Los discursos de Evita, orales o escritos, fueron contribuyendo a crear una identidad, un imaginario que terminó por trascender al peronismo. La palabra fue para ella una herramienta para mostrar la realidad y construir una doctrina, pero también un acto de amor. Fue la voz de los que nunca tuvieron nada. A 70 años de su fallecimiento, muchas de sus expresiones siguen vigentes en la memoria de las y los argentinos.
“Creo que nací para la revolución”. Esta frase impresa en “La razón de mi vida” sintetiza el sentido de su existencia. Después del 17 de octubre de 1945 había comenzado un nuevo tiempo para el pueblo, “sus descamisados”, en el que iban quedando atrás las penurias a las que lo habían sometido. Sabía, sin embargo, que los enemigos podían volver y que muchos podían estar dentro del mismo movimiento, por lo que les recomendaba estar atentos y sobre todo tener “mística revolucionaria”. Ella quería ser “vigía de la revolución” y estar siempre presente como Evita, la compañera.
¿Pero, cómo María Eva Duarte llegó a ser Evita?
El camino empezó en 1919 en Los Toldos (provincia de Buenos Aires), un pueblo que creció a la vera del ferrocarril cerca de la toldería del cacique Coliqueo. Eran unos 3 mil habitantes, de los cuales muchos trabajaban en las tareas rurales en las chacras y estancias de la zona, cuyos dueños residían a 200 km en la Capital del país.
El 7 de mayo la comadrona mestiza Juana Rawson de Guaquil recorre los caminos rurales en una fría madrugada para asistir a Juana Ibarguren en su quinto parto. Ha nacido María Eva.
La madre descendiente de inmigrantes vascos, no había logrado escapar de las penurias económicas, aún cuando su relación con Duarte le daba una posición de cierto reconocimiento.
¿Cómo era esa niña que crecía en Los Toldos?
“Yo no era más que un gorrión en una inmensa bandada de gorriones. Recuerdo que siendo niña siempre deseaba declamar, como si quisiera decirle algo a los demás, algo grande que yo sentía en lo más hondo de mi corazón. Cuando yo hablo con los hombres y mujeres de mi pueblo, siento que estoy expresando “aquello” que intentaba decir cuando declamaba en las fiestas de mi escuela”.
¿Qué causaba esa necesidad de expresión?
“La injusticia es la causa. Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia. Estuve muchos días triste cuando me enteré que en el mundo había ricos. El tema de los ricos y de los pobres fue, desde entonces, el tema de mis soledades. Nunca lo comenté con nadie, ni siquiera con mi madre. Hasta los 11 años creí que había pobres como había pasto y que los ricos eran los árboles. Un día oí por primera vez de labios de un trabajador que había pobres porque los ricos eran demasiado ricos …”
¿Que le pasó cuando visitó por primera vez la ciudad?
“Me hablaban de la ciudad como de un paraíso y llegando a ella descubrí que no era así. De entrada vi sus barrios de miseria, y por sus calles y sus casas supe que en la ciudad también había ricos y pobres. Aquella comprobación debió dolerme hondamente, porque cada vez que, de regreso de mis viajes al interior del país, llego a la ciudad, me acuerdo de ese primer encuentro con su grandeza y su miseria”.
(…) “Nunca me pareció natural ni lógico. Sentí entonces, en lo íntimo de mi corazón algo que ahora reconozco como sentimiento de indignación. No comprendía el afán de los ricos por la riqueza, esa era la causa de la injusticia social.”
¿Por qué duele la injusticia?
“¿Puede un pintor explicar por qué ve y siente los colores?¿Puede un poeta decir por qué es poeta? … Tal vez por eso yo no puedo decir jamás por qué siento la injusticia con dolor, por qué nunca terminé de aceptarla.
(…) “Mi sentimiento de indignación por la injusticia social es la fuerza que me ha llevado de la mano desde mis primeros recuerdos. A medida que avanzaba en la vida, el problema me rodeaba cada día más”.
¿Seguía los impulsos de su corazón?
“La verdad es que siempre he actuado en mi vida más bien impulsada por mis sentimientos. No me olvido, ni me olvidaré nunca, de que fui un gorrión, ni de que sigo siéndolo”.
¿El mejor día de su vida?
“Todos, o casi todos, tenemos en la vida un “día maravilloso”. Para mí, fue el día en que mi vida coincidió con la vida de Perón.”
“Yo no estuve en la cárcel con él; pero aquellos ocho días me duelen todavía; y más, mucho más, que si los hubiese podido pasar en su compañía, compartiendo su angustia”.
“Su rara insistencia me iluminó: ¡aquel “encargarme de sus trabajadores” era su palabra de amor, su más sentida palabra de amor! (…) Perón me encomendó a sus descamisados en la hora más difícil de su vida”.
Perón le decía que ella era “demasiado peronista” pero le respondía que (…) “sería desleal con mi pueblo si no hablase de él. Por otra parte nadie puede pensar que mi elogio tenga algún interés”.
¿Qué es lo que espera?
“Confieso que tengo una ambición, una sola y gran ambición personal: quisiera que el nombre de Evita figurase alguna vez en la historia de mi Patria”.
“No tengo aspiraciones de profeta; pero estoy firmemente convencida de que, cuando el siglo se cumpla, los hombres recordarán con cariño el nombre de Perón; y lo bendecirán por haberles enseñado a vivir “.
Ella eligió ser Evita.-