Durante la 1° huelga general en Patagonia, el teniente coronel Héctor Benigno Varela había sido parte de la solución: actuó de mediador, según órdenes del presidente Yrigoyen, junto con un nuevo gobernador netamente radical, el capitán Yza, entre los trabajadores y los estancieros, evitando derramamientos de sangre y logrando un acuerdo de salarios y condiciones de trabajo que hizo terminar la huelga. Pero durante los primeros meses del 21, ya se hizo evidente que la mayoría de los estancieros, y entre ellos los más poderosos, no estaban cumpliendo con lo estipulado. Pasada la mitad del año, volvió la huelga a Río Gallegos y Puerto Deseado y se comenzó a extender por las estancias. Entonces, el presidente envió de nuevo a Varela. Este sería un nuevo Varela.
Digámoslo en una corta frase: actuó como un exterminador. Primero metió preso e hizo sablear a cuanto agitador obrero o dirigente sindical operaba en las ciudades. El jefe de los huelguistas, el gallego Antonio Soto tuvo que hacerse de a caballo y largarse a levantar trabajadores en el lejano oeste patagónico: la huelga se volvió rural. Detrás iba a ir el 10 de caballería del tnte. cnel. Varela: a terminar con la huelga, a cuatro tiros por cabeza. Se dieron, estancia tras estancia, extraños combates donde los que morían eran siempre de un solo bando: los huelguistas, y además eran seleccionados: en su mayoría se trataba de dirigentes o, al menos, sindicados como tales por los estancieros. Varela nunca se detuvo a dudar si el dedo señalador de los estancieros era certero o no: en el acto procedía a ejecutar personalmente, él y sus oficiales de confianza, los policías que lo acompañaban y hasta los improvisados pelotones de fusilamiento armados con conscriptos. Fueron unos 1500 muertos sin juicio alguno, en una nación cuya Cámara de Diputados había sancionado orgullosamente, semanas antes, la abolición de la pena de muerte para toda la nación Argentina. Para los tremendos detalles, consultar el libro de Osvaldo Bayer.
Ahora vayamos a las distintas miradas. Para los diarios La Nación y La Prensa, como para la Sociedad Rural de Buenos Aires, para la Liga Patriótica Argentina y para los grandes propietarios patagónicos que se habían trasladado a la capital a manera de loby, lo que estaba pasando en sus tierras era un alzamiento general de bandoleros, malos huelguistas y anarquistas apoyados internacionalmente (Chile o Rusia), que no se detenían en nada, ni siquiera en la violación de mujeres, con tal de enajenar la Patagonia a la patria y desde allí avanzar sobre el resto. Para el representante de negocios inglés, de mirada más inglesa, se estaban destruyendo los establecimientos de sus compatriotas, amenazando seriamente los intereses británicos. Por aquellos días, un seleccionado nacional escocés vino a dirimir superioridad futbolística con una selección argentina: el asunto pareció más digno de las primeras planas de La Nación y La Prensa que lo que estaba pasando en el lejano sur.
Pero no toda la prensa argentina estaba de acuerdo: el diario Crónica les anoticiaba a los porteños que lo que estaba haciendo Varela era una masacre, y daba detalles que ya venía adelantando la prensa anarquista y se comunicaba mano a mano entre los trabajadores.
Pero ¿qué se decía en las altas esferas del gobierno? El presidente no se pronunciaba en absoluto, como si durmiera, como si no recibiera diariamente los telegramas que le llovían desde Río Gallegos. Pero en la legislatura sólo se hacían los dormidos los legisladores radicales, que más dormidos se hacían porque en los próximos meses se votaba a nuevo presidente. Los socialistas denunciaban con verba socialista lo que estaba pasando y exigían que el ministro del Interior, conocido como “el tuerto” Gómez, o el ministro de guerra, concurrieran a la legislatura a informar. El que se destacó en esa tarea, sin pelos en la lengua, fue el diputado Antonio De Tomaso, escuchémoslo:
“Desde hace ya muchos días, los diarios principales nos han acostumbrado a leer grandes títulos sobre el bandolerismo en la Patagonia… Allí habría surgido una turba de bandidos sin sentimientos… sin otro propósito que el asesinato y el pillaje… y preparando nada menos que un vasto plan de revolución cuya aplicación habría de pasar del sur al centro y al litoral de la república… El llamado bandolerismo, señores diputados, ha sido un movimiento gremial… quiero hacer hablar al propio gobernador de la provincia, en su informe al Departamento Nacional del Trabajo: se les pagaba con vales, representando salarios de 9 y 10 meses, que no podían canjear en las pulperías sino con fuertes descuentos”. “El gobernador hace referencia a la forma como viven, califica de pocilgas inmundas los galpones que, en la mayoría de las estancias, se destinan a habitación de los peones. Entonces concibieron (los dirigentes gremiales), como lo habían hecho en noviembre de 1920, el plan de recorrer estancia por estancia, para reclamar que se pagaran los vales en moneda nacional”.
Entonces llega De Tomaso a referirse a la 2° intervención de Varela: “Los obreros creyeron, en un primer momento, que la intervención de la tropa, si se producía como en el año 20, podría servir como un factor amigable… En cambio, lo que se ha producido, lo sabe todo el mundo, ha sido una masacre, y para ocultarla se ha fraguado la leyenda del combate… Que un ejército perfectamente armado y municionado habría atacado a las fuerzas de la nación… ¡Pero no se han producido bajas en las tropas! Es extraordinario que un ejército de bandoleros… no cause ninguna baja en las tropas, mientras mueren decenas de ellos”. “Se ha matado gente al azar, señores diputados”… “Queremos que el ejército no se utilice en los conflictos de carácter social para reprimir en sangre las aspiraciones de la multitud”.
La intervención de De Tomaso es larga, acusa a Varela, dice que no puede creer que haya actuado por su cuenta, pero tampoco puede creer que haya recibido tales órdenes del ministro de guerra o el presidente, solicita informes a ambos, solicitud que la cámara pasará a comisión. Pero termina con una siniestra advertencia que se cumplirá ocho años más tarde: “ Digo y repito, que no podemos aceptar que se le dé al ejército un empleo activo en la solución de los conflictos sociales… porque nos interesa que una dictadura militar tan peligrosa no pudiera repetirse en el país. En estas cosas, todo es comenzar”.
(Próxima entrega: “La hora de los vengadores”.)