustia con la razón, para definir por un lado entre un Estado de derecho democrático, participativo, integrador al mundo, en progresivo avance hacia la justicia y por el otro la desolación de una Nación destruida sin educación, salud ni justicia. La unidad nacional nos convoca, esa que se da con las causas justas, esa que supera las estructuras. Así como lo decía Perón y hoy recuerda Massa. “PARA UN ARGENTINO NO DEBE HABER NADA MEJOR QUE OTRO ARGENTINO”