El triunfo de Boric no es solo un terremoto político y geopolítico en los hechos, es un triunfo con alto contenido simbólico en América Latina, es el triunfo de una fuerza política alternativa en la cuna misma del neoliberalismo en la región, el primer laboratorio de la Escuela de Chicago en Sudamérica, una dictadura de Mercado y Estado mínimo impuesta a la fuerza por Augusto Pinochet en 1974 y consolidada como democracia neoliberal en los 90, bajo un supuesto “consenso centrista“ entre las fuerzas conservadoras post-Pinochetistas y la izquierda tradicional chilena (la Concertación, que tuvo a los ex-presidentes Ricardo Lagos y a Michelle Bachelet como máximo exponentes). Un supuesto consenso democrático que en la práctica no modificó las estructuras económicas, sociales y políticas heredadas de la dictadura militar.
Este resultado parece echar a la borda aquel supuesto mito de la excepcionalidad chilena, el del Estado neoliberal modelo que por años inspiró a los discursos de las fuerzas de derecha liberales de Sudamérica, paradigma de crecimiento económico con un Estado mínimo y alta libertad empresarial, bajo una supuesta aura de estabilidad social y política, un modelo a ser emulado. Pero aquel orden terminó de romperse en Chile.
Primero las protestas estudiantiles de 2011 (en las cuales Boric participó) darían un adelanto de los movimientos que se gestaban en el subsuelo de la sociedad chilena. Finalmente el punto de quiebre sería el estallido del 2019 (con protestas similares en toda Sudamérica con un claro tinte anti-neoliberal y status quo) que llevarían a la elección de una Asamblea Constitucional de corte reformista y ahora en este diciembre como resultado la elección de Gabriel Boric como presidente, un claro revisionista del modelo neoliberal en su país.
“Un crecimiento económico que se asienta en la desigualdad profunda tiene pies de barro”
Tal ruptura no pudo haber sido explicada de forma más concreta por el propio Boric en su discurso como presidente electo:“un crecimiento económico que se asienta en la desigualdad profunda tiene pies de barro“.
Tales acontecimientos son motivo de ilusiones, justificadas o no, no sólo en Chile, sino en toda la región para aquellos que predican por un modelo de sociedad alternativo al modelo neoliberal.
El resonante triunfo de Gabriel Boric el 19 de diciembre ha reimpulsado el debate acerca de una posible “Segunda marea rosa“ en Sudamérica, en cierta medida el resultado de esta elección, -así como la de Pedro Castillo en Perú y Arce en Bolivia-, le han dado un nuevo vigor a esta idea, que si bien es discutible, no puede negarse el hecho que el triunfo de Boric es una bocanada de aire fresco para los desgastados gobiernos progresistas luego de 2 años de pandemia y un escenario internacional convulsionado y volátil desde hace un tiempo.
La ola de protestas del 2019 en Sudamérica y la derrota electoral de Mauricio Macri en Argentina el mismo año sumados a la pandemia del Covid 19 y sus efectos sobre la región extendidos por más de un año (la caída estrepitosa de los niveles de aprobación de la administración Bolsonaro en Brasil, como ejemplo paradigmático) parecen converger en un solo diagnóstico: el modelo neoliberal en Sudamérica (y America Latina) está en crisis, y agotado. Esta crisis terminal ya es evidente. Pero las fuerzas alternativas a este modelo todavía no han podido afirmar sus bases. Por lo que se prevé un largo y trabajoso proceso post-neoliberal.
Siguiendo una cita gramsciana, los tiempos de crisis son aquellos donde “lo viejo no muere, pero lo nuevo no termina de nacer”. Los gobiernos progresistas con modelos post-neoliberales de la primera Marea Rosa no pudieron consolidar una contra-hegemonía al interior de sus países (estructuras institucionales y culturales del neoliberalismo) ni tampoco a nivel regional por medio de una coordinación que permitiera contrapesar la influencia de Estados Unidos.
En términos geopolíticos e institucionales, prácticamente todos los procesos y bloques de integración regional se encuentran hoy en franca parálisis, tanto las organizaciones regionales históricas como el MERCOSUR como aquellas impulsados por el progresismo de la Marea Rosa (CELAC, UNASUR).
Será el desafío de Boric así como de los próximos líderes que surjan del ciclo electoral en 2022 en la región re-encausar, revitalizar el proceso integrador de La Patria Grande.
El proceso político más esperado en 2022, que servirá para poder visualizar con más precisión futuras tendencias regionales al respecto, será la elección presidencial en Brasil en octubre, donde Lula da Silva goza de una amplia ventaja según la mayoría de los estudios de opinión pública.
El triunfo de Lula, de las fuerzas alternativas al proyecto neoliberal y de alineamiento unipolar hoy representadas por el gobierno de Bolsonaro en Brasil, sería el cambio necesario para dar vuelta la marea a nivel regional y proveería de la fuerza política requerida para revitalizar los proyectos de integración regional.
Una nueva sintonía desde 2022 y 23 entre los gobiernos de Argentina, Brasil y Chile, permitiría reimpulsar con nuevo vigor político los viejos y postergados anhelos por el relanzamiento de la plataforma ABC (Argentina, Brasil, Chile).
El proyecto geopolítico del ABC y el continentalismo, son conceptos fundamentales y estratégicos de la doctrina geopolitíca del Peronismo. Y en tal doctrina son la base para la concreción de la unión sudamericana.
Tal unión regional permitiría la consolidación de un polo continental autónomo de las grandes potencias, ideas que siguen vigentes en un mundo cada vez más multipolar y complejo, en el cual surgen nuevas competencias, debates y paradigmas. •