De un tiempo a esta parte, nos vimos sacudidos por el discurso del odio, quien lo esgrimía tomó el poder, pero no por asalto, sino en las urnas. Milei habló, y habla, con bronca, siempre con bronca, como un profeta, frente a una casta sacerdotal que habría desviado el curso de las cosas durante décadas: como sabemos, y debemos tomar nota de ello, la idea de casta se encuentra en la tradición bíblica, específicamente refiere a la tribu de Leví, que vivía de los impuestos que pagaban las otras tribus de Israel, quedando consagrada al culto, fundamental para el orden político. El entramado que se da en el plano discursivo entre religión y política, dejado a un lado ingenuamente por el progresismo, en general, y por el peronismo, en particular, es aquí diagnóstico de miopía política, que tiene siempre consecuencias funestas. El opio de los pueblos resultó una lectura fácil, demasiado fácil, ante el desarrollo teórico del joven Marx sobre la articulación entre el cielo y el mundo desgarrado en su base material y humana.
Milei fue escuchado porque hablaba con bronca y ponía en evidencia, en su interpelación al sujeto de consumo, su propio mal, y las eventuales causas. Esta articulación entre el problema, la solución y el sujeto encargado de llevar adelante, reiterada una y otra vez, fue creando un cielo en el mundo desgarrado del sujeto consumidor. Y, como señala Tocqueville al hablar de la revolución, la gente se fue pasando paulatinamente a ese cielo, a ese mundo imaginario, aboliendo el vínculo con la realidad, en su trama de complejidad. Convenció porque supo hablar, y supo hablar porque entendió a quién hablar y cómo hablarle.
El peronismo –basta ver los spots actuales de los referentes correntinos– perdió vinculación, en su brújula popular, con la subjetividad, porque entre otras cosas olvidó la relación entre el cielo, en el cual sujeto desgarrado pone su ilusión, su horizonte de futuro, y el día a día de la gente en este mundo post crisis del 2008 pero sin New Deal, como me gusta decir, esto es, en un escenario de constante crisis, con el incremento en los niveles de desigualdad, caída abrupta del poder adquisitivo y de las condiciones de vida, etc.
El referente peronista, el candidato, ¿a quién le habla?, ¿qué tipo de sujeto piensa que le escucha? Al parecer, le hablan con la panza llena. Hay que decirle, entonces, al referente: si le vas a hablar a alguien en este momento y le querés interpelar, hablale con hambre, eso únicamente si tomamos la forma discursiva, después veremos, en otro artículo, el contenido. ¿Por qué fue escuchado Néstor Kirchner?, porque hablaba con hambre, con sed de justicia, gritando por la reivindicación de derechos, con valentía y firmeza: los primeros en darse cuenta de este tipo de mensaje y en escucharle fueron los jóvenes que, por aquel entonces, tenían el “que se vayan todos” fresco en la memoria. Milei hablaba como los profetas, por eso fue escuchado, con bronca, rabia, sumido continuamente en el escándalo ya con su sola presencia; pero lo que es escándalo, más aún, lo que es locura para la cruz, es salvación para quienes creen en Cristo (1ra Corintios, 1:18). El escándalo discursivo, que trastorna el escenario público, que altera, ¡ojo!, puede ser visto como verdad manifiesta de la presencia divina, como mensaje la intervención de Dios. Así son considerados en la Antigüedad los profetas, pero a nosotros nos causa estupor, ¿por qué?, en gran medida porque estamos satisfechos, en general, con el orden de las cosas, de los acontecimientos, en líneas generales, un orden injusto y desigual que toleramos. ¿Esto significa una apología de Milei?, en absoluto, sí una puesta en valor del discurso religioso, sin el cual la política resulta desabrida, desalmada, lo que no sería un gran problema, hay más bien otro: tal discurso irreligioso no va al corazón de las personas, del votante en este caso, es meramente instrumental. Pierde mucho el discurso político que se muestra así.
Perón entendió cómo hablarle al nuevo sujeto que no era reconocido, ni como sujeto económico, ni como sujeto político; supo entender lo que existía en el corazón de aquellos sujetos, de los cabecitas negras, a saber: la ilusión por un mundo mejor, el ansia de tener trabajo y acceder a la vivienda, a la salud, a la educación superior, etc., en síntesis, percibió lo que había en ese cielo. No reside el vínculo entre Perón y la Iglesia solamente en una conveniencia y convivencia casual, supo leer la coyuntura, pero además dio en el clavo con un modo de entender y, con ello, interpelar a un sujeto que era creyente, y que no contaba ni por lejos con la reivindicación de sus derechos en el mundo en que vivía. En el discurso de Perón abundan elementos de la Doctrina Social de la Iglesia, ¿cómo iba a ser de otra manera, si quien tiene su vida diaria desgarrada en su base material, sólo vive en la ilusión de llegar algún día a tener algo? Esta cuestión simple, elemental, es la que debe operar como eje articular del discurso político, en este post 2008 sin New Deal, al menos, en este escenario posmoderno y, en nuestro caso, con un feroz endeudamiento externo.
