“Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del Peronismo y la clase trabajadora. Las torturas y asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en la Argentina” (Rodolfo Walsh, del prólogo de la 3ra. edición, año 1969 del libro “OPERACIÓN MASACRE”).-
Hace 68 años, se producía un hecho histórico que marcaría a fuego la conciencia nacional y social de los argentinos por muchos años y que, hoy, aparece diluido producto de la defección política y del vaciamiento ideológico-cultural que ha sido objeto nuestro pueblo y en particular el Partido Justicialista.
En efecto, el 9 de junio de 1956 se producía –haciendo ejercicio del derecho de la resistencia a la opresión- el alzamiento patriótico cívico-militar que, liderado por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, tendría por objeto nada más y nada menos que restablecer la democracia y el estado constitucional de derecho, violentamente avasallado por el golpe oligarco – pro imperialista de setiembre de 1955.
Para comprender el sentido, la profundidad y la trascendencia patriótica de lo ocurrido el 9 de junio de 1956, es fundamental la pregunta: ¿en qué momento histórico se produce aquel alzamiento cívico-militar que terminaría con los fusilamientos –violando la Ley Marcial- de veintisiete militares y trabajadores peronistas? Producido el golpe de setiembre de 1955 y desplazado en noviembre del mismo año el general Eduardo Leonardi por la facción liberal más reaccionaria del Ejército y de la Marina liderada por el general Pedro Eugenio Aramburu y por el almirante Isaac Rojas, se instaló en el país un proceso signado por la entrega del patrimonio nacional, por la represión y por la injusticia social para las mayorías populares.
Hacia el mes de junio de 1956, Aramburu y Rojas (apoyados por la Junta Consultiva Nacional) ya habían dictado el Dto.ley 4161/56 por el cual se penalizaba con prisión de hasta seis años e inhabilitación política y sindical a perpetuidad a quienes utilizaran la palabra Perón, Peronismo o justicia social y osaran cantar la “Marcha Peronista”; ya habían derogado la reforma constitucional de 1949 y en particular el Artículo 40 que nacionalizaba el dominio de los hidrocarburos y de las minas, los servicios públicos y el comercio exterior; ya habían incorporado el país al FMI y al Banco Mundial, sometiendo la economía nacional a ese imbricado sistema de dominación imperial que logró Estados Unidos con los Acuerdos de Bretton Woods de 1944 y por fin, los “comandos civiles” (adelantados de los “grupos de tarea” de marzo de 1976) arrasaban los sindicatos y los hogares de los dirigentes políticos y sindicales identificados con el Peronismo. Ese estado de barbarie criminal del cual fue cómplice desde la Junta Consultiva Nacional toda la partidocracia liberal de la época y en particular la UCR (Alende, López Serrot y Miguel Angel Zabala Ortiz) dio origen a lo que la historia conoce como la “Resistencia Peronista” (insurrección popular) y en particular a una etapa signada por la impronta de la proscripción y de la interdicción política, de la cual fueron objeto durante dieciocho años la masa peronista y el Gral. Perón.
En ese contexto histórico, se produjo el frustrado alzamiento cívico-militar del 9 de junio que, terminaría con el fusilamiento del Gral. Juan José Valle y de veintisiete camaradas de armas, y con la masacre de José León Suarez, en cuya oportunidad fueron vilmente asesinados los militantes peronistas: Carlos Lizaso, Mario Brion, Nicolas Carranza, José Garibotti y Vicente Rodriguez, sobreviviendo entre otros Julio Troxler, uno de los grandes protagonistas de la Resistencia.
En esa cruzada de la barbarie criminal de los “civilizados” que, reeditaban el fusilamiento del Cnel. Manuel Dorrego a manos del unitario Juan Lavalle y el asesinato de Vicente Angel Peñaloza (el “Chacho”) cuya cabeza sería expuesta en la plaza de Olta (La Rioja) para escarmiento de la chusma al decir del bárbaro Sarmiento, los “comandos civiles” de la tristemente célebre libertadora arrasaban la Embajada de Haití y gracias a la intervención de su embajador Jean Brierre y su esposa, salvaban sus vidas el Gral. Tanco y seis camaradas de armas que, hoy serían parte de la galería de los fusilados en junio de 1956.
