Corría el año 96, recién estaba llegando a Buenos Aires desde mi Puerto Iguazú natal, cuando tuve la oportunidad luego de ganar un concurso del Instituto de Cine, de dirigir un cortometraje dentro de lo que fue Historias Breves. Eran épocas en donde se filmaba en celuloide y el montaje aún se realizaba en las míticas moviolas, pero de a poco, empezaban a llegar al país unas computadoras en donde se podía editar de manera digital, todo una revolución para entonces. Uno de esos equipos lo tenía la producción de Leonardo Favio, que estaba en pleno proceso de montaje de “Sinfonía de un sentimiento”, su enorme obra sobre el peronismo. Como mi amigo Ponce era el montajista de esa película y también sería el de mi cortometraje, se le ocurrió la idea de tirarnos un lance y proponerle a Favio que por una semana nos permitiera trabajar allí de 18 a 24, horario en el que él no utilizaba ese equipo. La osadía tuvo resultado y un par de semanas después puntualmente golpeaba la puerta del departamento de la calle Pasteur, en donde el maestro vivía y trabajaba.
No es el propósito de esta crónica narrar esa semana, que jamás olvidaré, sino solo recordarla para introducir en una imagen, si esto fuera posible, la esencia de lo que fue uno de los mas grandes artistas populares de nuestro país.
Nuestro proyecto avanzaba aunque en realidad mi atención estaba en cada detalle de esas horas compartidas en su casa-estudio, como si supiera que esos cincos días los recordaría de por vida. Leonardo Favio era para cada uno de los que dábamos nuestros primeros pasos en el cine, nuestra inspiración, nuestro anhelo, era el artista que todos queríamos ser.
Uno de los días se acercó viendo que dudábamos con una escena que presentaba diferentes opciones y en una frase, tan solo en eso, nos abrió el mundo. Lo que hay que hacer siempre, nos dijo, es lo que se siente acá, mientras con una sonrisa enorme se llevaba la mano al corazón.
Ninguno como él representó ese sentimiento popular, esa identidad, ese orgullo de pertenencia a su lugar, ese amor a sus personajes. Para Leonardo el oficio de cineasta era el de testimoniar el llanto, la historia, era cantarle a la pasión y a la poesía, en definitiva era ser la memoria de su pueblo.
Abandonado por su padre en su Lujan de Cuyo natal, creció escapando de institutos de menores y de los rigores de la vida. Ya en Buenos Aires trabajó de lo que pudo, hasta que el destino le dio la oportunidad primero como extra y luego desde la actuación de ingresar a un mundo nuevo. La historia del cine Argentino ya no sería igual.
Su primera trilogía como director, “Crónica de un niño solo”, “El romance del Aniceto y la Francisca” y “El dependiente”, maravillaron a la crítica que veía en ese joven una mirada única. Pero Favio quería más, quería que su cine llegara a las mayorías, quería que su pueblo se refleje en él, y así aparecieron “Juan Moreira” y “Nazareno Cruz y el lobo”, dos de las películas más vistas de la historia del cine Argentino.
Su militancia Peronista fervorosa y la exaltación de su cine hacia una identidad nacional y popular, provocaban la ira de los sectores acostumbrados a denostar todo lo que significara el gusto y el placer del pueblo. Las películas de Favio no se parecían a las europeas, ni a Hollywood, sus películas eran la Argentina misma, nada mas desafiante para una elite acostumbrada a enaltecer lo ajeno y despreciar lo propio.
“No soy un director de cine Peronista, soy un Peronista que hace cine”, les contestaba con esa sonrisa pícara e irresistible. “Soñar, Soñar” es la última película de esa trilogía. Los aires habían cambiado, la dictadura entraba al poder y Favio debió exiliarse, retornando a su oficio de cantor para ganarse la vida en Latinoamérica.
Pasaron 15 años para que Favio volviera a dirigir, y lo hizo con una de sus obras maestras, “Gatica, el mono”. En la historia de Gatica encontró todo, estaba su mundo, estaba él mismo viéndose a través de un espejo, estaba el peronismo, la Argentina, el ascenso, la gloria y la caída. En ese Gatica del final, ensangrentado, arrojando besos, sonriendo, arropado por una enorme bandera Argentina que flamea, está la síntesis más brillante, sobre lo que él llamaba cantarle a la pasión, a la poesía y ser memoria.
Seis años más le llevó concluir la enorme “Sinfonía de un sentimiento”, una obra en donde Favio narró su Peronismo, como me había enseñado esa tarde en su estudio, con lo que sentía de más profundo en su corazón. Todavía quedaba aliento y años más tarde entregó “Aniceto”, su última película.
En estos tiempos, donde los mismos de siempre siembran el odio y bombardean la autoestima de un pueblo que en el fondo detestan, se impone la necesidad de dar esas batallas y honrar legados, porque como respondía una y mil veces Leonardo Favio sobre su amor al peronismo, uno no puede ser feliz en soledad.