El título provoca, interpela, remueve las capas de herrumbre de nuestra memoria hasta llegar a respondernos que sí, que el día más fatídico y dramático de nuestra historia moderna sigue despierto entre nosotros.
Como el cuento de Augusto Monterroso: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”
Somos nosotros mismos, nación y pueblo, en tanto ejercitemos el coraje de mirarnos, de vez en cuando, en el espejo de nuestros verdugos; los de antes, los de ahora, los de mañana. Porque el golpe no fue ejecutado por un ejército de ocupación extranjero; fueron las fuerzas armadas argentinas con el apoyo de una buena parte de la sociedad, de esta sociedad que somos.
De poco sirve evocar la fecha sólo con nuestros lamentos si no somos capaces de volver a visitar las catacumbas del dolor y sentir en la piel el tormento infringido por los genocidas. Hay que entrar al oscuro pasillo de la muerte de la dictadura que llevan a esas catacumbas para saber, una vez más, cómo pudo suceder su construcción y quiénes fueron sus constructores, militares, civiles, eclesiásticos, periodísticos, judiciales.
Hay que seguir curando con memoria las heridas de nuestros desaparecidos y nuestros muertos queridos. Y lo que es más dramático y necesario: debemos seguir preguntándonos qué quedó en pie de aquel terrorismo de estado que asestó el más cruel tajo de bayoneta sobre la panza de la democracia.
Emprendamos ese ejercicio y descubriremos, con horror, que el poder mediático, el poder judicial y los poderes concentrados de una economía que siempre tuvo el pico afilado de los buitres, es decir, los poderes fácticos que sostuvieron y dirigieron esas bayonetas, siguen despiertos entre nosotros.
Y algo peor: hoy tienen tanto o más poder de fuego, esos poderes, que medio siglo atrás.
Ya no están las bayonetas, pero están los grandes bancos, los grandes medios, los jueces venales y los heraldos políticos del odio y de la muerte.
El golpe del 24 de marzo de 1976 fue el último eslabón de una serie de sucesos y condiciones previas que se acumularon inteligente y cínicamente desde el poder real. Fue un golpe planificado y estratégicamente provocado en las entrañas mismas de una buena parte de la sociedad argentina.
Había que terminar con “el caos peronista”, decían. Había que reorganizar el sistema liberal republicano extirpando “la lacra peronista”, vociferaban. Había que eliminar diez mil, cien mil, un millón de subversivos si fuese necesario, amenazaban. Y hubo una porción importante de esa sociedad que aplaudía gozosa la promesa del orden a cómo de lugar. La política debe cuantificar y cualificar aquella realidad para entenderla; no para llorar sobre el jarrón de la historia de los argentinos, roto desde hace dos siglos; sino para ligar el presente con esa latencia de muerte que anida entre nosotros, honorables vecinos y vecinas de una “república perdida”, ángeles descalzos en la ciudad amurallada, inocentes almas que ayer aplaudieron a Videla y Massera, antes pintaron “viva el cáncer” contra Evita y ahora arrojan bolsas mortuorias que representan la muerte; la nuestra, la de los cabecitas negras, la de los descamisados, la de los peronistas, la de los populistas.
Recordar el 24 de Marzo sirve para esto. Para que sepamos advertir las asignaturas pendientes que dejó la resistencia contra el terrorismo de estado y trabajar sin descanso para transformar un poder judicial que está desde entonces podrido, como señaló Cristina Fernández de Kirchner con ese coraje ejemplar que la caracteriza; para empujar una y otra vez una justa distribución de la riqueza que mejore las condiciones de vida de nuestro pueblo; y para desmonopolizar y democratizar el poder omnímodo de los grandes medios hegemónicos, que hoy son el verdadero partido de oposición.
Los juicios de lesa humanidad realizados durante la presidencia de Néstor Kirchner y extendidos en la presidencia de Cristina y actualmente de Alberto Fernández, sirven para juzgar y condenar a los autores materiales del genocidio; pero también sirven para dejar al descubierto el proyecto de saqueo nacional que la dictadura impuso a sangre y fuego. Muchos de los saqueadores, políticos, empresarios, jueces, periodistas, hoy continúan con su faena de odio y despojo. Es hora que la democracia haga llegar hasta esos poderes un “Nunca más” que honre definitivamente la más sublime política de Estado que tiene el pueblo argentino, la política de Memoria, Verdad y Justicia.