Ellos siempre están de estreno; con un puñado de poemas; con una historia de amor; con un libro que hace culto a la memoria colectiva; con una pintura, una canción de combate, una pieza de teatro, una obra de arte que hable del fuego y de la chispa y del viento que agita el fuego y ellos, mis compañeros, saben que siempre serán el viento y no otra cosa. Fuimos y seremos el viento que agita la memoria, cantan como se canta un salmo o un juramento pagano.
Ellos siempre están volviendo; son los resistentes de la generación diezmada; los presos de la dictadura; los compinches de militancia y vino tinto de los 30 mil; los del aguante incondicional; los del abrazo partido.
Ellos siempre están celebrando la vida; se levantan de una antigua pena como si hubieran dormido una larga siesta; se los identifica apenas por ese gris de ausencias que les nubla la mirada cuando se nombra a los compañeros y las compañeras ausentes para siempre.
Ellos, de los que vengo hablando, un día se juntaron y decidieron presentar batalla a ese enemigo eterno de los pueblos que es el olvido; y se inventaron un nuevo colectivo de almas irrecuperables para la cordura y le llamaron “El periscopio” en honor al espejito artesanal que nos servía de alarma en la cárcel de Coronda para burlar la guardia de los carceleros y así poder cometer el delito más humano y maravilloso de la especie humana que es hablar, conversar, debatir, soñar, siempre en multitudes y que me visitó mi hijo y me vino a ver mi vieja y me dieron 20 días de calabozos y cuidate hermano, cuidate y parece que cayó el Robi Santucho y parece que mataron a la Gaby Arrostito pero aquí no afloja nadie carajo.
Los milicos de la dictadura los tildaron de “irrecuperables”. Y lo siguen siendo medio siglo después de aquella primavera que les sembró la vida para siempre.
En la ciudad de Rosario, cuna de la bandera creada por aquel otro gran “irrecuperable” que se llamó Manuel Belgrano, se volvieron a juntar ahora para seguir firmando, como un acta de fe, sus convicciones; y dicen que fueron el aleteo de una mariposa, de un gorrión o de un cóndor, eso ya no importa, importa el aleteo, el silbato de un tren que ya no existe, la risa que sigue sin rendirse, la vuelta de los 30 mil, y pasaron la posta a sus hijos y a sus nietos como lo hizo el Caburo y se pusieron a bailar nuevamente arriba de una mesa del pabellón como contó el Biafra Soriani y cuando se dieron cuenta había amanecido y el día entonces se llenó de nuevas rebeldías y nuevas esperanzas y la victoria malherida, maltrecha y derrotada se puso de pie, se sacudió la falda y bailó con ellos.