Napa’alpi es el “lugar donde habitan las almas de los muertos”, afirmaba Orlando Sánchez, historiador y lingüista qom. “Masacre de Napalpí” se refiere a lo sucedido el 19 de julio de 1924 en el Lote 38 de la Reducción, por orden de Fernando Centeno, entonces Gobernador del Territorio Nacional del Chaco. Más de cien integrantes de las fuerzas oficiales asesinaron, mutilaron, y enterraron en fosas comunes a más de doscientos indígenas, en su mayoría moqoit y qom, si bien había también miembros de otros pueblos.
La cifra no es precisa, pero el Censo de 1923 (cuya copia aporté a la causa) que consta en el libro de notas de la Reducción, sitúan en la misma un promedio de mil indígenas. A dos sobrevivientes: Rosa Chará y Melitona Enrique (la existencia de esta última todavía no había sido publicada mediáticamente) realicé sendas entrevistas el 2 y 3 de enero del 2005, filmadas por mi hija Tania Pantaleff. La situación traumática tuvo sus efectos largo tiempo: el silencio, el temor a morir, la represión de la lengua, los ritos, los sueños.
Los “métodos de reducción” eran la educación formal, el trabajo en la madera, en agricultura, la propiedad. Lynch Arribalzaga fue el ideólogo de ese proyecto civilizatorio que fue Napalpi. Proyecto inspirado en el pensamiento liberal, positivista, profundamente racista. En la reducción, creada en 1911, confluyeron los intereses de empresas y estado. La reducción proveía mano de obra en tiempo de cosecha, tala o zafra. Para el indígena no era posible desplazarse libremente sin un papel escrito que acredite su pertenencia y trabajo y posibilite su sobrevivencia. La situación era prácticamente de esclavitud, sin posibilidad de decidir su destino, numerosos movimientos de resistencia acontecieron antes y después.
En 1924 se produjo un movimiento socio-chamánico en El Aguará. Indígenas de Resistencia, Colonia Benítez, Las Palmas (que habían vivido la experiencia de la huelga general en el Ingenio Azucarero unos años antes), Pampa del Indio, respondieron al llamado de los qom Machado y Gómez, de los moqoit Durán y Maidana (quien había participado en el movimiento moqoit en 1905) y de otros pi’oxonac (chamanes) (Miller 1967). Machado y Gómez eran ‘oiquiaxaic. Se habían construido una choza, conocida como “el templo”, frente a la cual se realizaban reuniones, ceremonias (Bartolomé,1972). Los desencadenantes: las condiciones de vida, la carga del 15% al algodón; el asesinato del pi’oxonac Sorai, la prohibición del gobierno de salir del territorio chaqueño.
Naturaleza y cultura: ecocidio, etnocidio, genocidio.
El azúcar siguió a la tala de una manera combinada. La Forestal hacía lo suyo. Desde fines del siglo XIX, los ingenios azucareros surgieron como hongos: Ingenio Bouvier, Formosa, en Formosa; La Esperanza, Ledesma, La Mendieta, Pampa Blanca en Jujuy; Mercedes, Tacuarendí, Las Toscas, en Santa Fe; Primer Correntino en Corrientes, San Isidro, Unión, en Salta, treinta ingenios en Tucumán, muchos de los cuales recibían prisioneros indios del Chaco enviados por el ejército. El ingenio Las Palmas obtuvo 100.000 hectáreas de tierra fiscal en la que trabajaban cinco mil indígenas. Proveían “brazos” para la tala, zafra o cosecha las reducciones de Napalpi y Fray Bartolomé de las Casas. Otros colonos se fueron asentando. Luego el algodón y sucesivos monocultivos hasta el presente. La reducción económica de la naturaleza significó la alteración del ciclo vital, del conocimiento, de los espacios y tiempos mítico-rituales. Mariscar era imposible para quienes quedaban encerrados en el ciclo productivo.