En la proclama del 9 de junio de 1956 dirigida al pueblo de la Nación por los Generales Valle y Tanco, hacían conocer los objetivos fundamentales que los habían llevado a tomar las armas en defensa de la democracia, de la soberanía y de la dignidad nacional: “Las horas dolorosas que vive la República, y el clamor angustioso de su pueblo, sometido a la más cruda y despiadada tiranía, nos han decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra Patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes. Como responsables de este Movimiento de Recuperación Nacional… declaramos solemnemente que no nos guía otro propósito que restablecer la soberanía popular, esencia de nuestras instituciones democráticas, y arrancar a la Nación del caos y la anarquía a que ha sido llevada por una minoría despótica encaramada y sostenida por el terror y la violencia en el poder”. Enfatizando en sus párrafos finales:“sin odios ni rencores, sin deseos de venganza y discriminaciones entre hermanos llamamos a la lucha a todos los argentinos que por encima de las diferencias circunstanciales, quieren y defienden lo que no puede dejar de querer y defender un argentino: la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria, en una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana” (Gral. de División Juan José Valle –Gral. de División Raúl Tanco, Bs. As. 9 de junio de 1956).
En la antesala de su muerte y como testimonio para las futuras generaciones, el Gral. Juan José Valle sentenciaba en una carta póstuma dirigida al Gral. Pedro Eugenio Aramburu, la grandeza de la causa que había inspirado su cruzada patriótica y a la vez, sentenciaba el triste final que se abatiría sobre su verdugo, quien catorce años después sería ejecutado en una estancia en el Timote, víctima de la misma violencia que había desatado en setiembre de 1955. En esa carta, entre otras cosas, decía el Gral. Valle:“Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo… Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones. La palabra monstruos brota incontenida en cada argentino a cada paso que dá. Conservo toda mi serenidad ante la muerte. Nuestro fracaso material es un gran triunfo moral”(de la carta del Gral. Juan José Valle a Pedro Eugenio Aramburu, en la antesala de su fusilamiento ocurrido en la penitenciaría nacional el 12 de junio de 1956 a las 22:00 horas).
Como ha ocurrido en otros momentos de nuestra historia (16 de setiembre de 1955 y 24 de marzo de 1976), tamaña barbarie criminal –violatoria del más elemental de los derechos humanos-, recibiría el saludo exultante de la Sociedad Rural, de la Bolsa de Comercio, de amplios sectores de la pequeña y de la mediana burguesía y en particular del Partido Socialista de Alicia Moreau de Justo y de Alfredo Palacios, cuyo máximo dirigente Américo Ghioldi sentenciaría con miserable felonía: “se acabó la leche de la clemencia”. Desde el exilio el Gral. Perón deploraba la pérdida de tantas vidas humanas, y hacia el año 2003, el ex presidente Nestor Kirchner –siendo presidente del Partido Justicialista- rendía su homenaje a los mártires del 9 de junio de 1956: “el 9 de junio de 1956 es una fecha que está en la conciencia de todos los argentinos y que debe ser reivindicada como tal. Dios quiera que aquel mensaje y aquel acto de conciencia nacional del 9 de junio sea absolutamente tomado e interpretado por las nuevas generaciones”.
El 9 de junio de 1956 y el martirologio del Gral. Valle, de sus camaradas de armas y de los militantes de la Resistencia que lo acompañaron, es parte de nuestra historia y del acervo cultural que hace a nuestra identidad nacional. Constituye la fuente inagotable para comprender nuestro presente y en la cual, debemos abrevar e inspirarnos para construir y cimentar la grandeza nacional y la felicidad de nuestro pueblo.
La batalla cultual contra el liberalismo oligárquico, reivindicado por el anarco-capitalista Javier Milei y sus socios en la cruzada reaccionaria contra la Patria y el pueblo, nos impone el deber patriótico inexcusable de honrar la memoria de quienes brindaron sus vidas para que la Patria viva en la conciencia y en el sentimiento de la masa Peronista, aquella que hizo posible el 17 de octubre de 1945 y la inconclusa revolución Justicialista con la impronta de la justicia social y de la liberación nacional de toda dependencia neocolonial.