Más allá de las coyunturas y las grietas, para los habitantes de esta parte del país se impone abordar la cuestión de la región Norte Grande, en la que estamos insertos. Hay trabajos académicos y políticos que abordan el tema. Aquí sobrevolaremos en torno al mismo, por lo que su profundización hará necesario recurrir a tales fuentes (*).
El artículo 124 de la Constitución Nacional establece “crear regiones para el desarrollo económico-social y establecer órganos con facultades para el cumplimiento de sus fines”. De esta manera la Región ya está prefigurada institucionalmente en el mismo cuerpo constitucional. Sin embargo, pasar esa meta desde los papeles a los hechos, sigue siendo la gran asignatura pendiente de las provincias que integran el rezagado Norte argentino.
Otras regiones del país llevan la delantera en cuanto a haber dado pasos más firmes en tal institucionalización. Es el caso, por ejemplo, de la región Centro (Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos), que de tal modo tiende a potenciar aún más sus capacidades productivas, que ya ostentan como provincias individualmente consideradas.
Otra región que ha sabido mancomunar esfuerzos es la patagónica, conformada por La Pampa, Neuquén, Chubut, Río Negro, Santa Cruz y Tierra del Fuego. Esa cooperación ha posibilitado que la Patagonia vaya escapando poco a poco de su zona de marginación helada, y empiece a mostrar mayor protagonismo en la escena nacional.
¿Y el Norte Grande? Mencionemos sus provincias integrantes: Catamarca, Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Chaco, Corrientes, Misiones y Formosa. Su sola mención nos trae una imagen de postergaciones, insuficiencias de inversiones de capital, altos índices de pobreza e indigencia, elevados niveles de deserción escolar, considerable informalidad laboral y escalas salariales inferiores a las del resto del país.
Más allá de potenciar las capacidades productivas de cada provincia en particular, la unión de esfuerzos de tales estados provinciales tiende a generar un área de desarrollo con estándares socio-económicos que los equipare al país central. En definitiva, la meta es lograr niveles de crecimiento y ponderación en el Producto Interno Bruto nacional, lo que a cada provincia, por separado, parece resultarle muy difícil alcanzar.
Hay sectores económicos muy arraigados en las provincias, con actividades muy lucrativas en cuanto a su economía particular. Sin embargo, el impacto benéfico de esas ganancias no alcanza a retransmitirse socialmente. Cabe preguntarse si a tales grupos les interesaría sumarse a una nueva dinámica que implicaría la regionalización, articulando sus intereses privados con los intereses públicos administrados por los Estados jurisdiccionales.
Es habitual escuchar en los mensajes políticos una trillada frase referida a “defender los intereses de la provincia”. Pero ¿refleja este slogan los intereses de todos los habitantes de la región, o se asienta particularmente en los de los grupos económica y socialmente dominantes?
En más de una oportunidad se ha señalado críticamente la existencia de sectores denominados retrógrados, que devienen de una fuerte tradición histórica de cada una de las provincias de la región. Tales sectores son vistos más bien como un freno que como un estímulo para el desarrollo y progreso socio-económico local. Se les atribuye una frase común, que describiría con toda obviedad su realidad: “¿Para qué cambiar si así estamos bien?” No advierten, empero, que estar “bien” para ellos no significa necesariamente estar “bien” para el resto de la sociedad que los rodea, que podría orillar hasta el 80 por ciento de la población.
Esa disidencia muchas veces se pone de manifiesto en números. Se asegura que en las últimas décadas emigraron alrededor de un millón de correntinos en busca de oportunidades que su propia tierra no les ofrecía. Para ellos las cosas no estaban “bien” aquí.
Por eso se afirma con razón que la cuestión regional es también una cuestión social. Aquellos sectores conservadores, como se dice en lenguaje llano, tienen “armada su quintita” que les provee de cómodos privilegios. Ostentan, además, un alto nivel de poder político y económico, incluso cultural, que lo esgrimen para boicotear toda política transformadora que implique sacrificar sus prerrogativas ya consolidadas. La resistencia al proyecto de Ley de Humedales podría ilustrar esa actitud refractaria a los cambios.
PLAN O MERCADO
La escasa capacidad multiplicadora de las inversiones en la Región, es otra manifestación de asimetría estructural. En Estados Unidos es emblemático el caso de la construcción de represas en el río Tennessee, con recursos estatales, como impulsor del desarrollo en el Sur norteamericano, notoriamente rezagado hasta ese momento (década del ’30) con respecto al Norte. En el NEA, en cambio, la instalación de la represa de Yacyretá no tuvo el mismo efecto benéfico, salvo tal vez en la ampliación de alguna infraestructura… en Misiones y en el Paraguay.
Todas las insuficiencias que podrían enumerarse, encontrarían un horizonte de superación si la región Norte Grande avanzase más allá de una descripción geográfica y folclórica, para conformar un entretejido de institucionalización que sirva para crear densidad política, es decir, poder de fuego para multiplicar la capacidad de negociación con el poder central.
Una suerte de Liga de Gobernadores del Norte Grande ya ha venido dando pasos significativos en tal sentido. No casualmente esa entente está liderada por Jorge “Coqui” Capitanich. El gobernador chaqueño no es sólo un cuadro político de nota, sino un pensador estratégico en esta cuestión del desarrollo regional. Para no quedarse simplemente en un “club de gobernadores” en el que se recita un glosario de buenas intenciones, el denominado Consejo Regional del Norte Grande debería avanzar con paso firme en un plan (político, económico, cultural), que dé sustento a una estrategia de largo plazo de articulación regional. Se asume la necesidad de un plan porque se asume que el mercado per se no asignará los recursos necesarios para el desarrollo y la consolidación de la Región. Más bien parece impulsar la tendencia contraria: a la postergación crónica de la Región.
Liberar la evolución de la Región a la dinámica “natural” del mercado, retroalimenta los signos negativos que marginan al Norte Grande de la dinámica del crecimiento y del desarrollo del país, que se concentra más aún en la región Central a costa de la postergación crónica del NEA-NOA.
Valgan estos apuntes como primera aproximación a una temática compleja, pero no por ello menos apasionante. Alrededor de ella se juega el futuro de todos quienes habitamos el Norte Grande argentino.
Una meta que, por cierto, vale la pena.
(*) Léase, por ejemplo, “La región en el federalismo argentino”, de Fernando Javier Rinaldi, Cuadernos de territorio, 2018, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.