Miles de muertes en los obrajes y cañaverales por las condiciones de vida, desapariciones y asesinato de rebeldes, enfermedades, extensión de las epidemias: viruela, disentería, paludismo, tuberculosis. Por razones económicas-ideológicas se reprimían las ceremonias que eran muy numerosas, donde se centraba sentido de la vida comunitaria. Se pagaba con vestidos blancos al final de la zafra, se unificaba el símbolo vinculado al trabajo y al disciplinamiento. En Napalpi brazaletes blancos.
Chaco fue uno de los últimos espacios americanos en iniciar el proceso de destrucción de lo diferente, no sólo en relación a lo étnico. A comienzos del XX el Chaco había perdido el 80% de sus bosques. La explotación del tanino extinguiría los centenarios bosques de quebracho. La expansión del monocultivo: azúcar, algodón, soja, y otros emprendimientos extractivos, agroindustriales, paralelamente a la concentración de la tierra, apresuró el despojo ecológico y cultural, siendo las principales víctimas la población indígena y campesina.
La naturaleza considerada como recurso ilimitado y el extractivismo vinculado al pensamiento liberal positivista, es fuertemente racista. Uno de los mecanismos mediante los cuales se sostiene un universo simbólico es la aniquilación, no sólo física, basta explicar cualquier fenómeno desde el orden cognoscitivo y normativo dominante. La barbarie es la maraña, lo étnico. Las teorías positivistas, racistas, que negaban lo diferente y subalterno fueron predominantemente desde entonces el lenguaje científico que sostuvieron las políticas públicas. El poder se construye y justifica con el prejuicio, la discriminación, el racismo (Bergallo 2017a) (Bergallo 2017b) (Bergallo 2021).
La resistencia y las disputas por las memorias y olvidos
Los movimientos de resistencia por las tremendas condiciones de vida fueron varios desde fines del siglo XIX, qom en 1873-1884, moqoit en 1905, Napalpi en 1924, en 1933 San Martín y Pampa del Indio, Rincón Bomba en Formosa, varios movimientos y movilizaciones hasta el día de hoy. La circulación de indígenas de diversos pueblos y criollos y su inserción en los sistemas productivos fue intensa desde un principio. En informes policiales constan “concentraciones y alzamientos” en el Ingenio Las Palmas. En todos los movimientos los rituales, el canto, las danzas, estaban presentes.
Napalpi, como caso paradigmático, expresa la imposición de un modelo socioeconómico y cultural sobre otro y sus conflictos. Hacer memoria es hacer justicia, es el gran valor del Juicio por la Verdad. El develamiento de los paradigmas que están detrás. El reconocimiento de la verdad, el reconocimiento oficial, el protagonismo de los derechos indígenas.
La memoria es un campo de disputas por los sentidos del pasado. Para la cultura hegemónica, acostumbrada la textualización, es difícil imaginar que la memoria también pueda ser escrita en mapas, códigos o imágenes complejas, memoria viva en ceremonias, en el cuerpo y en la tierra, en el viento, en otros modos de conocimiento, en silencios y luchas. En protagonistas de la historia y descendientes que todavía existen.
Referentes indígenas, actores e investigadores desde diferentes perspectivas aproximándose al contexto y a la voz del Otro, contribuyeron a la memoria, verdad, justicia. “La Voz de la Sangre” de Juan Chico y Mario Fernández, “Historia de los aborígenes qom del Gran Chaco contada por sus ancianos” de Orlando Sánchez, entre otros actores y autores indígenas son de un valor inmensurable. Los referentes que protagonizaron la resistencia indígena hasta el presente en distintos momentos de la historia, la épica movilización indígena del 2006, dejaron su legado. Entonces flameaba la pancarta Napalpi con un sentido simbólico sosteniendo un movimiento indígena sin fronteras. Uno de sus referentes, Egidio García, escribió entonces esa frase que da el título a esta nota.-
(*) Magister en Antropología Social (UNAM), escritora. Realizó investigaciones, informes y peritajes antropológicos sociales en varias causas en relación con población indígena, en temas territoriales, de deforestación. Dio su testimonio en la Audiencia Pública el 26 de abril en el Juicio por la Verdad: Masacre de Napalpi