El 10 de diciembre de 2015, el radical devenido macrista Gerardo Morales, asumió la gobernación de la provincia de Jujuy, anunciando entre sus primeras medidas que las organizaciones sociales debían empadronarse en un registro de cooperativas. Los pedidos de diálogo y reuniones fueron desoídos, no se explicaron las medidas ni se accedió a una negociación. Diferentes organizaciones, ejerciendo el legítimo derecho a protestar, iniciaron un acampe frente a la Gobernación. Entonces Morales dictó un decreto que suspendía la personería jurídica y otros derechos de las organizaciones que se quedaran en el lugar. Algunas se fueron, pero Milagro Sala y la Túpac Amaru mantuvieron el acampe. Sobre esta organización recayó una serie de medidas de criminalización que incluyó la detención de la compañera.
Así de simple, aunque parezca casi imposible de elaborar ni sostener política ni jurídicamente, Milagro fue detenida en enero de 2016 por participar en un acampe. Desde entonces se construyó una sucesión de acusaciones con el fin de disciplinar, a ella y a su organización. El escenario de persecución y hostigamiento por parte del poder ejecutivo provincial y de autoridades judiciales persiste, con consecuencias para su salud física.
El hostigamiento ejercido estuvo acompañado por situaciones de humillación pública y privada, como haber recibido notificaciones judiciales cuando estaba en la cama de un hospital durante una internación. No se conoce otro caso que participe en política, que soporte el grado de persecución, intimidación y acoso que transita Milagro Sala, con el afán de limitar su influencia y acción. La búsqueda por menoscabar su construcción popular se cruza con la violencia política por razones de género que se ejerce contra ella y la racialización de la que es objeto.
Milagro representa, para el posicionamiento hegemónico del poder, a la mujer, la indígena, la lideresa que desafía más allá de sus acciones y obras. La referente de los ‘’otros”, del pueblo humilde y ancestral del altiplano. No es casual el nombre de su organización, Túpac Amaru, quien durante el periodo colonial integró a sus luchas rebeldes y emancipadoras a esclavos negros, indígenas, mestizos y criollos. Milagro es el símbolo vivo del mundo indígena del altiplano y también del país todo. El poder institucional, construido desde el tiempo colonial, no perdona ese pasado desafiante que perdura en las memorias subterráneas de los pueblos originarios. Ella lo pone en tensión.
“Desde mi corazón coya ya lo perdoné” dijo cuando le preguntaron qué sentía por su carcelero, el gobernador Gerardo Morales.
Sala es la voz de los pueblos originarios en un país semicolonial, un acto de resistencia en un momento particularmente muy complejo de nuestra historia, pero como ya lo dijeron muchos: un pensamiento nacional se construye desde un proyecto político y en el nuestro, desde el campo nacional y popular, los pueblos originarios deben estar presentes. Querida por su pueblo, esta mujer sencilla y valiente, tiene en su hogar infinitas muestras de cariño de grandes líderes latinoamericanos. Hasta las aves vienen a verla, como esos dos pájaros puneños parados en el techo de su quincho.
Este fue el motivo de nuestro encuentro con ella, queríamos visitar a la compañera perseguida, compartir y mostrarnos solidarios, con ella y con todo el espectro político y social que representa.
Gracias Milagro por recibirnos. –