Estamos en la paradoja del peronismo sin sujeto. Se le habla al voto duro que, desde ya, corresponde a la parte minoritaria del padrón electoral, y que va a escoger sin duda al peronismo. Pero no se le habla, no se lo interpela, a quien creció percibiendo de la democracia su faceta de pérdida acumulativa de derechos, en este sentido, ¿cómo darla por supuesto?, ¿cómo no se va a dudar de ella y pensar eventuales regímenes autoritarios como alternativa cuando no conocieron de la democracia, tales sujetos, más que su faceta crítica? La democracia, la política, debe convencer diariamente. Y la política es material, se ve, no se supone meramente. Se hace o no; se batalla por esa realización material o no. Si el peronismo quiere ser escuchado no puede mostrar en la noticia el acuerdo con los gremios, por ejemplo, pues las nuevas formas de trabajo, el precariado, ni siquiera tiene en el horizonte de posibilidades un trabajo formal, que lo mantendría, ahora mismo, incluso en la franja de pobreza. Discursos de Cristina rodeada de funcionarios que cobran muy por arriba de la media, ¿con qué clase de ceguera se muestra eso, y se repite acríticamente en el interior? ¡no!, ¡mostrá la militancia!, los pibes que tienen hambre, que ponen el cuerpo, ¿qué lectura piensa la dirigencia se hace de ello? Escuchar al sujeto a conquistar, a conmover, a convencer implica pensar su problema como un problemón, hablando así, canyengue: si para el sujeto la inseguridad es un problema, no se puede decir ligeramente que es una mera sensación, asimismo la inflación. Si para él es un problema, para el referente es un problemón. No considerarlo en estos términos implica romper el vínculo representativo. Perdiste eso y perdiste todo.
El capitalismo es consumo, dijo alguna vez Cristina. Exacto, lo es. Ahora bien, cuando no tenés respuestas concretas desde las políticas públicas que alimenten la necesidad de consumo, en los hechos, sólo queda articular ese cielo. Sólo queda tocar el corazón del otro, un corazón inundado de necesidades y mercancías. El referente peronista también responde a una necesidad de consumo, en el mercado de representación política. Queda entonces en pie el cielo y un lenguaje muy similar al profético, hasta que se calme la ira divina y vuelva a crecer el trigo, y las vacas sean gordas. Pero sin conocimiento del sujeto a interpelar, no hay posibilidad efectiva de pensar una alternativa que manifieste competitividad. En la política sucede como con los paradigmas de Kuhn, solamente cuando se presenta un paradigma rival puede darse un cambio de perspectiva, pero debe explicar el paradigma anterior y contar con mayor riqueza explicativa, sino permanece el paradigma que responde a los problemas así se mantenga lleno de anomalías, en nuestras analogías: así los índices reflejen descontento social, caída de ingresos, del empleo, etc. Entiendo que el peronismo, máxime en Corrientes, debe aprender a hablar de nuevo. No con el lenguaje marketinero de la cámara, con musiquita de fondo y, sobre todo, la panza llena; sino con sed de justicia, con ira profética, con bronca si es que el sujeto la tiene y mucha.
Dos escenas: saliendo de una estación de servicio, en la ciudad de Goya, en horario comercial, un hombre mira sus naranjas sentado en el suelo, las mira poniendo toda su esperanza en ellas, tal vez las venda, tal vez Dios le ayude: esa mirada es la más profunda que puede alcanzar alguien que intente entender la vivencia actual del desencanto y la miseria. Otra, en el nordeste de Brasil, en Ceará: un joven limpiavidrios recibe una moneda; limpia el vidrio de la parte trasera del vehículo, porque lo más seguro es que si intenta hacerlo con el parabrisas de adelante le nieguen la posibilidad de limpiar y ganarse la moneda. Limpia el vidrio, se abre la ventanilla, le dan una moneda. El joven agradece, le da un beso a la moneda, la levanta al cielo y agradece. La vida sigue.
La panza vacía merece otro lenguaje.